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Un grupo de ancianas enfila el último tramo de su vida en la residencia Peña Hincada con la libertad deslenguada de quien ya no tiene nada que perder ni nadie a quien agradar. De ese hilo tira 'Hasta aquí hemos llegado' (Siruela), la novela que ... acaba de llegar a las librerías como ganadora del Premio Café Gijón 2020. Lleva la firma de Antonio Fontana (Málaga, 1964), que presenta su nueva obra como una suerte de moderno 'Decamerón'
-La referencia al clásico de Boccaccio llega desde la propia portada del libro. ¿Cuénteme ese parentesco entre el 'Decamerón' y su nueva novela?
-El 'Decamerón' sirve como modelo para esta novela. En el 'Decamerón' siete mujeres y tres hombres huyen de la peste negra que asoló Florencia, mientras en 'Hasta aquí hemos llegado' las protagonistas intentan huir de un virus más mortal que la peste negra: el virus de la vejez, al que nadie escapa. Me interesa mucho recalcar esa idea: puedes escapar al virus de la peste negra, como puedes escapar al virus del Covid, pero no vas a escapar al virus de la muerte.
-Ya que menciona el Covid-19, el tono general de su novela recuerda a aquella sentencia del cineasta Billy Wilder, que venía a decir algo así: 'Cuando la vida te parezca una comedia, escribe un drama y, cuando te parezca un drama, escribe una comedia' ¿Ha sido esa su intención?
-Sí, claro, es la mejor forma de enfrentar a la gente a realidades muy duras. Si lo dulcificas un poquito con ironía y con sarcasmo lo haces más llevadero. Ya lo he comentado en otras ocasiones, en esta novela aplico la receta de Mary Poppins.
-¿Entonces ese tono satírico ha sido una elección deliberada?
-Sí, porque las personas mayores con las que he tenido muchísimo trato eran así y he intentado reproducir un poco su forma de pensar y de vivir. Ese 'Me queda muy poco, estoy en el tramo final y aunque tengo momentos de amargura, la mejor forma de encarar todo eso es con una sonrisa, pero con un poco de veneno también, con el colmillo preparado y si te puedo dar una colleja, te la doy'. Aunque bueno, tampoco es que lo tuviera tan claro desde el principio... A ver. A mí los personajes se me sublevan.
-¿Y eso?
-Porque tienen vida propia. No es una pose ni nada de eso, de verdad. Es que yo me dejo llevar. Sé a dónde voy, pero me dejo llevar.
-Aquello que ha comentado en alguna ocasión de que escribe con brújula, pero no con mapa.
-Justo eso. Soy un escritor con brújula. No sé por dónde voy a pasar para llegar a donde quiero. Sé dónde quiero ir, pero no sé cómo llegar. Puede que suene raro, pero como escritor soy el primer sorprendido con las cosas que pasan en mis libros. Reconozco mi incapacidad para poner orden en los personajes.
-¿No le tienta atarlos en corto?
-Es mejor dejarlos, mientras vayan a donde quiero, me da igual, siempre que la cosa fluya y que el relato no se convierta en una auténtica revolución. La verdad es que tengo la manga muy ancha con mis personajes. Quiero sorpresas... Si supiera qué va a pasar en cada capítulo, me dedicaría a otra cosa, porque me aburriría mucho.
-¿Qué le interesaba del tramo final de la vida para poner ahí el foco de la novela?
-Creo que estoy escribiendo siempre la misma novela, siempre me fijo en lo mismo, lo que pasa es que ahora intento dulcificar un poco la mirada. Me interesa la sabiduría, la libertad que tienen todas estas personas y que les lleva a decir lo que les da la gana. No les importa cómo recibes las palabras que te dirigen, cómo viven ese final de la vida... En el fondo, no dejan de ser personas que recuperan el origen de la literatura, que empezó siendo oral. Estas personas son pura literatura, pura ficción. Cuentan su vida, pero la adornan. Me interesa mucho ese saber que llegas al final. Cuando somos jóvenes, todos nos creemos inmortales. La muerte no va con nosotros, ni el virus del Covid ni absolutamente nada. Cuando llegas a la madurez empiezas a sospechar que te estás equivocando y ya en la vejez sientes que estás en la parrilla de lanzamiento.
