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Un accidente de bicicleta

Antonio Garrido

Miércoles, 30 de septiembre 2015, 13:23

Estamos en Cambridge. Referirse a la importancia de su universidad es una tontería porque es más que sabido el prestigio y calidad de la institución. Ciudad escolar con colleges centenarios. Salamanca también lo fue hasta que la francesada destruyó la mayoría de sus escuelas. El marco de la narración es la ciudad universitaria con lo que eso significa de ambiente y de respiración, de tono y de formas, de impregnación secular. Me limito a describir.

En el escudo, tan gastado, dos ángeles dormidos esperan la llegada del Juicio Final. Están sobre una puerta, la de uno de los más antiguos colleges, el de St. Angelicus, cuya fundación se debe a una bula del papa Luna, aquel Benedicto XIII, tozudo como buen aragonés, que fue elegido con toda la legalidad y destronado con toda ilegalidad. Benedicto se trasladó a Peñíscola y allí murió aferrado a su legitimidad.

He nombrado a la más que bella ciudad de Salamanca. Una curiosidad, Benedicto XIII se preocupó mucho y favoreció a la universidad salmantina; de hecho, según la tradición se le representa en un escudo de la fachada.

St. Angelicus posee dos características: ser el más pequeño de todos y no permitir que sus profesores se casen; por supuesto, ninguna mujer puede traspasar sus venerables muros, sólidos como muros de fortaleza. Allí viven bastante apiñados. No tienen ni claustro, un árbol en un patio y las pequeñas estancias alrededor.

Imaginemos una familia muy tradicional, una familia de un párroco anglicano, severa, estricta. Fred Fairly es un joven profesor del college, un investigador con futuro, un científico que ha perdido la fe. Es tímido y sin experiencia de la vida; desde luego, nada de experiencia sentimental.

Un accidente desencadena la acción después de atinadas descripciones del espacio. Esta es una de las mejores cualidades de la autora. Posee una capacidad para el detalle, una agilidad en los matices, un tempo contenido, una naturalidad envidiable y, claro está, una excelente traducción de Jon Bilbao.

Junto a Fred está el personaje de Daisy, las peripecias de ambos discurren en paralelo hasta que el accidente citado los une en una habitación. No se conocen pero él queda herido de amor, no se me ocurre mejor definición aunque sea una expresión ciertamente cursi.

Un joven de vida convencional y una joven con una vida complicada, que ha sufrido necesidad y que tiene muy clara su vocación: quiere ser enfermera. Una joven trabajadora y con las ideas claras y mucha voluntad.

Hay que citar también la Sociedad de los Desobedientes, una especie de club de debates donde se practica el noble arte de la retórica. Dado un tema, se plantean las dos posiciones que deben ser defendidas y ahí radica el ejercicio. Se trata de aprender a usar la palabra, a convencer, a disuadir.

La estructura de la novela, dividida en cuatro partes, ofrece un título en cada uno de los capítulos, al modo tradicional. Este título informa o despista, no importa, ilustra de alguna manera y hasta es una propuesta que mantiene el interés. Existe una linealidad en los hechos pero con dos niveles definidos en función de la pareja clave. Las paralelas se encuentran, no en el infinito, sino en el último capítulo en el que una puerta y unos minutos ofrecen un final insospechado.

Ya he hablado del tempo, perfectamente medido. El narrador puede hacer lo que quiera y lleva al lector a formarse opinión sobre el comportamiento de Daisy que se ve abatida y desesperada. Su buen corazón, su humanidad, le han acarreado una quiebra en sus planes. No puede faltar el villano. Esta opinión cambia con una frase. En las descripciones también destaca la habilidad de la autora. Existe un sentimiento de la naturaleza muy clásico, muy equilibrado.

No me cabe duda de que los ángeles del escudo se despertaron al ver lo que ocurrió.

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