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'Mea cuba antes y después': Castrofobia

juan francisco ferré

Martes, 3 de noviembre 2015, 20:17

Cabrera Infante se exilia en 1965, primero en Madrid y luego en Londres, decide guardar silencio durante un tiempo, se concentra en reescribir Tres tristes tigres, que aparecerá censurado en España en 1967, y solo en 1968, incitado por el periodista Tomás Eloy Martínez en la revista argentina Primera Plana, comenzará a expresar el profundo desengaño respecto de la revolución cubana y el castrismo, a despotricar del grotesco tirano Fidel Castro y denigrar a sus no menos grotescos adláteres, con datos en la mano, hasta el triste final de sus días. De hecho, el último texto del volumen (La castroenteritis aguda) es el último escrito por Cabrera antes de morir en febrero de 2005.

En paralelo a su grandiosa obra narrativa y a sus brillantes textos sobre cine, literatura o ciudades, entre otros asuntos de la cultura o el mundo que atraían su insaciable curiosidad, Cabrera Infante fue construyendo durante decenios, de manera obsesiva y sistemática, una de las denuncias más implacables y veraces de los males maquiavélicos del totalitarismo del siglo XX, superando a sus versiones soviéticas, germanas, españolas o asiáticas.

Mea Cuba fue la bomba intelectual que Cabrera hizo estallar en 1992 para mostrar que en el centenario hispano no todo eran rosas de Indias y loores a Colón sino que había mucha putrefacción oculta. Es una gran idea del editor centrar este volumen de sus obras completas en este libro extraordinario para situar en su órbita textual otros libros complementarios. Y es que Mea Cuba es una fiesta total (de la literatura, del ingenio, del español, de la inteligencia) y es también, quién lo diría, la más perfecta descripción del infierno si puede admitirse que una gran isla tropical rodeada de islas más pequeñas hasta conformar un extraño archipiélago con forma de caimán o de tiburón del golfo pueda asumir, tras el paso de un ciclón revolucionario, una condición infernal.

Contra todo y contra todos, incluidas España y la UE, Cabrera acusa sin tapujos, narrando, con pormenores escalofriantes, la transformación de un paraíso natural en un infierno político de pesares y pesadillas incontables para sus habitantes, reconvertido después, por la magia del turismo, en un paraíso artificial para visitantes adinerados. Un infierno de régimen carcelario con sus círculos propagandísticos organizados alrededor del líder despótico de la revolución falsaria. El nombre de este sátrapa satirizado genera ingeniosos juegos verbales en Cabrera: Mefistofidel, Castración, Castroenteritis, Castrofobia, etc.

Pero no solo de política vive el expatriado ilustre. La pasión dominante de Cabrera era la literatura y en Vidas para leerlas habrán de rastrear quienes quieran conocer la moderna historia de la literatura cubana, una de las tradiciones hispanoamericanas más creativas, desde Martí, Lydia Cabrera, Lezama o Piñera a Sarduy y Arenas. En los irreverentes retratos de cuerpo entero de los escritores admirados, Cabrera se autorretrata con agudeza, pincel en mano diestra, sabiendo que él también forma parte privilegiada del cuadro.

Además, se incluye el único libro de Cabrera (Vista del amanecer en el trópico) donde el humor apenas aparece, pese a la disimulada ironía del título. Escrito tras el ataque de locura padecido en los setenta, Vista escenifica en viñetas de violencia desgarradora, al estilo del Hemingway inicial, la trágica cronología de Cuba desde sus orígenes geológicos hasta ese futuro presagiado donde la geografía habrá abolido al fin las pretensiones fallidas de la historia. Es aquí donde la visión pesimista de Cabrera Infante desborda las coyunturas del tiempo vivido y se proyecta hacia la dimensión filosófica de una lucidez mucho más intempestiva.

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