![«Ese fetiche nacional llamado Lola Flores», cuando Umbral escribió la vida de La Faraona](https://s1.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202208/06/media/cortadas/combofloresumbral-RXAVQdYEXAgUfbtAvzwjMEJ-1968x1216@Diario%20Sur.jpg)
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Dejó escrito William Shakespeare en 'La tempestad' que estamos hechos «de la misma materia que los sueños»; pero quizá esa definición sea demasiado lírica y optimista. Puede que estemos hechos, un poco antes de esos sueños, a partir de nuestras propias contradicciones. Y quizá por eso aquéllos que encarnan nuestras paradojas más íntimas acaben convertidos en nuestros ídolos. Sucede por ejemplo con Lola Flores: visceral, transgresora y salvaje sobre el escenario y tradicional, conservadora y casi reaccionaria de puertas adentro. Por eso el personaje de La Faraona destila una nación, una época y una sociedad enteras. Por eso puso en ella sus ojos Francisco Umbral para escribir una biografía que, en realidad, es un retrato histórico, político y social de la España de mediados del siglo XX. Ese texto ha permanecido casi oculto durante medio siglo y ahora lo rescata la editorial malagueña Zut en una pequeña joya incluida en su serie 'Vidas térmicas' y encuadernada con lunares rojos: 'Lola Flores. Sociología de la Petenera'.
El escritor y editor Juan Bonilla recuerda en el prólogo del libro que la biografía de La Faraona «fue uno de esos encargos que el escritor, desde hacía mucho tiempo obstinado en vivir de la escritura, aceptaba para hacer caja». Y acto seguido, Bonilla abre una puerta crucial para entender ese encuentro entre Umbral y Flores, cuando afirma sobre el escritor: «También estaba convencido de que, propietario de un estilo de encendido lirismo que sabía ponerse bronco cuando hacía falta, no había tema al que no pudiera enfrentarse porque, al cabo, después de que el tema fuese domado por su estilo, lo que iba a campear era este».
Cuando Umbral acometió esta empresa tenía 36 años y la artista, 43. El escritor ya había elaborado a ritmo frenético semblanzas sobre Larra, García Lorca, Valle Inclán, Lord Byron, Miguel Delibes… La de Lola Flores vería la luz de la imprenta en 1971, a cargo, como las anteriores, de la editorial Dopesa. «A Umbral le fascinó el personaje siempre. Naturalmente, al aceptar el encargo, no pretendía escribir una biografía de Lola Flores, sino ponerla ante la lente de su microscopio para, a través de ella, estudiar al personaje y utilizarlo de trampolín para hacer un estudio sociológico que apenas se detiene en las míticas destrezas y la indiscutible fotogenia de la folclórica».
Porque el libro de Umbral sobre Lola Flores arroja jugosas luces sobre el mito, incluso antes de entrar en la prosa del autor de 'Las ninfas' o 'Mortal y rosa'. No en vano, en sus primeras páginas Bonilla desmonta –o quizá ensancha– uno de los mayores mitos en torno a La Faraona: «A pesar de que no hay quien no sepa que 'The New York Times' consagró a Lola Flores con una de las célebres críticas realizadas nunca 'No canta, no baila, no se la pierdan', lo cierto es que el periódico norteamericano nunca publicó esa frase».
Y puede que ese hecho hable más y mejor de Lola Flores que la propia cita inventada, quizá por ella misma. Porque la anécdota da cuenta de su capacidad para la autopromoción, sin dejar de lado su furibunda capacidad de trabajo hasta convertirse en «fetiche nacional», en destilación encarnada de las contradicciones de un país yeyé sometido a una dictadura. Porque detalla Umbral que Lola Flores «surge en un momento de la vida nacional en que todo lo que pueda resultar muy racional, muy regionalista, muy local, muy español de caja de cerillas, forma parte del gran concierto del país y es elogiado monótonamente».
Y unos párrafos más adelante, el escritor cierra uno de sus círculos argumentativos: «(Lola Flores) Es una víctima del enfermizo culto a la personalidad que se da entre nosotros… En una sociedad de cultura irracionalista existe la propensión enfermiza de embrujarlo todo. (…) Así, en lugar de crear y honrar personalidades, creamos fetiches». Un fetiche que Umbral disecciona desde la infancia en Jerez hasta su eclosión como celebridad patria.
«A los cinco años de edad –escribe Umbral–, la niña Lola se vestía de andaluza por primera vez, con el pelo corto, un cestillo al hombro y un gran collar hasta el ombligo. A los catorce años enviaba a las productoras madrileñas una foto con la boca muy pintada, collar de doble vuelta, unas uñas rojas, falda que hoy diríamos midi y zapatos blancos de puerta oscura. (…) Ya en la academia del famoso Realito la habían dejado por imposible. Aprendía los pasos que le enseñaban, pero luego bailaba como le daba la gana».
Y aquí abrocha Umbral uno de los ejes de su libro: la identificación de Lola Flores con el mito de la Petenera, la 'femme fatale' patria que representa, sin embargo, una de las dos caras de la moneda acuñada por La Faraona. La otra tiene que ver con esa mujer recatada en el hogar, al borde incluso del machismo fetén. Como en ese programa de 'Estudio abierto' glosado por Umbral en el que la folclórica recordó «a todas las mujeres de España a través de la pequeña pantalla que lo importante en una mujer española es planchar bien una camisa almidonada».
«Que sea dócil, que eso es ser mujer», recomendaría la artista en otro momento. Y Umbral se pregunta: «¿Ha sido ella una mujer dócil? Más bien ha sabido mantener su independencia personal, su lerele vital en el arte, en la sociedad, en la vida, en el amor. Sin embargo, predica la docilidad. Pero es sincera. No sólo predica con el ejemplo que le hubiera gustado dar y que no da, que es lo más corriente, sino que de verdad hay en ella una mujer dócil, una mujer doméstica que admira al hombre (…) y le plancha las camisas almidonadas y rizadas. Por eso es el mito que es para nuestro pueblo».
«Es naturalmente conservadora, castista, añorante, reaccionaria en lo sentimental», enfila el escritor antes de una nueva estocada: «Lola Flores ha fluctuado siempre entre el mito de Petenera y el de Bernarda Alba. (…) En el arte ha sido Petenera y en la vida, Bernarda Alba».
Y unos párrafos después da un nuevo giro de tuerca en su semblanza, planteada en realidad como un análisis psicológico y social: «El artista que procede del pueblo no quiere perpetuarse como pueblo. Es un individuo integrado, asimilado por las clases superiores, pero no redimido. La redención, ya está dicho, no puede ser individual. En España se operan mucho estas redenciones personales, deficientes, precisamente porque nunca se ha intentado en serio, sostenidamente, una redención colectiva».
«La angostura de nuestra vida provinciana –sigue Umbral– crea traumas individuales que el futuro triunfador necesita amortizar un día trasladando a su pueblo toda la gloria que ha recolectado por el mundo. Hay que triunfar ante los paisanos, que es la única forma de triunfar ante uno mismo, porque ellos son uno mismo, lo que llevamos dentro». Y dentro de la mente y otras vísceras del público se mete Umbral para rematar la faena en su búsqueda de la explicación más íntima del triunfo de la folclórica, sobre todo entre la audiencia masculina: «El hombre nacional sueña con una mujer agresora que sepa planchar primorosamente la camisa de almidón rizado. (…) Lola es el cruce afortunado de dos grandes mitos de nuestro pueblo: el de la mujer agresora y el de la mujer de su casa».
Y en esa contradicción íntima y crucial, individual y colectiva, clava Umbral las raíces del mito de La Faraona.
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