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Ana Carrasco-Conde confiesa depositar confianza en el ser humano, incluso tras haber analizado de forma exhaustiva el mal que ha perpetrado en la historia. Por ello, confiesa que el acto más valiente y más «revolucionario» ante la barbarie en la que está sumido el mundo es tan sencillo como «dar los buenos días».
Durante la tarde lluviosa ayer, el Aula de Cultura de SUR volvía a ser punto de encuentro de la mano de los periodistas Antonio Javier López y Alberto Gómez, con el fin de arrojar luz sobre ciertos temas en el centro cultural La Malagueta de la Diputación Provincial. Aunque en esta ocasión, el abismo de esta tertulia estuvo más cerca del lado oscuro, de la parte más malvada del hombre.
El nuevo libro de la filósofa Ana Carrasco-Conde, 'Decir el mal', realiza una profunda reflexión sobre este y los tipos de daño que existen, aunque para obtener unas conclusiones generales, la autora confesaba que tuvo que indagar mucho, incluso leer al Marqués de Sade. «Me repugnaba la idea de leerle, tenía muchos prejuicios. Leyendo a Sade me di cuenta de que se repetían siempre las mismas torturas y yo pensaba: ¿Otra vez?», relataba, momento en el que se dio cuenta, «al estar embuchada de horror» que la indiferencia se apoderó de ella: «El sufrimiento de alguien en guerra es único y singular. La persona que lo viva no va a experimentarlo más veces y decir: ¡Qué aburrimiento!», ejemplificaba.
De este modo, relacionaba la situación de guerra con el concepto de «hacer el bien», pues recordaba, «sin defender la invasión a Ucrania», que para algunas personas «Putin está haciendo un bien, un bien para sí mismo». En este sentido, Carrasco-Conde hizo una aclaración sobre aquellas «dinámicas que repetimos, que normalizamos y que nos vuelven indiferentes: «La indiferencia es peligrosa, porque reforzamos las lógicas del daño».
Para ser capaces de evitar el mal, ponía el punto sobre la consciencia. Si bien en su libro intenta «desarticular a la víctima y al perpetrador», lo hace de una manera singular: utilizando la primera persona del plural, haciendo ver al lector que «nosotros también hacemos daño innecesariamente», aunque su relato no tenga como objetivo «señalar con el dedo», sino dar las claves para remediarlo.
Una de las preguntas de los periodistas de SUR llevó la conversación al concepto de empatía, capacidad que Carrasco-Conde desacreditaba como posible. «No estoy en tu piel y no sé cómo es tu vida, así que eso no se puede. Pero se puede educar en sensibilidad y no en sensiblería», reaccionó, relacionando su discurso con la intensidad con la que se empatiza con individuos que viven a 10.000 kilómetros. «Hay que ampliar el marco y saber que todo conflicto nos afecta a todos nosotros», aclaraba.
Por otra parte, hizo hincapié en la confianza en el otro, aunque reconocía que hay personas que no entrarían dentro de ese sentimiento: «Lo más valioso que tenemos es la vida y la vida tiene que ver con pactos y no con guerras. Deberíamos concienciarnos y pensar en qué tipo de 'nosotros' estamos trabajando: un 'nosotros global' o un 'nosotros pequeño'», concluía la filósofa antes de pasar a al turno de preguntas por parte de los asistentes. «El daño inevitable es la muerte y en el daño innecesario yo soy consciente de lo que hago y aún así lo hago», comentaba para cerrar una charla llena de respuestas.
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