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Antonio A. Gómez Yebra
Sábado, 7 de noviembre 2015, 00:46
Estamos ante una fábula de mucho calado: en el valle de Okavango los elefantes de orejas pequeñas y los de orejas grandes se están mirando mal. Cierto que los de orejas pequeñas son los elefantes de la India, y los de orejas grandes son los africanos, y que no podrían coincidir en un valle de África, pero las historias son así: todo es posible, en especial si unos y otros son metáfora de dos tipos de seres humanos, como es el caso.
De modo que, considerando que unos están invadiendo el territorio de los otros y apoderándose de la comida que el valle atesora, los aborígenes deciden levantar un muro que impida el paso de los invasores. Así dispondrán de toda la comida que les pertenece desde antiguo. Elevado el muro, ya está hecha la separación, y los primeros pobladores se sienten seguros: ellos y sus pertenencias. Nadie les quitará lo que legítimamente les pertenece.
Pero la Naturaleza es sabia, y las lluvias llegarán para inundar el valle, hasta el punto de que pueden morir ahogados si no reciben ayuda del exterior.
Los elefantes de orejas pequeñas ayudarán a derribar el muro. ¿Algo más?
Todos los días la prensa, la radio, la televisión, nos propone situaciones semejantes entre los humanos. Y no hace falta trasladarse a ningún alejado valle africano de Okavango para constatarlas.
¿Estamos ante una gran lección sobre la convivencia entre los seres humanos?
Sin duda alguna. Y aviso para quienes nos empeñamos en crear fronteras/barreras separadoras/protectoras. También las ilustraciones, en tonos oscuros, nos están alertando.
Para todo tipo de públicos.
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