
Isabel Bono, la poesía como juego
Poesía al SUR ·
Va cargada de notas y escribe en verso hasta los correos electrónicos. Isabel Bono es una de las voces más cautivadoras de la literatura española actual. Y el dolor de cabeza de cualquier editorSecciones
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Poesía al SUR ·
Va cargada de notas y escribe en verso hasta los correos electrónicos. Isabel Bono es una de las voces más cautivadoras de la literatura española actual. Y el dolor de cabeza de cualquier editorAlberto Gómez
Viernes, 23 de noviembre 2018, 01:37
Cuando llega, puntual, abraza con una calidez en extinción. Pide una tónica y coloca sobre la mesa un artilugio prehistórico al que llama teléfono móvil: «Es nuevo, lo compré hace cinco años». Por eso han hecho falta hasta doce correos electrónicos para quedar con Isabel Bono (Málaga, 1964). Los escribe en verso y no utiliza mayúsculas, como si quisiera llegar de puntillas a la bandeja de entrada, disculpándose con el resto de remitentes. De pequeña le regalaron un diario y desde entonces anda cargada con «papelitos» donde vuelca ideas o imágenes que luego condena a la oscuridad de una cajonera con tres etiquetas: poesía, prosa, pamplinas. Su marido, Alberto, la azuza para que dé una segunda vida a sus notas pasándolas a ordenador. Cada mañana, desde el trabajo, cómo no por correo electrónico, le envía un mensaje: «He llegado bien. Escribe, escribe, escribe».
Publicó sus primeros poemas en el suplemento cultural de SUR en 1987, después de una recomendación de Álvaro García que Antonio Garrido atendió con su bienvenida habitual a los nuevos talentos. Para sacudirse la sensación de intrusismo, de la que aún no se ha desprendido del todo pese a sumar tres décadas de trayectoria literaria y más de una decena de libros, Bono escribió: «Mis poemas no pueden calificarse como grandes poemas. Van ahí, tirando. Como yo, que hoy me duele la rodilla». Garrido le pidió que incluyese al menos cinco títulos de libros que hubiese publicado o permanecieran inéditos. Desarmada, se los inventó: «Pero luego, como soy muy disciplinada, los escribí. Y con esos mismos títulos». Algo parecido le había ocurrido cuatro años antes con García: «Me pidió que le mandara poemas, pero por entonces yo no escribía poesía. Me dio tanta vergüenza que esa misma noche saqué la Olivetti y escribí los primeros».
No era una sensación ajena. A Isabel Bono casi todo le produce vergüenza o pena, aunque tras esa aparente inocencia se esconde una de las autoras más audaces de la poesía española actual, capaz de esquivar su pesimismo («lo doy todo por perdido de antemano; como escribió alguien, somos muertos de vacaciones») para levantar una obra luminosa y personalísima que repara en lo cotidiano, repleta de referencias a gatos callejeros, hojas caídas y muñecos de plástico. Le inspiran los supermercados y los bancos de los parques, los trenes de cercanías y los autobuses. Escribiría, cuenta, aunque no tuviera ni un solo lector: «Hasta debajo del agua». Sus amigos insisten en que publique y ella cede como si formara parte de un juego, convertida en el dolor de cabeza de cualquier editor: «No pondría nada en las solapas. Ni premios, ni foto. Nada».
Como una metáfora de la que se ríe, tras una vida dedicada a la poesía obtuvo su mayor reconocimiento con una novela. 'Una casa en Bleturge' fue distinguida con el premio Café de Gijón en 2016. «Ha sido lo más divertido que me ha pasado hasta ahora, pero también creo que es injusto, sobre todo para esa niña de nueve años», explica en referencia a su infancia. Aquel libro le permitió explorar en la muerte, una de sus grandes obsesiones: «Me interesa lo roto, cómo el dolor nos afecta de forma distinta». Porque Bono huye de la felicidad enlatada y de los psicólogos: «Están adiestrándonos para ser felices, pero el dolor llega antes o después. Hay gente a la que le dicen: Quiérete, piensa más en ti. ¿Cómo que piensen más en sí mismos, si van a explotar de pensar sólo en ellos?».
Amenaza cada dos días con dejar de escribir, aunque sólo una vez ha estado a punto de cumplir su palabra. La muerte en 2014 de su amigo Antonio Muñoz Quintana, también poeta, la sumió en una tristeza silenciosa que todavía regresa para humedecerle los ojos: «No he vuelto a escribir poemas desde entonces. Hay quien dice que no se puede escribir poesía después de Auschwitz; yo no puedo escribir poemas después de Antonio». 'Lo seco', uno de los libros más redondos de Bono, comienza precisamente con una cita de Muñoz Quintana: «no sé medir el tiempo / confundo mi vida mortal / con una tarde de verano». La autora de 'Hojas secas mojadas' o 'La canción de Mercurio' recoge el guante: «lo seco dominaba el mundo / vaciaba los charcos / masticaba la escarcha del amanecer / hacía gemir muebles y chicharras / asesinaba gusanos de seda / en aquella caja de zapatos / que hoy es mi memoria».
Propensa a la dispersión y reacia a las redes sociales («déjame vivir, Facebook»), Bono ha construido una obra abstracta y cautivadora alejada de modas («ahora se lleva la poesía cuqui escrita por adolescentes guapísimas a las que les dan mucho bombo») y endogamias («yo siempre he sido del grupo de los pringados»). Recuerda extrañada que el periodista Javi López, una de sus debilidades («aunque creo que nunca lo he llamado por su nombre»), escribió de ella que es «una máquina de dar titulares». También de versos, hasta en los correos electrónicos que iluminan la bandeja de entrada.
Nos dolía el vientre de tanto pensar
sólo pensábamos en hacer daño
en llamar a los timbres
en levantar las faldas de las niñas
en tirarles los altramuces
en saltar tapias para robar limones
y después arrojarlos al suelo con desprecio
yo era el peor de todos
aunque llevara un lazo atado en la melena
yo sabía a qué hora jugaban a los cromos
y en qué portal
yo incitaba a los niños a las mayores fechorías
así perdí la posibilidad de tener amigas
y gané fama de salvaje
la niña con gafas que no le temía a nada.
Ojalá pudiera convencerte
de que el miedo no es nada
piensa,
si me abren el corazón
ya lo llenaré de pasas de corinto
y lo ataré con hilo bobo
pero antes date una ducha
para que el miedo se vaya por el desagüe.
Malgastábamos el tiempo
ordenando en un álbum las fotos del verano
para mirarlas alguna vez con nostalgia
acumulábamos canicas piedras
libros cartas poemas
aplazábamos así la felicidad, la vida
todavía no sé por qué
todavía no sé para cuándo.
La luz ya no encuentra obstáculos
las casas de mi infancia han caído
sin haber sido vaciadas
casas llenas de armarios llenos de maletas
juguetes endurecidos que perdieron el color
la loza que habíamos guardado
para los días de fiesta
el cerco de los cuadros sobre los muros
el cerco de los cuerpos sobre los colchones
el cerco de mi sombra en la escalera
no ha quedado nada
ni siquiera días grises
sólo escombros y barro
y la luz
los días grises vinieron después
podría decir con los labios calcinados
pero mentiría.
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