Es un autor de fuertes convicciones y trato exquisito. Dos elementos que también se pueden rastrear en su personal obra, que se ha hecho un hueco propio en la literatura en español, aunque escribiendo desde Holanda. Premio de Literatura de la UE por 'Breve teoría del viaje y el desierto' y finalista del Premio Tigre Juan por 'Sujeto elíptico' –se falla mañana–, Cristian Crusat (Marbella, 1983) vuelve para presentar hoy en el Aula de Cultura de SUR, con el apoyo de Obra Social La Caixa, 'Europa Automatiek', una novela en la que muestra su interés por nuestro desordenado continente.
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–Cristian Crusat Schretzmeyer. Sus apellidos no son muy malagueños.
–Aunque no lo parezca nací y viví en Málaga hasta los 19 años. Soy el hijo de un catalán y de una holandesa que llegaron a la Costa del Sol en esa época que Juan Bonilla denominó «la hora pop». Luego pasé por cuatro países de tres continentes y como el narrador de 'Europa Automatiek', soy un ciudadano con doble nacionalidad, una característica que introduce la extraña sensación en tu vida de que las cosas ocurren en otro lugar. Y escribo sobre lo que pasa mientras no estoy.
–En su obra y su vida se repite mucho la palabra Europa.
–Escribir una novela donde el trasfondo de la crisis de la idea de Europa está tan presente es mi manera de reflejar mi interés por este proyecto común, cuya naturaleza es múltiple, diversa, policéntrica, contradictoria, inestable, movediza y prácticamente imposible de definir y capturar. Pero un proyecto que me interesa mucho, y que creo que vale la pena.
–¿Hemos llegado a una Europa de máquina expendedora, esa 'automatiek' de su libro?
–En cierto modo, sí. Pero hay que tener en cuenta que el único orden de Europa ha sido el puro desorden y que su fundamento ha consistido en ir perdiendo sus mismos fundamentos, así que no es una situación novedosa. Todos los proyectos que han aspirado a conformar una Europa homogénea en lo político, cultural o económico han resultado desastrosos. Como recordó Claudio Guillén, si Europa poseyera alguna cualidad particular, ésa sería una acrisolada pequeñez: una pequeñez inherente, interior, subdivida miles de veces, de su tejido multicultural. En cuanto al 'automatiek', el famoso expendedor de comida rápida del paisaje de Amsterdam, me sirvió como apoyo estructural de la novela, como expendedor de citas y reflexiones que permiten entender mejor las peripecias de los protagonistas en torno al significado de la vida privada, la intimidad o el devenir político en la actual Europa.
–¿La Europa que estamos viviendo, con el cierre de fronteras y el ascenso de la ultraderecha, es la heredera de la que retrata en su novela?
–En lo esencial sí, ya que esta novela surge ante la necesidad de profundizar en un puñado de radicales transformaciones en los estilos de vida que se desencadenaron a comienzos de esta década, en especial desde la crisis económica de 2008. La novela transcurre en 2011, un momento decisivo en el que acontecen profundas metamorfosis ideológicas en las que ya estamos instalados, como el socavamiento voluntario de lo privado, las tiranteces norte-sur, el Brexit, las hipertrofias de la vida profesional o la cultura moral del emprendimiento. Fue un año de movimientos de emancipación, pero también de otros más oscuros: el ultraderechista Geert Wilders (quien ha propuesto un 'Nexit', la salida de Holanda de la UE) estuvo a un paso de convertirse en primer ministro holandés y Anders Breivik asesinó a casi ochenta personas en Noruega. Esa dialéctica no ha hecho más que agudizarse. La crisis interior de mis protagonistas coincide con esta crisis exterior.
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–En el camino del protagonista se cruza una mujer, Tajana, y las guerras de los Balcanes. ¿Por qué ese escenario?
–Para mí, las guerras yugoslavas de la década de 1990 constituyen un turbador emblema de ciertas formas de conflicto inherentes al proyecto europeo. Y representan una proyección local de ciertas formas de confrontación y conflicto características de toda Europa. La decepción por la crisis de 2008, la guerra de Ucrania, la actitud del continente hacia los refugiados no deja de devolver, multiplicada, la imagen de las guerras yugoslavas, acontecidas significativamente mientras el proyecto europeo alcanzaba su supuesta culminación con el Tratado de Maastricht en 1992. La purificación étnica –la limpieza– que reapareció de forma impetuosa en el vocabulario de la propaganda serbia presentó demasiadas similitudes con otros episodios de la historia europea como para considerarlo un fenómeno exclusivamente balcánico: bastaría repasar la imagen del morisco en la sociedad española de los siglos XVI y XVII para certificar su amarga prosapia. Por un lado, los españoles consideraban que los árabes habían roto la continuidad histórica del reino; por otro, los serbios culparon a los otomanos de haber frustrado la realización de su gran sueño nacionalista. La quinta columna bosnio-albanesa, por lo tanto, debía desaparecer de su presente e historia. En cierta medida, Europa se convirtió en una entidad histórica casi a su pesar, en medio de ese abigarrado magma geográfico, de relieve, climático, cultural, lingüístico y religioso. Hay que asumir de una vez por todas que Europa es un heterogéneo conglomerado. Por eso fue tan terriblemente significativo un episodio como el del asedio de la plural, diversa, cosmopolita y multiétnica (y, por lo tanto, inconfundiblemente europea) ciudad de Sarajevo. Y, como dijo Susan Sontag: «Nadie puede no estar enterado de que la causa bosnia es la causa europea: la democracia, y una sociedad integrada por ciudadanos, no por los miembros de una tribu».
