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miguel lorenci
Martes, 21 de junio 2016, 23:58
«Lola Flores, una artista española, no canta ni baila, pero no se la pierdan». Así saludó The New York Times la presentación de La Faraona en EE UU en 1953. Temperamento, pasión y arrojo suplieron en la vida y en las tablas las carencias de la irrepetible artista que tiró de gracia y descaro y que, dos décadas después de su muerte, es una leyenda muy viva. Un mito de muchos perfiles a través del cual Alberto Romero radiografía la España que acertó a viajar de la dictadura a la democracia embarcándose en una transición tan alabada como demonizada.
Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo se titula el libro que edita la Fundación José Manuel Lara y que ganó el premio Manuel Alvar de ensayos humanísticos. A caballo entre la biografía y el ensayo sociológico, cuenta cómo España pasó del gris al color a través de una personalidad compleja que encandiló al pueblo, coqueteó con la dictadura, sedujo a la progresía y fue chivo expiatorio en la democracia.
Una artista que no bajó jamás de la cima a pesar de sus limitados recursos, que cameló y se dejó camelar por el franquismo mientras coqueteaba con el México republicano de Cárdenas y a quien su biógrafo llega a describir como «una Mata-Hari con bata de cola». Pero también una madre coraje, una leona que defendió con uñas y dientes a sus cachorros, cumplida esposa pero amante secreta y fogosa. Una flamenca sin pedrigrí que gitaneó más que nadie sin ser gitana e hizo historia en el flamenco sin ser flamenca.
Romero, profesor de Literatura Española en la Universidad de Cádiz, recorre su trayectoria en el teatro, la copla, el baile, el cine o la televisión. Demuestra que «temperamento y pasión» fueron las armas de esta mujer única «que llenó tablaos sin tener duende pero mucho pellizco» y que supo aliarse con los mejores. «Sin ella Manolo Caracol no habría sido nada y viceversa, y fue Lola quien le dio la alternativa a Camarón de la Isla cuando no era nadie», destaca.
Como «una impecable radiografía sociológica de España entre la posguerra y el posfranquismo a través de la trayectoria de una artista legendaria», definió el jurado que lo premió un libro en el que no caben el morbo, el escándalo o la tinta rosa. «No entra en el terreno personal, ni permito que el personaje popular eclipse a la artista profunda», arguye el biógrafo. Lo abordó «como una tesis doctoral» para «llevar a Lola Flores a la universidad y a una historia oficial de la que fue excluida».
Para Romero «la gran enemiga de Lola Flores fue ella misma». «Creó un monstruo que aún pervive cultivando a conciencia esa imagen frívola que acabó sepultándola», lamenta el biógrafo de María de los Dolores Flores Ruiz, nacida el 21 de enero de 1923 en Jerez de la Frontera (Cádiz) y fallecida en Madrid el 16 de mayo de 1995. Romero aborda sus orígenes en la efervescente escena flamenca de los años treinta y las sucesivas encarnaciones del personaje desde los inicios de la Niña de Fuego hasta la consagración como La Faraona, analizando su huella en nuestra memoria sentimental.
«Supo adaptarse a los tiempos sin abandonar su esencia, para convertirse en los últimos años en contradictorio icono de la posmodernidad», explica Romero. Analiza cómo La Faraona y el franquismo «se sirvieron y se engañaron mucho» y desvela su perfil «como una Mata-Hari en clave artística, siempre en bata de cola» que ayudó en las relaciones con México y Estados Unidos cuando Franco pugnaba por salir del aislacionismo.
Asegura Romero que con Lola Flores «la copla salió de ese cuarto de atrás del que hablaba Carmen Martín Gaite». Destaca cómo su cambiante perfil acabó seduciendo a la progresía intelectual que ya en democracia encarnaban figuras como Terenci Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Carmen Martín Gaite, Luis Antonio de Villena o Francico Umbral. Para el columnista, con sus «tórridas» interpretaciones en los espectáculos de Zambra, que desafiaron a la rígida y pacata moral del régimen, «Lola Flores hizo más por la mujer en la España de los 40, 50 y 60 que todas las feministas juntas de La Sonrisa Vertical».
Romero quiere «hacer justicia» a la figura de Lola Flores reivindicándola como «una pieza clave en la historia de nuestra cultura popular», lo que era «una asignatura pendiente». «Incorporó el neorrealismo a la copla, en teatros, cines, tablaos y conciertos», concluye el biógrafo de una artista «que soñó con ser la Ana Magnani de la copla» y que «desde la paradoja que suponía su gitanismo de adopción, ejemplifica la fuerza, la garra y el misterio de la cultura flamenca».
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