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La rutina puede ser confortable, el anestéstico que se disuelve como una golosina en la boca. Pero hasta el cimiento en apariencia más robusto es ... susceptible de saltar por los aires en cualquier momento. Chantal Maillard lo sabe. En 'La compasión difícil' escribió: «A veces algo acontece que lo cambia todo». La enfermedad que le diagnosticaron en 1999, un cáncer que le descubrió el dolor real y el alivio de la morfina, lejos de las construcciones literarias sobre el sufrimiento y la muerte, fue uno de esos acontecimientos transformadores. Por eso, aunque su carrera comenzó mucho antes, sitúa el inicio de su obra en 'Matar a Platón', publicado en 2004. Aquel libro, Premio Nacional de Poesía, desafía los conceptos hasta colocarlos frente al espejo de la realidad, donde las grandes palabras languidecen ante la inmensidad de lo que ocurre, por mucho que el orden, lo establecido y conocido, aquí re-conocido, sirvan a modo de hipnosis, de puente que permite atravesar los días sin deshacerse, sin reaccionar con proporcionalidad a cada suceso, cada desgracia, cada muestra de violencia.
Los conceptos son una ficción. Por eso Maillard propone acabar con Platón. Un accidente le sirve como punto de partida: «Un hombre es aplastado. / En este instante. / Ahora». Un hombre muere atropellado. Eso es lo que acontece. Pero a su alrededor se agolpan los curiosos, como una pareja que asiste al espanto cobijada en la idea de la muerte: «Él vuelve hacia ella un rostro / tan largo como un número de serie / y dice: 'El sesenta por ciento de los muertos / por accidente en carretera / son peatones'. / La mujer deja de temblar: todo está controlado. / A punto estuvo de creer que algo / anormal ocurría, / algo a lo cual debía responder / con un grito, un espasmo, / un ligero anticipo de la carne / ante la gran salida, pero no: / aquello es conocido y ya no la involucra».
La idea desplaza la emoción, impide experimentar la tragedia aunque parezca ajena (¿existe lo ajeno en plena era de la interdependencia?); de ahí que parte de la obra de Maillard trate de limpiar el significado de la compasión, de rescatar su sentido etimológico por encima de la perversión que acumula la palabra. Más tarde, en 'Husos', lo sintetizó así: «No existe la muerte. Existen los muertos». 'Matar a Platón' se cierra con una letanía titulada 'Escribir': «Escribir / para confundir palabras / y que las cosas aparezcan». Maillard insiste en la necesidad de despojarse de las ideas, de esquivar los conceptos. Escribir, sí, pero no hacer literatura: «Hay demasiado dolor / en el pozo de este cuerpo / para que me resulte importante / una cuestión de este tipo».
Por entonces ya había sufrido otro de esos episodios que lo cambian todo, la herida definitiva: el suicidio en 2003 de uno de sus hijos. La escritura posterior queda remolcada por esta ausencia («por intensos que sean, / los rayos de sol / no regeneran a los muertos») y el lenguaje se estrecha hasta lo raquítico. Los versos de 'Hilos', Premio Nacional de la Crítica, aparecen rotos. Los artículos se descuelgan de sus sustantivos y los sujetos se separan de los predicados. No hay retorno posible, aunque por momentos Maillard busque amparo para calmar el duelo: «Volver a las palabras. / Creer en ellas. Poco. Sólo / un poco. Lo bastante / como para salir a flote y coger aire / y así poder aguantar, luego, / en el fondo». Algo se ha quebrado para siempre. Pero el compromiso, como había adelantado en 'Escribir', es irrenunciable: «Escribir / para no mentir / para dejar de mentir / con palabras abstractas / para poder decir tan sólo lo que cuenta».
Las palabras no alcanzan. Cuestionado el propio yo («Dime qué fue de mí»), sólo la creación de un personaje puede salvar a una Maillard al borde del abismo, para quien las propias heces se han convertido en «lo más cálido de mí». Así nace Cual, un ente a menudo infantil, casi siempre teatral, que aún no ha llegado al lenguaje pero, a diferencia de muchos humanos, es capaz de identificar su dependencia de los demás: «Cual extrañado ante otro. / Extrañado de ser otro ante otro». Maillard volverá a desplegar su temperamento poético en 'La herida en la lengua', donde recuerda que viene «de inhóspitos parajes, / territorios que nadie querría / haber hollado», sin perder su pulso contra el sujeto: «Os hablo de cosas muy concretas. / Quien habla es lo de menos». Aquel poemario dialoga con 'La mujer de pie', un ensayo sobre la enfermedad publicado también en 2015. Así ocurre casi siempre: cada libro de poemas viene acompañado de un ensayo o un diario. 'Matar a Platón' está tejido con las telas de 'La razón estética'; 'Hilos', con las de 'Husos: Notas al margen', 'Medea', con las de 'La compasión difícil'. La poesía de Maillard es también su filosofía.
Ahora su poesía, desde 'Matar a Platón' hasta la revisión de 'Medea' («¿Cómo comprenderéis al que comete el crimen / si no os sentís capaz de cometerlo?»), ha sido reunida con mimo de orfebre por Galaxia Gutenberg en 'Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua', con un certero estudio preliminar de Virginia Trueba. Habrá pocas oportunidades como ésta para comprobar por qué Maillard, en una grandilocuencia que ella censuraría, es la mejor poeta viva del país.
Mejor no diga nada.
Sería inútil. Ya ha pasado.
Fue una chispa, un instante. Aconteció.
Yo acontecí en ese instante.
Puede que usted también lo hiciera.
Suele ocurrir con los poemas:
terminan condensándose las formas
en nuestros ojos como el vaho
sobre un cristal helado;
las formas, con su herida.
Pues quien construye el texto
elige el tono, el escenario,
dispone perspectivas, inventa personajes,
propone sus encuentros, les dicta los impulsos,
pero la herida no, la herida nos precede,
no inventamos la herida, venimos
a ella y la reconocemos.
¿No sospecháis del decorado?
¿No os tientan sus grietas?
¿No despertáis alguna vez entre un día y otro día
con la pregunta en los labios?
¿Por qué el sueño?
¿Por qué la ingesta, la excreción?
¿Por qué desaparecen los que amamos?
Pero cerráis los ojos y os pondréis a danzar.
Adoráis
el arte del engaño
los tibios resplandores
los rescoldos.
Cada puesta en escena os conmueve.
Volver a las palabras.
Creer en ellas. Poco. Sólo
un poco. Lo bastante
como para salir a flote y coger aire
y así poder aguantar, luego,
en el fondo.
Volver. Decir superficie. Escribirla.
No, lector, no deslices
tan rápido tus ojos por la página,
nada te obliga a terminar
de leer este texto. Puedes
dejarlo. Muchos lo habrán hecho
antes de haber llegado a estas líneas.
He dicho superficie. Vuelve atrás.
Detente. Piénsalo. Piénsatelo. He
escrito la palabra palabra y
estoy tratando de decirte algo
que no acierta a decirse. Entonces
digo impotencia. Tú sabes lo que es
la impotencia, a buen seguro
alguna vez la habrás sentido. Ahora
te pido que despojes la impotencia
de la palabra que la nombra
y te quedes sintiéndola tan sólo.
¿Lo consigues?
Tal vez no sea para ti,
ahora, tiempo de impotencia.
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