-¿El amor es la mejor respuesta para los que andan perdidos?
-Me resulta imposible asumir que el mundo y nuestras acciones dentro de él tienen un sentido claro o determinado. En mi caso, frente al desorden, el caos o la muerte, el amor me parece una privilegiada forma mediante la que conferir sentido a nuestras vidas.
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–El narrador de la novela es un nómada, como usted. ¿Cuánto hay de autoficción?
–Obviamente tiene mucho que ver conmigo, aunque es un personaje de ficción. En su caso, también es un ciudadano con doble nacionalidad y que se dedica a la enseñanza y la traducción. Que sea traductor me parecía relevante: es alguien que vive en mitad de ninguna parte, entre lenguas e identidades, una metáfora de la condición humana en un mundo globalizado, desconcertante y sujeto al cambio. Conozco bien esa sensación.
–¿También ha tomado de usted la devoción por 'Los Soprano'?
–A mi parecer, debería ser la piedra de toque de cualquier serie. Al personaje de 'Europa Automatiek', ver 'The Sopranos' le ayuda a construir un sucedáneo de rutina en medio de tanta provisionalidad e improvisación. No he visto todavía ninguna otra que la iguale en calidad de guión e interpretación, aunque he disfrutado 'The Wire', 'Breaking Bad' o 'True Detective'. Pero 'The Sopranos' juega una liga distinta.
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–Algunos apuntan que las series están sustituyendo a la lectura de libros. ¿Qué opina?
–Hoy en día, ¿qué no sustituye a la lectura de libros? Pero me temo que todo consiste en diseñar estrategias para espantar nuestra soledad. La televisión nos ayuda a negar que estamos solos. A este respecto, la lectura se alza como un insoslayable fondeadero de autoconocimiento y contacto humano. En mi caso, nada me acompaña tanto y me hace sentir tan humano como la literatura.
-Usted despuntó en el cuento, pero también ha pasado por el ensayo y ahora llega a la novela. ¿Es un proceso de exploración o va encontrando diferentes intereses o estilos narrativos?
-En mi caso, los géneros se corresponden con distintas respiraciones y sensibilidades. Más que una serie de convenciones temáticas y estilísticas, un género no es más que un punto de vista, una impresión del mundo desde un determinado lugar. Esta novela no la pude escribir, aunque la tenía ya más o menos planeada, desde Marruecos, como proyecté en un principio. Allí se me impuso 'Sujeto elíptico', cuya sensibilidad se correspondía con la nueva perspectiva -y género literario, en consecuencia- que ese lugar me proporcionaba. Pero cuando quise conjugar en un texto una serie de crisis de los acontecimientos interiores de los personajes con una crisis de los acontecimientos exteriores advertí rápidamente que sólo podía hacerlo a través de la novela. Este género me permitía mostrar la colisión de esas dos crisis e, incluso, alternar acción y reflexión, ficción y ensayo.
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-¿Las fronteras de los géneros le estorban?
-De ningún modo. Esta novela se nutre de todos los recursos que mi trabajo como narrador y como ensayista me proporciona. Con esta historia aspiraba a regalarle al lector una sensación verdadera, algo que los personajes de Europa Automatiek ansían también en un mundo demasiado frágil, violento y tapizado de simulacros.
-Me ha hablado de 'Sujeto elíptico', que es finalista en los Premios Tigre Juan que se falla mañana -jueves 28-. Un libro nómada en los géneros literarios y en lo vital.
-Fue el resultado de la impresión que me causó vivir durante un par de años en Marruecos. No sólo era otra vez un extranjero, sino que ignoraba los códigos más elementales, además de la lengua. Me sentí fuera de mi propia vida. Nada de lo que sabía me era útil. Literariamente, decidí ceder la mirada y entregarme al paisaje circundante, escuchar mucho y adoptar esa convicción para averiguar qué sucedía a mi alrededor: paradojas de la modernidad, tensiones políticas, tradiciones. Poco a poco fui tejiendo un libro lleno de ausencias y muy flexible, donde las leyendas, la literatura de viajes, el ensayo y la autobiografía se entrecruzaban con naturalidad. En resumen: se trataba de explorar las posibilidades poéticas de la extrañeza y las peculiaridades psicológicas del extranjero.
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-¿Que sensaciones tiene con el premio Tigre Juan?
-Estar entre los cinco finalistas de un premio independiente y que únicamente atiende a la potencia literaria del texto representa ya un gran estímulo. Pero, además, significa mucho en mi caso, ya que 'Sujeto elíptico' fue el último libro que mi padre pudo leer en vida. Desde el principio, se convirtió en su libro favorito. Me lo dijo muchas veces. En cierto modo, es como si el jurado del premio le hubiera hecho un guiño a posteriori, lo cual me conmueve.
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