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Nadie es profeta en su tierra. Aurora Mateos es consciente de ello, aunque no deja de mostrarse sorprendida cada vez que recuerda los viajes de algunas de sus obras por diferentes rincones del mundo. La dramaturga presentó ayer en el Centro Andaluz de las Letras (CAL) un libro que recopila, precisamente, la adaptación de varios de sus títulos para el público de Grecia, donde sienten predilección por el trabajo de la malagueña. ‘Selección de obras cortas’ es un ejemplo de lo mismo que ha ocurrido con otros de sus proyectos, que han visto la luz en Estados Unidos, en varios países de América Latina, Rusia y Francia, entre otros. Gracias a los kilómetros puede comparar la forma en la que los artistas conviven en las distintas sociedades en las que crean, y llega a una conclusión para los de aquí: «El papel de los artistas es denunciar, nuestro rol está siendo muy pasivo».
En la vida de la escritora conviven dos personajes que bien podrían protagonizar una escena cotidiana en un bar de aspecto teatral: una dramaturga y una abogada. «Cuando era joven le dije a mi padre que quería dedicarme al teatro y él cuestionó que pudiera vivir de ello; yo le propuse hacer Derecho a la vez para pagar las facturas y desde entonces me dedico a ambas cosas». Pasó diez años trabajando para la ONU como abogada internacionalista, preparando informes sobre asuntos como la esclavitud infantil, entre otras injusticias. A pesar de que le gustaría que el teatro fuese su única dedicación, reconoce que su alter ego jurista la mantiene «en contacto con la realidad», creando un vínculo que alimentan sus obras y acentúa el espíritu crítico de sus obras.
La esclavitud infantil es sólo un ejemplo de los problemas sociales que se reflejan en los textos de Mateos. «Me gustan las historias de amor en las que la mujer tiene un papel diferente», como en ‘El suicidio del ángel’ (premio Martín Recuerda 2006), donde una joven árabe se enamora de un judío que tiene problemas mentales. Sin embargo, cuando defiende el papel crítico que deben tener los artistas no se refiere sólo a las grandes injusticias de los tiempos que corren: «En España se está pisoteando la cultura y ningún partido político ofrece en su programa una apuesta seria por el sector».
Con este tono reivindicativo, Mateos reconoce que, aunque muchos artistas comparten estas reclamaciones, el mensaje no está siendo escuchado: «No se nos puede olvidar que nuestro papel es denunciar». Aprovecha la ocasión para recordar a Miguel Ángel, el ilustrado del Renacimiento, que «se metía con los Médici a través de su arte». Mateos quiere trasladar ese tono «ácido», lejano a la política y centrado en utilizar la creatividad para la sátira, a los artistas del siglo XXI: «Deberíamos reinventarnos a la hora de reivindicar».
Mas allá de la lucha porque las instituciones españolas valoren el arte –no puede evitar sentirse en desventaja cuando en el extranjero ha llenado salas completas con lecturas de texto sin montar–, Mateos cree que «el teatro es vida concentrada» para la que hace falta vocación: «El ser humano es puro conflicto, los dramaturgos cogemos esos problemas y los convertimos en verbo». Asegura que su forma de contribuir a hacer un mundo mejor es «contando historias», y que si consigue que a alguien le cale el mensaje, «habrá merecido la pena».
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