Óscar Beltrán de Otálora, el miércoles tras la presentación de la novela en Bilbao ignacio pérez
Óscar Beltrán de Otálora

«Los escoltas fueron la línea de defensa contra ETA y muchos trabajan hoy en un supermercado»

El periodista se estrena en la novela con 'Tierra de furtivos', una historia de género negro que toma el pulso a la Euskadi de después de ETA

Viernes, 14 de enero 2022, 00:18

Óscar Beltrán de Otálora (Vitoria, 1967) es periodista de botas con barro y libretilla de notas. Gastó de ambas durante más de 30 años en el País Vasco de los años de plomo, pero también en la primera línea del yihadismo y el tráfico de ... drogas. Maestro y referencia de los que vinieron detrás, el hoy director de Desarrollo Editorial del Grupo Vocento da otro paso adelante y vuelca esa experiencia en 'Tierra de furtivos' (Destino), una novela negra sobre la Euskadi que vino después de las bombas. El detonante, el hallazgo de tres cadáveres en un pantano y una investigación que implica a una joven peluquera, a un ertzaina inmerso en antiguas disputas en el cuerpo y a un guarda forestal que antes fue escolta. Los tres, antihéroes, dibujan una trama repleta de luces y sombras que permiten al autor hacer memoria y, de paso, reivindicar el oficio del periodismo como uno de los más eficaces para contar historias.

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–De periodista a periodista, el titular es que da el salto a la literatura con 'Tierra de furtivos'...

–Sí, y me ha costado mucho. Me siento un periodista con vocación de escritor frustrado y durante bastante tiempo he estado intentando escribir una novela. Menos mal que las primeras pruebas no se publicaron porque eran bastante malas, pero sirven de entrenamiento...

–¿Es la literatura la evolución natural para un periodista que ha vivido de manera tan intensa?

–En mi caso sí, pero es una cuestión muy personal. Otros periodistas han elegido diferentes caminos: con libros más de ensayo, más periodísticos, grandes reportajes... Pero sí es verdad que los que vivimos aquello tenemos cierta inquietud por contar algo más de lo que se leía en las páginas de los periódicos y que no podías volcar porque a lo mejor no era periodismo o porque era una reflexión más personal. En mi caso, la salida ha sido la literatura y, además, la literatura negra, porque me encanta el género. Soy un adicto.

–¿Con este libro salda una deuda?

–En parte sí. El libro no habla de la época del terrorismo sino de la actual; aunque contiene reflexiones sobre el pasado y sobre cierta tolerancia hacia la violencia que aún existe en el País Vasco. Creo que todos tenemos que hacer esas reflexiones, porque fue un terrorismo que se desarrolló en el País Vasco pero que afectó a toda España. El nido de la serpiente estaba allí, pero no se puede decir que fuera patrimonio de los vascos.

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–¿Qué ha dejado por contar?

–Uy, muchas cosas (risas). Muchas que bien distraían de la acción o con las que dices «esto me lo guardo porque tiene recorrido». Aún quedan cadáveres en el armario.

–Que saldrán en otras novelas...

–Totalmente. Escribir es como una posesión diabólica.

–Dice mucho de la realidad de aquellos años que haya optado por el género de novela negra

–Sí, porque yo quería hablar de la violencia, pero no sólo de la disidencia radical de ETA, que ahora aquí son grupúsculos que piensan que fue un error dejar de matar. También quería hablar de la marihuana, de las plantaciones y de la violencia que se genera alrededor. En el último informe del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado se constata que el cultivo de marihuana ha crecido un 300% en los últimos tres años. Hay una percepción de que su consumo es inocente y no lo es: es peligroso en sí mismo; y detrás, además, hay una realidad criminal.

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–El personaje de Mikel es un antiguo escolta que ahora se gana la vida como guarda forestal. ¿Es la realidad de muchos a los que les costó encontrar su lugar tras la disolución de la banda?