-¿Cree que la actual crisis sanitaria nos ha hecho replantearnos nuestro modo de vivir o se ha quedado por ahora en la superficie del impacto inicial?
-Creo que nos ha cambiado, sobre todo, la forma de relacionarnos. El saber que ahora no nos podemos tocar, que no nos podemos abrazar... Cuando fui a Madrid porque me habían dado el premio (Café Gijón), al regreso tenía que pasar por casa de mis padres y cuando les dije que me habían dado el premio, mi madre se levantó para abrazarme y darme un beso y tuve que decirle que no. Nos replantamos muchas cosas que dábamos por sentado. Ahora nos morimos de otra manera. Ni siquiera hemos podido verlas a nuestros muertos. Es otra forma de vivir y de morir.
-Hablando de formas de vida, hace unos años dejó atrás una larga trayectoria como periodista para dedicarse por entero a la literatura. ¿Con la experiencia de haber sido coordinador durante tres décadas de las páginas literarias de un suplemento cultural, qué opina ahora de la desconfianza que a menudo despiertan los premios literarios?
-Un libro con premio lo miraría con lupa, pero deseando que me sorprendiera. Entiendo esa prevención, lo que pasa es que hay premios con más o menos prestigio. Cuando he sido coordinador de las páginas de libros en un suplemento cultural no de dejado de dar libros con premios a la crítica, pero quizá sí he subido la exigencia.
-¿Cree que los lectores y los críticos debe ser más exigentes con un libro premiado?
-Sí, se debería ser más exigente. Tengo claro que un libro que haya ganado un premio no es el mejor libro que ha leído el jurado, es el libro que más le ha gustado al jurado. Libros buenos presentados a un premio habrá a 'punta pala', no voy a pensar que el mío es el mejor, porque si no se me despegarían los pies del suelo.
-Justo con los pies en el suelo parece estar el narrador de 'Hasta aquí hemos llegado'.
-Me gustar mirar a los personajes a los ojos, como hace por ejemplo, Cervantes. Cervantes no juzga a sus personajes, se pone a su misma altura. Intento comprenderlos, aunque no esté de acuerdo con muchas cosas de los personajes. Ya los juzgará el lector.
-Y con uno de los premios más notables de las letras en español recién estrenado, ¿anda ya en alguna otra historia?
-Sí, claro. Siempre. Yo antes del Covid ya estaba confinado.
-¿Cómo es su proceso creativo?
-Trabajar, trabajar y trabajar. Vivo la literatura como un trabajo, otra cosa es que sea el trabajo que por suerte he podido elegir. Trabajo todos los días. Me cuesta todo, porque admito que no tengo el don de la palabra. No pongo la mano en el teclado y sale una palabra y otra y otra... No. Me cuesta muchísimo escribir y luego, corregir. Hay que ser siempre muy exigente porque el lector no es tonto. Por eso creo que un texto gana más cuanto más podas.
-¿No es entonces de los que dicen disfrutar escribiendo?
-No, no, no... Bueno, con esta novela me lo he pasado muy bien, la verdad, porque es una novela que no reconozco como mía.
-¿Por qué?
-Pues porque no tengo sentido del humor (ríe).
-Pues ahora se está riendo...
-No es lo mismo. Las bromas me cuestan mucho. Puedo ser jovial, pero creo que no tengo sentido del humor. De hecho, miro esta novela y miro la anterior ('Sol poniente', Premio Málaga de Novela) y me digo 'Anda, parece que me voy dulcificando, que voy encontrando caminos menos agresivos que en los libros de juventud'. Cuando somos jóvenes somos muy airados, muy rebeldes y ahora creo que voy contando las cosas de una forma menos beligerante. Igual es que me voy acercando a la madurez como persona y como escritor.
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