Rebelada contra la oquedad de los conceptos, la poeta malagueña degolló a Platón y obtuvo el Premio Nacional de Poesía. Ahora escribe como forma de resistencia, curtida en beber el «agua envenenada» de la pérdida
Escribe «porque es la forma más veloz / que tengo de moverme». Pese a la apariencia de metáfora, la afirmación resulta literal; durante años, el cáncer paralizó físicamente a Chantal Maillard. La muerte, entonces, pasó de ser una abstracción a una posibilidad real, casi tangible. Aquella experiencia sacudió a la poeta malagueña, que se rebeló contra los conceptos en 'Matar a Platón', donde ajusta cuentas con la grandilocuencia, ese ejército de palabras caducas y huecas que obstaculizan el compromiso con la realidad. El libro, que parte del accidente sufrido por un hombre para dejar al descubierto el deterioro de la compasión («El orden nos exime de ser libres, / de despertar en otro, de despertar por otro»), la convirtió en 2004 en la segunda mujer en ganar el Premio Nacional de Poesía.
Al zarpazo en carne propia se sumó el desgarro por el suicidio de su hijo, una pérdida que marca su obra hasta fracturarla en lo que podrían considerarse dos partes: antes y después de la herida. Deja de atraerle «la eufonía / confortante de las palabras», la «afición al desvarío» de la poesía. La escritura, cada vez más despojada, pasa a ser una forma de resistencia, ya sea como grito («Por intensos que sean, / los rayos de sol / no regeneran a los muertos») o como testimonio del yo: «Ocupada por algo / que pretende vivir, / que insiste en respirar el aire / de la mañana y me despierta». En 'Hilos', distinguido con el Premio Nacional de la Crítica, combina el duelo con la observación de la propia mente. El sujeto pierde consistencia y cede casi todo su terreno al infinitivo: «Partir, quedar, querer. Dejar / de querer. Dime lo que he de hacer». Maillard cuestiona el lenguaje hasta acercarse a un punto sin retorno: «Aceptad mi silencio: lo mejor / de mí». Necesita coger aire «y así poder aguantar, luego, / en el fondo».
Para salir a flote inventa a Cual, un ente que funciona como personaje y le permite seguir explorando una nueva poética sin traicionarse. El portazo a la retórica parece definitivo. Maillard no está dispuesta a desandar lo avanzado: «Lenguaje: lujosa encuadernación / de la ignorancia». 'La herida en la lengua', publicado en 2015, supone su brillante regreso a la poesía después de ocho años. Confirmada como una de las voces más radicales y poderosas de su generación, la autora nacida en Bruselas recuerda que viene «de inhóspitos parajes, / territorios que nadie querría / haber hollado» mientras continúa degollando al sujeto, como hizo una década antes con los conceptos: «Os hablo de cosas muy concretas. / Quien habla es lo de menos». En 'Cual menguando', editado el año pasado, presenta a Fiam, un compañero de juegos y diálogos para Cual. En una de sus conversaciones, Fiam explica: «Las palabras son difíciles de sentir. Las más de las veces incomodan». «¿Como los zapatos cuando no son de tu talla?», pregunta Cual. «Algo así». «De esos tengo varios en el armario». «Tíralos». Y concluye Cual: «No puedo. Han anidado ratones».
Estancia en la India
Con la primera parte de su obra, la producción correspondiente a la etapa anterior a la herida, Maillard se muestra poco misericorde. Apenas rescata 'Hainuwele', escrito en 1988, durante su primera estancia en la India. Filósofa especializada en pensamiento oriental además de poeta, ha publicado más de una decena de ensayos como 'La razón estética', donde reflexiona sobre las dificultades para educar la sensibilidad en un mundo cada vez más espectacularizado en el que los informativos se convierten «en capítulos de una serie televisiva» y los casos de corrupción o el segumiento de las migraciones acaban reducidos a «culebrones que se reanudan a diario a la hora prevista». La influencia inicial de María Zambrano, a quien Maillard, profesora en la UMA hasta el 2000, dedica su tesis doctoral, da paso a la lectura y la traducción de autores como Samuel Beckett o Henri Michaux.
Instalada en la austeridad, en 2015 vuelca un nuevo revés de la enfermedad en 'La mujer de pie', donde su habitual desdoblamiento, herramienta para tomar distancia y observarse a sí misma, aparece zarandeado por los efectos de la analgesia, en concreto de un fármaco llamado Lyrica que, «paradójicamente con respecto a su nombre», obstruye los canales de la escritura y la hace en gran medida inmune a los estímulos sentimentales. Antes había publicado 'Bélgica', un diario que certifica la reconciliación con un país que «odié durante muchos años porque es más fácil separarnos de lo que amamos cuando lo odiamos». Allí nació en 1951. Los continuos cambios de internado y el traslado a España acostumbraron a la pequeña Chantal, que adoptó la nacionalidad española en 1969, a una soledad aliviada por el cuaderno de notas. Ya de niña escribía poemas y novelas, una precocidad sólo enmudecida durante el tiempo que duró su matrimonio, desde los 18 hasta los 28 años.
Ahora araña cuando la citan como autora extranjera, un error que le «duele», aunque el lamento dure lo que tarda en sumergirse para seguir buceando en sí misma.
CHANTAL MAILLARD
(De ‘Matar a Platón’)
Una mujer temblorosa aprieta el brazo de su acompañante. Él vuelve hacia ella un rostro tan largo como un número de serie y dice: «El sesenta por ciento de los muertos por accidente en carretera son peatones». La mujer deja de temblar: todo está controlado. A punto estuvo de creer que algo anormal ocurría, algo a lo cual debía responder con un grito, un espasmo, un ligero anticipo de la carne ante la gran salida, pero no: aquello es conocido y ya no la involucra; le pertenece a otros. Y él añade: «Han llamado a una ambulancia», y ella se relaja, su angustia la abandona: el orden nos exime de ser libres, de despertar en otro, de despertar por otro. A punto estuvo de gritar, desde esa carne ajena, pero el orden contuvo a tiempo ese delirio.
Escribir (De ‘Matar a Platón’)
escribir para no mentir para dejar de mentir con palabras abstractas para poder decir tan sólo lo que cuenta (…)
escribir
¿y no hacer literatura? … ¡y qué más da!
hay demasiado dolor en el pozo de este cuerpo para que me resulte importante una cuestión de este tipo. Escribo para que el agua envenenada pueda beberse
(De ‘Hilos’)
Me pedís palabras que consuelan, palabras que os confirmen vuestras ansias profundas y os libren de angustias permanentes. Pero yo ya no tengo palabras de este género. Aceptad mi silencio: lo mejor de mí. Huid del soplo que pronuncia, en mi boca, la amarga condición de lo humano. Y, entretanto, dejadme contemplar el vuelo de la ropa tendida en las ventanas.
(De ‘Hilos’)
Podríamos jugar a hacer metáforas, al fin y al cabo es por analogía que aprendemos el mundo y sus causas. Podríamos disponer en versos las palabras, como antiguamente, para poderlas recordar, recordar lo importante. Pero ha pasado el tiempo, ya nada es importante, sólo el aire, tres sílabas apenas, en la página.
(De ‘La herida en la lengua’)
Éramos diez o veinte o ciento veinte —es difícil contar con la sangre en los ojos— Les temblaban las manos al apuntar.
No dictaban las reglas un dios ni un hombre sabio sino una simple alambrada.
(De ‘Cual menguando’)
Contener el vaho de las pérdidas y el obstinado aliento de los sueños.
Cual, una rama de enebro en la mano, defendiendo la madriguera.
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