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El hispanista Ian Gibson, ayer, en la Plaza de la Constitución
Ian Gibson: «Pago mis impuestos en España a diferencia de algunos padres de la patria»

Ian Gibson: «Pago mis impuestos en España a diferencia de algunos padres de la patria»

El escritor irlandés presenta en la Feria del Libro ‘Aventuras ibéricas’, un recorrido por España en el que muestra su amor por el país y critica «lo que no me gusta»

Francisco Griñán

Miércoles, 7 de junio 2017, 00:18

La quedada es en la plaza de la Constitución. En el Central que, según confiesa, no ha perdido el sabor de los viejos cafés de Málaga. Lleva allí un rato. Y una caña de adelanto. Me espera en la terraza. Mirando los pájaros, como buen ornitólogo, aunque su perfil más conocido es el de hispanista. En la mesa descansa un phone antiguo sin smart. La inteligencia ya la pone Ian Gibson (Dublín, 1939) cuando habla. También tiene un bloc en las que ha estado tomando notas. En tinta roja. Demasiado pronto todavía para preguntarle qué ha escrito. Cuenta que ha pasado por delante todo el colegio de los Maristas con una marcha por su bicentenario. Y que le ha sorprendido que la festividad de alumnos y profesores no estaba reñida con el orden. También recuerda que en una mesa cercana conoció en un Festival de Málaga a la actriz Silvia Pinal, la Viridiana de Buñuel. Y entonces se lamenta de que su trilogía sobre Lorca, Dalí y el cineasta aragonés se quedará incompleta por falta de financiación para la última. «No pienso volver a la investigación, a partir de ahora haré ficción y ensayo», dice sin ocultar su cansancio ante la dificultad de los estudios en nuestro país.

Gibson sigue siendo aquel, que diría Raphael, aunque ha abierto una nueva etapa en su vida. Después de convertirse en malagueño durante un tiempo hace tres años, la Feria del Libro lo trajo ayer de vuelta para presentar Aventuras ibéricas que dice que no es una autobiografía... aunque se le parece. «Por primera vez me permito hablar en primer persona, de mis impresiones, recorridos, viajes, referencias y critico lo que no me gusta», reconoce el escritor e investigador, que añade que su libro es una incitación al viaje. «Quiero que la gente salga de casa», señala este enamorado de España que llegó hace más de medio siglo atraído por Doñana y no encuentra el momento de irse. «Me ofrecen que vaya a vivir a EE UU, pero me niego a abandonar la Península», insiste Ian Gibson en el momento en el que su mujer, Carole Elliot, se une a la mesa tras un paseo.

En el libro habla de su predilección por los museos arqueológicos tiene apuntado el Museo de Málaga en su lista de tareas pendientes y confiesa tener fe en que la «cultura» cambiará el país, aunque algunos lo llamen «romántico». Y lamenta que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, confiese que no ve cine español, porque lee. «¡Si los libros y el cine no son incompatibles!», exclama este irlandés con pasaporte español, que no solo es hispanista militante sino practicante. «Pago mis impuestos aquí y no tengo cuenta en Andorra o Suiza, como algunos padres de la patria, entre ellos, catalanes», dice sacando esa ironía irlandesa que él ve prima hermana de la cervantina. Y la andaluza. «Admiro el cachondeo mental de los españoles», admite el escritor que se siente también uno de los nuestros para «despotricar de la patria».

Lorca y las cunetas del franquismo también asoman en la conversación. «No entiendo porque algunos se niegan a reconocer el horror de la dictadura. Lo de reabrir heridas es una calumnia y el ejemplo es Málaga, donde su alcalde Francisco de la Torre ha tenido la decencia y la magnanimidad de no impedir la identificación de las fosas de San Rafael», explica el escritor que estuvo en la inauguración del monumento a las víctimas en el cementerio malagueño. «Allí habló un alcalde del PP y no pasó nada, como no pasaría absolutamente nada en el resto del territorio», se muestra tajante Gibson que opina que el Valle de los Caídos es un problema que hay que solucionar. «Si fuese inteligente la derecha no se opondría porque desde mi punto de vista es la gran asignatura pendiente de la democracia y se ganarían el respeto del mundo», asegura.

Encuentro con Antonio Soler

Hablando de Málaga, explica que se vino a vivir a La Malagueta para «trabajar al lado del mar». Y para ver gaviotas, vencejos y otras especies que desfilaban ante su balcón. Pero echaba de menos otras alas. Las de su biblioteca personal y los miles de volúmenes que no cabían en el pequeño apartamento playero, interviene Carole Elliot, que añade que a ella no le habría importado quedarse. Entonces Gibson se acuerda de las amistades y complicidades. «Uno de los beneficios de vivir en Málaga fue conocer a Antonio Soler. Su último libro, Apóstoles y asesinos, lo he leído con lupa y subrayándolo», admite el hispanista que añade que uno de los que le inspira para dejar la investigación y seguir con la ficción es el autor de Las bailarinas muertas.

Entonces, sin necesidad de que se lo pregunte, cuenta que dos personas, una de ellas en silla de ruedas y que se llamaba Antonio Pretel, le habían reconocido en el Café Central y que, después de la charla, le habían inspirado un poema. Coge el bloc de la mesa ylo recita con la misma pasión que la tinta roja con la que están escritos los versos:

«Dos

palomas blancas,

blancas

contra el cielo

azul, azul

Plaza de la Constitución

Málaga en el

corazón».

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