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'Sin presente': Tábula rosa

maría teresa lezcano

Martes, 20 de octubre 2015, 13:13

En 1989, en el barrio lionés de la Croix-Rousse, varios jóvenes, herederos desencantados de unos padres activistas de mayo del 68 «Desde niño he aprendido que: los ricos explotan a los pobres, el norte aplasta al sur, las dictaduras fascistas son de una violencia ilimitada, el hombre destruye su entorno por avaricia, las especies animales desaparecen una detrás de otra () la economía es la guerra, la guerra está en otra parte», viven su Tabula Rasa: un colectivo en el que prevalece la creación artística y el aislamiento de un mundo que para ellos carece de todo sentido, y cuya contaminación intentan contrarrestar rechazando cualquier información audiovisual y suscribiendo el sistema de valores invertidos de la gnosis y el nihilismo feroz de Cioran: «Nos dejamos caer del nido familiar sin intentar siquiera sacudir las alas, quizás se nos lleve el viento, quizás nos pongamos a reptar, quizás se nos atrofien las alas y nuestra cola se cubra de escamas, quizás caigamos en el agua y nos convirtamos en peces, o quizás terminemos aplastados, y nuestros restos sirvan de humus y de alimento a los insectos y a los carroñeros».

Ellos son Chong, narrador de origen vietnamita del libro y aprendiz de escritor «La escritura me aterroriza: no soy bueno en lengua, no conozco la gramática, estoy pez en ortografía, no he vivido nada, no sé cómo contar una historia, no leo a grandes autores, no sé por dónde empezar»; Rambo, escultor de evas y adanes de desmesurados órganos genitales y de niños hidrocéfalos y de miembros atrofiados; Kao, aficionado a la automedicación y diplomado en una prestigiosa escuela privada de grafismo, y actualmente pintor de autorretratos de ahorcados y de casas en llamas; Sida, infectado durante una transfusión sanguínea; Steak, constructor de laberintos, trampas y jaulas de metal reciclado, e hijo de una pareja de politólogos que renegó de él tras una detención preventiva por tenencia ilícita de armas; Akira, filósofo del arte que enjuicia la esencia de la abstracción «El papel del verdadero artista es sacar al exterior lo que está en el interior y de devolver al interior lo que está en el exterior. Un artista es un alquimista»; Candy, novia de Steak, despedida de una clínica veterinaria por robar ketamina, y ahora dibujante de hombrecillos a los que tacha en rojo cabeza, manos y sexo.

Sin más proyecto vital que la libertad de creación y el rechazo a cualquier tipo de organización «No queremos organizar asambleas generales, tener que debatir, vernos esposados por un reglamento, tener obligaciones, tareas repetitivas que cumplir, papeleo que rellenar, no necesitamos subvenciones, nos negamos a depender de cualquiera», Tabula Rasa se autofinancia vendiendo hachís en el taller, con una hora punta situada alrededor de las 19.30 y una afluencia de diez a cincuenta clientes al día, alcanzando a veces picos de sesenta y convertidos todos sus miembros en peones de la economía de subsistencia paralela: «Llenarse los bolsillos con el dinero que ganas trapicheando drogas para comprar más droga y poder revenderla con objeto de consumir gratuitamente de manera continua».

Como ya sucediera en su anterior novela, Sida Mental, Lionel Tran aborda en Sin Presente el solapamiento de la realidad por una irrealidad anquilosante y antropófaga «¿Durante cuánto tiempo la contendrán, cuántas veces la rechazarán, la inhumarán unos milímetros por debajo de la realidad antes de que la cosa pete?», y el prohijamiento de la humanidad por una deshumanización tan corrosiva como inexorable en la que el tiempo se distiende y los conceptos se difuminan «si pudiéramos huiríamos hacia el interior, nos sumergiríamos en la oscuridad para desaparecer», y lo hace con un lenguaje afilado como una cuchilla de afeitar que va abriendo surcos sangrientos al deslizarse sobre la piel de la consciencia lectora. Libro apto para lectores de un grado de exigencia de 7,1 en la escala de Valente (del 0 al 9, aquí y en Lyon Croix-Rousse).

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