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j. ernesto ayaladip
Viernes, 30 de octubre 2015, 11:53
El tema del Holocausto no es nuevo en la trayectoria literaria de Martin Amis ni tampoco la temeridad creativa a la hora de tratarlo. Si en Experiencia, la primera entrega de sus memorias, publicada en 2000, hablaba con un tono serio y realista de su primera visita a Auschwitz, en La flecha del tiempo, novela publicada en 1991, ese mismo campo de concentración comparecía dentro de una lúdica pirueta narrativa en la que la acción transcurría hacia atrás como en el célebre relato Viaje a la semilla de Alejo Carpentier. Por otra parte, tampoco resulta una novedad en su carrera novelística la audacia de ubicar una relación de sexo en un campo de prisioneros.
A Martin Amis le seduce literariamente esta cuestión de resonancias celinianas: el amor en el infierno. Y vuelve a ella en La Zona de Interés, la polémica novela que se han negado a publicar sus editoriales habituales en Alemania y en Francia, o sea Hanser y Gallimard. Los dos huesos duros de roer que hay en ésta son el amor y el humor; un humor que no proyecta Martin Amis en absoluto sobre las víctimas de la Shoa sino sobre los asesinos y que constata lo que el fenómeno nazi tuvo no sólo de monstruoso sino también de ridículo, de farsa grotesca; un amor que irrumpe con una brutal ligereza en el plano de los que, en 1942 y 1943, son aún los vencedores y que sólo se puede hacer verosímil al ser narrado y descrito en el interior de la insólita burbuja en la que éstos vivían pese a moverse en la miseria ética y estética de esos escenarios de la vergüenza. Y es que lo que Martin Amis se propone hacer y logra es llevar a la novela esa misma banalidad del mal. La hazaña de este libro no es ya la de penetrar en la mente funcionarial, gris, metódica y mediocre de un artífice de la Solución Final sino la de hacerlo creíble en una ficción novelesca. El sujeto que representa esa maligna banalidad en La Zona de Interés es el comandante Paul Doll, un tipo que en uno de los capítulos será descrito por su propia esposa como un ser «tosco, melindroso, feo, cobarde y estúpido».
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Cristina Vallejo, Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa | Málaga
José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui (diseño)
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