![La entrega del premio a Fernando Moral, junto a Lola Aranda (hija de Pablo) y los periodistas Alberto Gómez y Regina Sotorrío.](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/2024/10/07/Imagen%20(195175121)-Rh6kD9ZNGKD5hQvezK5MdgM-1200x840@Diario%20Sur.jpg)
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Quizá formar parte de la patria de la buena gente sea lo que provoque hacer buena literatura. El escritor y periodista Pablo Aranda siempre manifestaba su deseo de querer formar parte de «esa patria». Él lo fue. Quizá por eso también era un escritor impecable. Y eso es digno de celebrar como se hizo este lunes con la entrega de premios de la cuarta edición del Concurso de Microrrelatos Pablo Aranda, organizado por SUR en colaboración con el Ayuntamiento de Málaga y la Diputación Provincial. El escenario donde se desplegó la alfombra roja de la literatura fue la fábrica de Cervezas Victoria, que se convirtió en el cómplice perfecto de los microrrelatos. Miles de historias a diario durante todo el verano publicadas en esta sección de SUR y una «gran subida de nivel» –tal y como confesó el jurado–, pero una ha sido la ganadora: 'Una terrible pérdida' de Fernando Moral, que narra la historia fugaz de un tatuaje. También fueron reconocidas dos menciones especiales a 'El señor de Albacete', de Javier Revilla, y 'Juego de mayores', de Cristina Castillo.
La anécdota detrás del microrrelato ganador de Fernando Moral es una historia tan real que hasta le quitó el sueño: «Un día me preguntó mi sobrino mayor que cuál era la fecha exacta en la que murió el abuelo porque se estaba tatuando en la pantorrilla la fecha de todos los familiares fallecidos. Esto me llevó a muchas noches de insomnio porque pensaba que cuándo sería la fecha de mi muerte que también se tatuaría mi sobrino; luego pensé que, en realidad, nunca iba a ver al tatuador escribiendo mi fecha. A partir de ahí reflexioné mucho sobre los tatuajes y la pena de mucha gente que se hace auténticas obras de arte y cuando se va el portador, se va también el tatuaje. Y decidí enfocar el microrrelato así», detalló Fernando Moral, docente de profesión pero amante de la escritura «desde que era muy pequeño».
Las menciones especiales a Javier Revilla y Cristina Castillo también fueron reconocidas en esta entrega de premios, aunque ambos no pudieron acudir al acto «por motivos personales y de trabajo»; pero sí que enviaron un vídeo para poder agradecer y formar parte del broche final de la cuarta edición del certamen.
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Entre «la patria de la buena gente» que acudió a la entrega, conducida por el redactor jefe y codirector del Aula de Cultura de SUR, Alberto Gómez, estuvieron los hijos de Pablo Aranda y participantes que posteriormente subieron a leer sus microrrelatos. No podía faltar la escritora Violeta Niebla, que durante los veranos conduce los microrrelatos para que SUR se convierta en un libro de cuentos: «Cada día que abría el correo me encontraba con más de 1.000 microrrelatos y es una tarea difícil, pero también una labor gustosa. Yo quiero animar a que sigan haciéndolo y que se unan muchos más participantes para la siguiente edición», señaló la artista durante el coloquio junto al periodista Alberto Gómez y el ganador Fernando Moral.
Como decía Isabel Bono, parte del jurado desde la primera edición, «en este concurso no hay trampa ni cartón». Ella forma parte del jurado junto a Felipe Navarro, Regina Sotorrío, Ana Barreales y Ana Pérez-Bryan; mientras que Violeta Niebla preselecciona los microrrelatos que se presentan.
Para culminar la entrega de premios del certamen, la fábrica de Cervezas Victoria fue testigo de la lectura de algunos de los microrrelatos participantes llenos de agradecimientos por la oportunidad. Lo bueno es que quedan concursos como este, para poner en valor la belleza de la literatura que escriben las personas que tanto le gustaban a Pablo Aranda: «La patria de la buena gente».
Cuando el fuego consiguió penetrar finalmente en aquel espacio, los efectos resultaron demoledores. Lo primero que devoró fue el Cristo de Dalí, que vencido tal como lo representó el genio, no opuso resistencia. El siguiente en aquella siniestra bacanal destructiva fue el ojo de Ra, en cuya pupila negra como el hollín se reflejaron las llamas antes de desaparecer envuelto por ellas. Los pictogramas japoneses no duraron apenas, fue llegarles el más mínimo calor y evaporarse la tinta. Luego le llegó el turno a la espada celta, el retrato que Warhol hizo de Marilyn... y así hasta veinticinco obras que se redujeron a cenizas tras la cremación de Jorge. Con lo orgulloso que estaba de sus tatuajes.
Ojalá pueda quedarse con nosotros el señor de Albacete que ha aparecido en la cocina. Aunque no le conocíamos de nada, la verdad es que es muy simpático y hace unas migas manchegas riquísimas. No sabemos cómo llegó a casa. Mi hermana, que es amanecista, dice que habrá nacido en el jardín. Yo, que estudio Física Cuántica, pienso que debe haberse colado por un agujero espaciotemporal. Papá, al principio, quiso sacarlo a patadas de casa. Sin embargo, cuando le llegó el olor del atascaburras que estaba preparando, se calmó. Ahora ya no le importa que se quede, siempre que siga preparando las comidas. Mamá, no sé, desde que llegó está como más guapa y se pasa el día mirándolo, en silencio.
No pensaba que fuera a ser tan divertido clavarle agujas a este muñeco. Ahora entiendo que mamá juegue a esto muchas noches un ratito después de mandarme a la cama. A veces me cuesta dormir y la espío a escondidas, y por eso he descubierto donde guarda las agujas y el muñeco; que por cierto, se llama como papá. Hace algún tiempo que no viene a recogerme y dice mamá que es porque últimamente no se encuentra muy bien. Cuando se ponga mejor y venga a verme voy a enseñarle el muñeco y si me promete guardar el secreto, también le enseñaré cómo se juega.
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