Secciones
Servicios
Destacamos
juanfranciscoferré
Martes, 6 de octubre 2015, 15:01
Se equivocan quienes creen que para ser moderno basta con leer a los autores del día. Para ser moderno de verdad habría que leer a los maestros actuales con similar inteligencia con que se lee a los maestros antiguos. Entre estos ninguno menos antiguo que Henry James, por cierto, a quien a estas alturas del siglo, cuando ya todos nos situamos más allá de la modernidad, habría que leer desde nuevas perspectivas para no recaer en las viejas añagazas de una crítica académica que ha quedado desmantelada en sus presupuestos y fundamentos, como demuestra, entre otras cuestiones, esta memorable nouvelle de James, acaso la más incisiva de sus ficciones breves.
El anónimo narrador, un intrépido investigador dispuesto a satisfacer a toda costa sus deseos literarios, se gana la confianza del lector y de su cómplice en la sombra, la señora Prest, a fin de infiltrarse en la lóbrega casa veneciana de las señoritas Bordereau, tía y sobrina, en pos de las reliquias documentales de su poeta venerado (Jeffrey Aspern). La anciana mujer, Juliana, quien a sus veinte años fue la amada lírica y quizá la amante prosaica del fogoso vate americano, podría estar en posesión de cartas que desvelarían la verdad desnuda de sus relaciones amorosas. Las escenas antológicas donde el narrador se enfrenta a la figura totémica de Juliana, musa juvenil transformada en momia centenaria, crean un paralelo irónico con la trama galante de encuentros equívocos con Tina, la sobrina solterona a quien la tía celestinesca, en nombre de rancios ardores, incita a dejarse cortejar y seducir.
James escribió deslumbrantes narraciones de fantasmas (Otra vuelta de tuerca) y sofisticados relatos sobre vidas discretas de escritores escandalosos (La figura en el tapiz), pero nunca entretejió con tanta malicia como aquí la dimensión fantasmal y la literaria para ofrecer una visión paradójica de la vida. El fantasma es un signo de la pervivencia del pasado en el presente, de su alucinante poder para perpetuarse y perturbar la mente de los contemporáneos. Así la literatura: el arte de transformar la trama desleída de la realidad en un espectro verbal dotado de mayor consistencia para el lector que las vivencias diarias.
Se discute aún el papel del narrador en la estética de James: los ingeniosos subterfugios y estrategias con que acosa al lector, la sintaxis laboriosa y laberíntica que le obliga a prestar una atención extrema al texto. Los de James son narradores arácnidos que, como en Hitchcock, juegan con los procesos mentales de la lectura para conducirla al punto de mayor perplejidad. La opacidad narrativa de James se resiste a la lectura superficial y exige del lector una actividad de desciframiento tan intensa como la del escritor.
La singularidad de Los papeles de Aspern consiste en reunir en un solo personaje a un narrador enmascarado que es un lector entusiasta de la literatura de otro, dispuesto a pagar el precio vital más elevado a cambio de poder fisgar, como un vulgar paparazzo, en la celosa intimidad de su ídolo.
La fascinación de James por los escritores como materia narrativa no es ingenua. Responde, más bien, a la voluntad de revelar cómo la vida burguesa se compone de partes luminosas, las que se exhiben en veladas y bailes mundanos, y partes oscuras, incluso tenebrosas, que se ocultan en secreteres, baúles y legajos amarillentos. Los escritores, fabricantes del sentido y la sensibilidad sublime de la burguesía decimonónica, son también los escribas venales de sus miserias y mezquindades, así como de sus secretos inconfesables, casi siempre de naturaleza venérea.
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Cristina Vallejo, Antonio M. Romero y Encarni Hinojosa | Málaga
José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui (diseño)
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.