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Lucharon contra su propio deseo, esos «placeres prohibidos» que nacieron «sobre torres de espanto», como escribió Cernuda. Algunos se avergonzaron de su condición ... sexual, otros la gritaron hasta dejarse la voz. Cerraron la puerta del armario bajo cien candados, la reventaron a golpes o la dejaron entornada. Y a menudo todas esas reacciones, de la culpa al orgullo, cupieron en una misma biografía. «Yo soy inmenso. Contengo multitudes», explicaba Walt Whitman sobre sus contradicciones. Todos pagaron la factura de la diferencia, a veces con la muerte. Pusieron palabras a lo que nunca había sido nombrado, desafiaron la censura y callaron críticas feroces y comentarios entre dientes, a menudo procedentes de sus iguales. Porque poco importa que fueran enemigos o aliados de la causa: los juicios a destiempo resultan estériles, incluso irrazonables cuando los hechos no se sitúan en su contexto histórico. Pero también hubo vida entre tanta épica, felices resquicios de luz sobre el drama, un gozo «de buscador de orgasmos», como alguna vez confesó Gil de Biedma.
Los conflictos internos constituyen uno de los terrenos más fértiles para la poesía. «No hay en el mundo fuerza como la del deseo», escribió Lorca, fusilado por las autoridades franquistas en 1936. Su caso puede considerarse un punto de inflexión en la lucha por los derechos del colectivo: aunque algunos han intentado desligar su condición sexual de su asesinato, el informe policial le atribuía «prácticas de homosexualismo y aberración» para justificar un crimen vergonzoso. ¿Qué clase de país mata a sus poetas? Cernuda, otro coloso del 27, le dedicó una sentida elegía: «La muerte se diría / más viva que la vida / porque tú estás con ella». Aquella generación poética resulta fundamental para entender las reivindicaciones posteriores. La 'Oda a Walt Whitman' de Lorca, perteneciente a su apabullante 'Poeta en Nueva York', revela las paradojas del genio granadino, que detestaba el amaneramiento pero por entonces ya se partía la cara, y era presumido, para defender al «niño que escribe / nombre de niña en su almohada».
También 'Sonetos del amor oscuro' muestra al Lorca más libre. Cernuda, que acabó reuniendo su obra bajo el esclarecedor título 'La realidad y el deseo', reivindicó pronto la necesidad de abrazar la diversidad: «Si el hombre pudiera decir lo que ama, / si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz». La influencia de varios autores homosexuales europeos, como Oscar Wilde, André Gide o Marcel Proust, convertidos en referentes, contribuyó a ensanchar la libertad practicada por el grupo del 27, del que forman parte otros referentes como Emilio Prados o Vicente Aleixandre. Pero conviene detenerse aquí para desempolvar la obra de Lucía Sánchez Saornil, que sufrió, como tantas otras, una doble discriminación: como mujer y como lesbiana. Durante años firmó con un seudónimo masculino que le permitió denunciar las estrecheces del concepto de feminidad aceptado socialmente. Por eso escribió sobre estatuas blancas, imágenes frías y novias tristes sin amor: «Que el pasado se hunda en la nada. / ¡Qué nos importa el ayer! / Queremos escribir de nuevo / la palabra mujer».
La dictadura dejó caer su telón de acero para ocultar una realidad que ni siquiera el aparato franquista fue capaz de silenciar, al menos del todo. Representantes de la generación del 50, como Jaime Gil de Biedma o Gloria Fuertes, que alcanzaron cotas de popularidad insólitas entre escritores, especialmente en el caso de la autora madrileña, resquebrajaron el hermetismo del sistema, dejaron su caspa a la vista: «Me nombraron patrona de los amores prohibidos». También el poeta catalán, capaz de bucear en los bajos fondos para agitar a la clase alta de la literatura española, encontró tiempo para insuflar oxígeno a los demás pese a estar él mismo inmerso en una espiral de autodestrucción: «Cuánto quise morir / o soñé con venderme al diablo, / que nunca me escuchó. / Pero también / la vida nos sujeta porque precisamente / no es como la esperábamos».
Ejemplos procedentes del otro lado del océano, como los de Reinaldo Arenas, perseguido por la dictadura cubana, o la autora uruguaya Cristina Peri Rossi, decisiva en la renovación de la poesía en castellano de las últimas décadas, fueron recibidos en España como faros en medio de la oscuridad. Peri Rossi llegó a escribir: «Para que yo pudiera amarte / en España hubo una guerra civil / y Lorca murió asesinado / después de haber viajado a Nueva York». La llegada de la democracia y el cambio de siglo permitieron rebajar la carga trágica y digerir la libertad sexual con más naturalidad, con más alegría también. Autores consolidados como Juan Antonio González-Iglesias y nuevas voces como las de Ángelo Néstore continúan la estela iniciada décadas atrás, añadiendo palabras a lo que hasta hace no tanto nunca había sido dicho.
Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del amor que reparte coronas de alegría.
No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado,
y sobrevivido en una de sus playas.
De modo que Cervantes era manco;
sordo, Beethoven; Villon, ladrón;
Góngora de tan loco andaba en zanco.
¿Y Proust? Desde luego, maricón.
Negrero, sí, fue Don Nicolás Tanco,
y Virginia se suprimió de un zambullón,
Lautréamont murió aterido en algún banco.
Ay de mí, también Shakespeare era maricón.
También Leonardo y Federico García,
Whitman, Miguel Ángel y Petronio,
Gide, Genet y Visconti, las fatales.
Ésta es, señores, la breve biografía
(¡vaya, olvidé mencionar a San Antonio!)
de quienes son del arte sólidos puntales.
Aristóteles dice: un cuerpo bello
debe de ser percibido en su totalidad.
Así te vi llegar esta mañana.
Venías de correr una hora en bici
por la orilla del río. Te duchaste.
Estuvimos nadando juntos. Varios
largos en la piscina transparente.
Nos amamos después, enamorados
de ser distintos y de ser iguales.
Por la tarde estudiabas o escribías.
Te vi algunos instantes. Pero ahora
que duermes a mi lado respirando
desnudo en el calor de junio, a oscuras,
creo que el filósofo no se refiere
sólo a la epifanía en el espacio,
al golpe único de la materia,
sino también al cuerpo hecho de tiempo,
a la suma sencilla de momentos
que queda para siempre en el registro
general de los días de este mundo.
Aristóteles dice: un cuerpo bello
debe ser percibido en su totalidad..
Por la mañana abandono mi sexo.
Al atardecer vuelvo
cuando me desnudo para entrar en la ducha.
Mi madre siempre dice que tengo los hombros de mi padre.
Con el vaho en el espejo el contorno es más ancho, más
generoso.
Dibujo una línea recta con los dedos, con la mano la deshago.
En los ojos guardo la tristeza de las muñecas
que jugaron a ser hijas
y que mis padres acabaron regalando.
El agua fría me trae a mi cuerpo,
escondo el pene entre las piernas.
Mamá, ¿a quién me parezco?
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