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'La joven que no podía leer': ¿Leer o no leer?

Antonio Garrido

Sábado, 7 de noviembre 2015, 00:46

El romanticismo desarrolló el dogma, no me entretendré en antecedentes, de la originalidad a toda costa. Nada del pasado servía, mejor dicho, era un lastre, una rémora de la que había que huir. Este punto de partida no era cierto en todos sus extremos. En el frontis del Casón del Buen Retiro se lee: «Lo que no es tradición es plagio». Una exageración pero hasta en las vanguardias encontramos elementos de inspiración, caso de las máscaras africanas, por recordar a Picasso.

Harding conoce perfectamente la tradición literaria en lengua inglesa y en este caso de sus estructuras y recursos narrativos. Los domina y es capaz de ofrecernos una historia apasionante que mantiene la tensión en todo momento. Unas veces el lector va por delante del texto y otras, como es el caso, el texto te coge de las solapas y te arrastra; es cuando lamentas que se vayan quedando pocas páginas.

Me pongo en plan osado y le llevo la contraria a la opinión del Daily Mail: «El autor siembra esta novela de múltiples misterios y sobresaltos al viejo estilo» Nada de viejo, muy nuevo, muy actual, porque el marco histórico de la narración puede ser cualquiera; en este caso es la Nueva Inglaterra de la década de 1890, pero lo que importa es el impacto en el lector, es la calidad de la prosa, es el control del tiempo, es la verosimilitud del ambiente y, sobre todo, las sorpresas; sobre todo la final al más puro Poe.

Desde el primer momento el lector tiene que estar muy atento. Un tal doctor Shepherd llega a la clínica que dirige el doctor Morgan. La técnica es intercalar frases que más que pistas ofrecen incertidumbres y que devienen en pistas a medida que avanza la historia. El mecanismo es muy sutil y vamos atando cabos. Como primera técnica el autor recurre a la idea del impostor con un secreto que guardar y no precisamente grato. La esfera de Shepherd y la de Morgan son diferentes pero en último extremo se unen en el morbo.

El psiquiátrico se encuentra en una isla, espacio aislado, allí reina Morgan con mano de hierro. Las enfermas llegan de tierra firme y son mujeres con diferentes enfermedades mentales pero todas graves. La disciplina es tajante y terrible. Se emplean terapias de la época. La ambientación es perfecta en todos los sentidos. Unas veces se emplean chorros de agua que medio ahogan a la paciente y otras veces se las ata amordazadas a una silla. Las pobres dementes pasan las horas sin hacer nada, sin nada que las estimule, sin caridad ni consuelo. La comida que les ofrecen es miserable. No se intenta curarlas, solo controlarlas.

Jane Dove es una interna, muy joven, delicada y lista. Shepherd decide aplicar una metodología de cariño y suavidad. Es un experimento y para hacerlo mejora su alimentación y la separa del grupo, le amuebla su habitación y le ofrece libros aunque ella no sabe leer y emplea unas distorsiones del lenguaje muy peculiares que contagian al supuesto doctor. Tiene recuerdos inconexos y su analfabetismo parece que fue impuesto en su niñez. Es muy aguda y despierta deseos sexuales en el ¿médico?

Por las noches una mujer se escapa de algún lugar y es violenta. ¿De quién se trata? Unas cartas de una mujer que escribe al verdadero Shepherd y su deseo de visitarlo pueden acabar con su mentira. Se trata de una joven obstinada que va a la isla. Cae la nieve, hace frío. Hay que solucionar la contrariedad.

La enfermera jefe es otro peligro; demasiados problemas al mismo tiempo. Hay que huir. Una cosa son los hechos y otras las interpretaciones que el protagonista hace. No diré nada más. Léase.

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