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Quedamos el día antes de la cuarentena forzosa. Así que todavía pudimos quedar para un vis a vis, aunque manteniendo las distancias. Respetando la separación recomendada de un metro. Bueno, más bien el medio metro de la mesa que nos separaba. O nos unía. Escritora total, Isabel Bono (Málaga, 1964) llena cuartillas desde que tiene siete años, aunque nunca le ha importado publicar porque escribe para ella. De hecho, se define como ama de casa «feliz» y le cede a los amigos el mérito de que acabe editando poemas y novelas. Empezó a escribir versos porque se los pidieron y no quería reconocer que nunca había escrito poesía. Tras ganar el Premio de Novela Café Gijón 2016 con 'Una casa en Bleturge', debuta en Tusquets con 'Diario del asco', en la que aborda un tema tabú: el suicidio. En este caso fue Fernando Aramburu el que le dio un empujón al nuevo libro de la «niña».
–¿Cómo llegó a Tusquets?
–Por suerte.
–Seguro que habrá una historia...
–Estaba presentando un libro de poemas en Madrid y apareció Fernando Aramburu que iba con el editor Juan Cerezo. Y le dijo: «Tienes que leer a esta niña…».
–¿Le dijo «niña»?
–Pues ahora no lo sé, pero así lo recuerdo. Cerezo puso cara de que le estaban poniendo en un compromiso, pero al cabo de unos meses me escribió para preguntarme si tenía una novela. La mandé en mayo y en octubre me dijo que la iba a publicar. Me quedé cuajá.
–Usted siempre ha escrito, pero es de publicación tardía...
–Los amigos confían más que yo en lo que escribo. Pienso que son mis majaderías. Empecé en la poesía por Álvaro García en 1983. Escribía cuentos porque quería ser novelista, pero Álvaro me pidió leer mis poemas. Le dije que sí y, por mantener una mentira, empecé a escribir poesía. Y me vino bien, porque con 19 años no tienes experiencia ni ná para una novela.
–¿Entonces es poeta o novelista?
–Siempre he pensado que no era poeta, sino narradora. Pero cuando publiqué mi primera novela, tampoco me veía como novelista. Mi mirada es más poética, pero ahora me sale contarlo en prosa.
–¿Ni una cosa ni la otra?
–Escribo.
–Es escritora.
–Se supone que los escritores viven de escribir y yo no lo hago. Yo estoy en mi casa poniendo lavadoras. Soy ama de casa y soy feliz. Yo no quiero trabajar en la calle, no soy sociable, aunque lo parezca. Soy un hurón que lo único que quiere es estar en casa escribiendo. Desde los siete años me encerraba en mi cuarto a escribir.
–Pero una cosa es el medio de vida o otra cosa lo que uno sea.
–Vamos a dejarlo en que escribo todos los días. Si a eso se le puede llamar escritora, pues bueno. Prefiero vivir en gerundio y me gusta 'estar escribiendo', ni siquiera 'escribir' o 'haber escrito'. Si un día no escribo, me duele el estomago, me inflo de galletas, duermo mal… el día que escribo, estoy de buen humor, adelgazo, estoy monísima.
–¿Y a qué dedica el 'estar escribiendo' en este momento?
–Ahora lo único que me vienen son diálogos. Tengo dos personas aquí dentro –se toca la cabeza– hablando continuamente, un hombre y una mujer. Yo no me defiendo y lo que están hablando lo voy apuntando. Llevo ya 60 páginas de diálogo y tengo que encontrar el hilo para convertirlo en novela.
–Le están escribiendo entonces la novela esas voces…
–Ahora tengo a estas dos personas, pero si no son ellas, son otras. Aunque quiero dejar claro que no oigo voces. Al menos, no todavía.
–Ja, ja, ja.
–Por escrito todo es diferente. Uno se detiene, narra más cosas, inventa, quita lo que no gusta… escribir es como manejar plastilina.
–¿Y si tiene esa facilidad por qué no confía en lo que escribe?
–Me gusta contar, pero no me paro a pensar en lo que escribo. Tengo la necesidad imperiosa de escribir. Después se lo enseño a los amigos y me dicen que tengo que publicarlo y mandarlo a las editoriales. Viviría tranquila sin publicar y sin un lector, pero no dejaría de escribir todos los días.
–¿Le da igual la crítica?
–Hay gente que escribe para que le lean, pero yo escribo para mí y si me leen es la guinda. Tengo seis novelas guardadas que nadie leerá porque son muy malas.
–¿Qué le dicen los amigos de esas seis novelas?
–Ni los amigos la han leído.
–Seguro que no serán tan malas.
