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Francisco Griñán
Sábado, 22 de abril 2017, 02:16
Más de uno se acordaría anoche de Almudena Grandes. No solo de su personal intervención en la anterior edición de Málaga 451: La Noche de los Libros, sino de esa novela que trata de mantener la calma en la agitación: Los aires difíciles. El título le venía al vuelo a la tercera edición de la velada noctámbula y literaria de La Térmica que tuvo que luchar contra los elementos. Concretamente contra ese temporal que, pese a soplar con fuerza, no pudo con ese otro vendaval de citas, frases, versos, historias, pensamiento y diversión bajo el que anoche se conjuraron los miles de asistentes que encontraron refugio al calor de los libros. Unas páginas que alcanzaron esos Fahrenheit 451 de los que hablaba Ray Bradbury en la novela que ha servido de inspiración a este evento organizado con nocturnidad, letras y alevosía. Un ciclo que volvió a acertar con una selección de autores convertidos en auténticas estrellas de la noche y de actividades varias, cuyo éxito, invita incluso a replantear la fórmula.
De hecho, cerca de mil personas se propusieron ayer escuchar al escritor francés Michel Houellebecq, ya que la cola que esperaba fuera del auditorio Edgar Neville era más numerosa que las 400 butacas que admitía el aforo. Una fila kilométrica que se quedó sin escuchar al que es uno de los grandes agitadores de la literatura mundial ya que el patio de butacas del recinto ya estaba lleno. Un éxito que la organización había previsto dar respuesta con un escenario al aire libre que admitía 500 personas sentadas y otras tantas de pie, pero que quedó sin efecto en la mañana de ayer al tener que trasladar este escenario al interior del auditorio de Diputación por el fuerte viento que reinó hasta la tarde.
Lo que es evidente es que el antiguo Centro Cívico se ha quedado pequeño para algunas de las propuestas de más éxito y caminar incluso por La Térmica se convirtió en ocasiones en una aventura que seguro hará revisar las ediciones venideras. Ni el mal tiempo de ayer pudo con las ganas de disfrutar de los libros. De los que los hacen y de los que los leen.
Como ocurrió con el primer gran invitado de la noche en tomar la palabra. El escritor guipuzcoano Fernando Aramburu que apareció en un abarrotado Auditorio Edgar Neville para hablar de su última novela, Patria, con el también autor Juan Cruz. Una conversación en la que dejó claro que se alegraba del éxito de su libro sobre el silencio y la complicidad ante la violencia de ETA por el debate «incómodo» que ha provocado en la propia «sociedad vasca». «Celebro la acogida de este libro no porque aspire al triunfo sino porque tengo la impresión de que hay una estrategia de meter a las víctimas debajo de la alfombra como si fueran un polvo molesto», afirmó.
Ese escritor intelectual y comprometido también dejó salir a ratos ese perfil de humor que aflora en otras de sus novelas. Así reveló que de joven llegó a hacer alguna gamberrada artística como «pintar el Peine de los vientos de Chillida», pero se dio cuenta de que lo negativo no conducía a camino alguno ya que «más allá de la crítica uno tiene que aportar algo positivo a los demás». Y relató su descubrimiento de la lectura después de intentar ser un «gran futbolista», probar fortuna con el ciclismo «ni me dejaron participar en una carrera» y finalmente, quedar «penúltimo» en jabalina. Y como si fuera un deporte competía con sus amigos en la adolescencia a ver quien leía el libro más gordo. Algo que finalmente le salvaría. «Mi pasión por el idioma fue como un juguete que me sacó del pozo social en el que me tocó nacer», admitió.
Y mientras Aramburu terminaba su charla, Marwan se subía al escenario musical de La Noche de los Libros con un éxito total de público. Tanto que sólo la música podía moverse a sus anchas por el aforo de una noche que, por fortuna, resultó menos ventosa de lo esperado. Otro cantante también tomaba por entonces el micrófono, aunque no para entonar, sino para recitar. Thurston Moore, líder de Sonic Youth, inauguraba la exposición homenaje a William Burroughs, Nova Convention, con unos poemas de su propia cosecha, a la vez que relataba que cuando tenía apenas 19 años conoció al escritor y novelista en el Nueva York de finales de los 70. Concretamente en el Entermedia Theather, donde se reunieron Patti Smith, John Cage, Laurie Anderson, Philip Glass, Fran Zappa o Timothy Leary para cantar y reconocer la influencia del novelista y gurú de la Generación Beat. Aquel tributo es el que revive la exposición inaugurada ayer en La Térmica y que ha comisariado el propio Thurston. Que siguió con sus poemas. Hasta que alguno con ganas de más le pidió que sacara la guitarra a lo Sonic Youth. Pero no la traía en el equipaje.
El Auditorio Edgar Neville seguía repleto para escuchar cerca de la medianoche al pianista James Rodhes, que habló de su vida con la misma sinceridad, honestidad y franqueza con la que lo hace en Instrumental, la autobiografía en la que descubre la tortura que sufrió de joven y que la música le ayudó a superar. Un libro que pone la cosas por su nombre y e el que habla de «violación» en lugar del más eufemístico «abusos».
Por el espacio dedicado al ensayo desfiló Vicente Molina Foix para hablar de su biblioteca. Además de libros, reveló que había pasado por el Museo de Málaga y se llevaba para casa un pin de la obra estrella de la pinacoteca, Y tenía corazón. Sentimiento cardíaco también le puso el escritor Luisgé Martín con una sesión golfa solo para mayores de 18 años que tituló Una noche al revés. Una particular versión de Eva al desnudo en la que el escritor desgranó su primera experiencia homosexual al hilo de su autobiografía del revés.
Pasada la medianoche, el espacio de la poesía, por el que ya habían pasado Carmen López, Biel Mesquida, Amalia Bautista y Ben Clark, recibi al cubano Alexis Díaz Pimienta que, desde que se presentó, se ganó la curiosidad del público: «Mi arte es el repentismo». Así, de repente, más de uno descubrió aquí uno de ellos esta variedad de la improvisación que tiene discípulos en casi toda Latinoamérica. Una frase o una palabra servían al poeta y artista para crear estrofas que, por si era poco descubrimiento, tuvieron acento malagueño. «Para el repentismo uso la décima espinela que se llama así en honor de su creador, el rondeño Vicente Espinel», relató Díaz, creador del método Pimienta para la enseñanza de la improvisación. Un apellido que define no solo su sistema, sino su entretenida y especiada puesta en escena.
Al cierre de esta crónica la noche seguía joven. Con música, literatura y conversaciones. Y menos libros en los mostradores. Muchos ya iban para su casa a conocer su nueva librería.
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