–Totalmente. Creo que los escoltas se han quedado en tierra de nadie. Fue gente clave para la defensa de la democracia, se jugaban el tipo todos los días y muchos murieron; gracias a ellos los políticos se atrevieron a seguir en el cargo, igual que los periodistas, los empresarios o los profesores universitarios. Quise recoger en el libro la figura de un tipo que ha sido un héroe y que luego se tiene que reconvertir: los escoltas fueron la línea de defensa contra ETA, pero muchos trabajan hoy en un supermercado, otros se fueron a Somalia a defender a los barcos españoles de la piratería...

«Todavía se tiene que superar aquello, o al menos admitir que cada uno se colocó en un lado; y que había un lado bueno y otro malo»

«Hay que colocarlas en primer plano porque nos recuerdan lo que pasó y que ellos fueron la auténtica resistencia»

–¿Qué me dice de las víctimas, nos hemos olvidado?

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–Hay una tentación de hacerlo, pero yo creo que el olvido sería un error. Afortunadamente hay instituciones, por ejemplo el Centro Memorial de las Víctimas de Terrorismo, que son clave en la defensa del relato. Hay que seguir colocándolas en un primer plano y su relato es necesario porque nos recuerda lo que pasó y que ellos fueron la auténtica resistencia.

–Presentó la novela el miércoles e hizo 16 entrevistas. ¿Cuántas veces le preguntaron por 'Patria'?

–Para mí es un referente, porque 'Patria' tuvo el mérito de llevar el conflicto a la literatura de una forma ejemplar. Eso sirvió para que a los que conocimos aquellos años nos lo volvieran a explicar muy bien y para que las generaciones más jóvenes tuvieran una aproximación muy certera y completa de lo que fue ETA.

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–Su novela, sin embargo, pone el foco en el ahora. ¿Reconoce a esa Euskadi del posterrorismo?

–Como todas las sociedades, es muy compleja y diversa, donde cada uno tiene su propia visión de los hechos. Hubo gente que lo pasó muy mal, otros miraron para otro lado, otros acompañaron a las víctimas de manera heroica, otros apoyaron a los terroristas y otros practicaron la violencia. Todavía se tiene que superar aquello, o al menos admitir que cada uno se colocó en un lado; y que había un lado bueno y otro malo.

–Supongo que después de 30 años en la primera línea, escribir ha tenido una fuerte carga personal

–Sí, yo soy de esos chalados que va con una libretilla y se me van ocurriendo ideas, y cuando me siento a escribir desecho muchas porque algunas me emocionaban demasiado y son muy personales.

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–¿Qué recuerda de aquellos años?

–Fueron duros porque estábamos en primera línea de defensa de la democracia a través de la información. Había que tener un plus de vocación para seguir defendiendo la verdad con lo que escribías y saber que había unos totalitarios que querían eliminarte por eso.

–Habla de un plus de vocación, pero cuando se está metido de lleno, ¿también de inconsciencia?

–Totalmente, yo creo que las personas que hacen cosas que se salen un poquito de lo normal son unos inconscientes, porque valoras una cosa y de todas las demás te abstraes porque si no, no lo harías. La valentía siempre va unida a cierta dosis de inconsciencia.

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–Y el relato, ¿mejor en caliente o con el poso de la reflexión que dan los años?

–Yo creo que no hay que dejar de hacerlo porque queda mucho por contar. Piensa que hay 300 asesinatos sin resolver, que es una cosa tremenda. El relato no es como un libro que se cierra ni es una batalla, es algo que hay que ir ampliando porque relato sólo hay uno.

–Los jóvenes de hoy no saben qué fue ETA. Le pido que haga de periodista y explique en un titular qué fue aquello para los que han crecido sin las bombas de ETA

–Diría que vivimos en la peor de las realidades posibles y que sin embargo hubo gente magnífica que consiguió derrotar a los totalitarios.

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–También dice que esta novela es una oportunidad para conocer mejor el País Vasco. ¿Cree que durante una época los metimos a todos en el mismo saco?

–Eso es. Aquí hubo mucha gente que se enfrentó al terrorismo y sin embargo se tendía a ver a los vascos como montaraces, cerriles, que apoyaban en bloque la independencia, el terrorismo... Efectivamente, hubo cierta incomprensión. Yo me siento muy vasco y me encanta hacer de guía por mi tierra. Hay parajes de enorme belleza y no sólo es el tópico de la comida: la gente allí es fabulosa.

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