–Igual cuando sea viejecita y no me importe suelto la primera que escribí y a la que tengo cariño. Es la historia de mi suegro que estuvo en la guerra y en la cárcel por rojo. Sus hijos ya estaban hartos de sus historias, así que como yo era la nueva en la familia me las contaba a mí y lo escuchaba con los ojos así –pone las manos al lado de la cabeza– y lo apuntaba todo. Esa me haría ilusión, pero más por cariño que porque sea buena.
profesión vs vocación
sobre la poesía
el tabú de quitarse la vida
–'Una casa en Bleturge' narraba una historia familiar y hablaba de la muerte de un hijo. 'Diario del asco' está marcada también por padres e hijos y el suicidio...
–Sí, el de una madre, que se ha suicidado o se ha caído de una ventana. Si fuera un familiar tuyo, ¿preferirías qué se tirara o que se cayera? Yo prefiero que lo decidiera. Como decía Camus, la única decisión auténtica que puedes tomar en esta vida es suicidarte.
–Pero el accidente duele menos a los que se quedan.
–Hasta ayer pensaba que prefería tomar la decisión, pero al entarme de la muerte del hijo de un amigo he recogido velas. Si es un niño yo no quiero que se suicide. Se me ponen los pelos de punta. Pero si es una persona mayor o tiene una enfermedad, pues tal vez es mejor el suicidio. Ya no tengo tan claro el blanco o el negro.
–En la novela mira de frente este tema tabú de nuestra sociedad.
–Seré muy básica, pero para mí hay tres grandes temas. El amor, que ya lo tengo gastado en los poemas, la muerte y las enfermedades mentales. Dentro de este último podría también entrar el suicidio y en estas cosas es en lo que me gusta meter la uñita. Pero el suicidio es todavía tabú.
–Se está empezando a hablar de ello a nivel social y en los medios de comunicación.
–Nadie que tenga un familiar que se haya suicidado lo cuenta porque te juzgan y, en esto, la religión ha hecho mucho daño. Por eso parece mejor un triste accidente. ¿Sabes cuántas personas se suicidan al día en España?
–Imagino que demasiadas.
–Nueve. Una cada tres horas y no se habla de eso ni se ponen medios. Y los que fallaron confiesan que se estaban arrepintiendo en el momento de suicidarse. Estamos preocupados con el coronavirus, pero del suicidio no se habla. El libro tiene que servir para algo más que para entretener y esta novela invita a pensar en que podemos evitar suicidios.
–Antonio Soler sostiene que la literatura se sustenta en el conflicto, el drama. ¿Comparte esa teoría?
–Claro. Los textos felices hacen falta para respirar. La muerte de un hijo es lo peor que te puede pasar, pero en 'Bleturge' es un texto feliz por la forma en que está escrito. Pero aquí no me ha quedado tan bonito, aunque un amigo me ha dicho que ve mucha poesía. Pero si escribiera una historia solo feliz, me la guardaría.
–¿La felicidad para los libros de autoayuda?
–Pues mira, sí. La felicidad es necesaria, pero también estamos en una sociedad sometida a la obligación de ser feliz. Mira esas tazas de 'sé feliz y vive'. Yo pondría en una taza: «Párate a pensar un ratito» o «Piensa en los demás». Por eso recomiendo siempre a los jóvenes leer, lo que sea, porque para eso tenemos que parar, sentarnos, dejar el móvil y pasar página por página. Y todo lo que tenemos en la cabeza se detiene. Pero la felicidad no para y es como un hámster corriendo en la bola. La felicidad es muy triste.
–En la novela, uno de sus personajes dice: «La gente que se aburre es peligrosa».
–Es verdad porque no saben aburrirse. Entonces empiezan a meterse con alguien por Twitter, a pegarle a un compañero de clase...
–¿Y cuando apareció ese título tan llamativo?
–Se iba a llamar 'El enemigo funcional', pero a mitad del libro la psiquiatra le pide al protagonista que escriba un diario para que reaccione y no se suicide más, y él dice que lo llamará 'Diario del asco'. Entonces vi claro que era el título.
–No escribe poesía desde que falleció su amigo Antonio Muñoz Quintana. ¿Por qué?
–No la he dejado, sino que ella me ha dejado a mi. Los poemas me caen, como las novelas. Cuando Antonio murió, escribí inmediatamente un libro, 'Frío polar'. Luego siguieron goteando poemas, pero son distintos.
–¿Cuánta Isabel hay en la novela?
–Está Isabel entera, porque hay cosas que pienso y que siento pero la historia no es la mía. Es una familia frankenstein con cosas que me han contado los amigos o he imaginado. La poesía espero que vuelva porque se camina más ligero por la calle cuando se lleva la cabeza llena de poemas, que cuando llevas una novela. Pero la poesía tiene que venir, no puedo ir a por ella.
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