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maría teresa lezcano
Martes, 15 de septiembre 2015, 09:40
Mucho se ha escrito sobre el famoso Círculo de Cambridge, grupo de espías reclutados, durante la Guerra Fría, por la Unión Soviética en el Trinity College de Cambridge e infiltrados en la sociedad británica en calidad de topos. John Banville inspira el protagonista de El intocable, Victor Maskell, en uno de los miembros del círculo, Anthony Blunt, aunque no se trata en modo alguno de una biografía sino de una obra de ficción que narra la historia de Blunt a través del espejo de Maskell, que a su vez se refleja en la mirada de un Banville que en una entrevista recuerda con agrado que la directora del MI5 (servicio de inteligencia británico) se declaró gran admiradora de El intocable.
La narración de Victor Maskell, antiguo asesor de arte de la reina Isabel II que fue espía soviético (el asesor, la reina no consta), se inicia cuando Maskell, a punto de cumplir setenta y dos años, toma la decisión de dejarle al mundo, secundado por una supuesta periodista apellidada Vandeleur, un legado en forma de memorias en las que quedará expuesta su vida dividida en tres partes. En la primera, además de poner al lector en antecedentes sobre su actual situación «La deshonra pública es algo curioso. Una sensación palpitante en la zona del diafragma y una especie de cosquilleo por todas partes, como si la sangre se deslizase con dificultad bajo la piel, igual que si fuera mercurio. La excitación mezclada con el miedo produce un brebaje embriagador», evoca su infancia irlandesa tras la muerte de su madre y el posterior matrimonio de su padre párroco con otra mujer, a quien el desprecio asociado a la figura de la madrastra no haría justicia ya que siempre se comportó como una madre «Su nombre era Hermione. La llamábamos Hettie. A Dios gracias, no vivió lo suficiente para ver mi deshonra»; la enfermedad mental de su hermano Freddie; sus estudios en Cambridge y sus primeras amistades allí «Éramos la última hornada de gnósticos, éramos los guardianes de un conocimiento secreto, para quienes el mundo de las apariencias era únicamente una zafia manifestación de una realidad infinitamente más sutil, más real, sólo conocida por unos pocos elegidos, pero cuyas férreas e ineluctables leyes actuaban en todas partes».
La segunda parte de la novela explica la visión del arte del joven Maskell «Hubo un tiempo en que abogué por la primacía de la forma pura. En arte hay mucho que es meramente anecdótico, y eso es lo que atrae el sentimentalismo burgués. Yo quería algo duro y deliberado, verdaderamente natural»; describe sus primeros contactos con las redes de espionaje y contraespionaje, incluyendo un viaje a Rusia; rememora los años de guerra y la muerte de su padre. La tercera parte incide en la vida amorosa de Maskell, desde sus encuentros esporádicos en urinarios públicos, callejones oscuros, y siniestros pubs suburbanos, a su relación estable con Patrick, fallecido en extrañas circunstancias «Todavía le echo de menos muchísimo. Cuando pienso en él me sulfuro a causa del remordimiento y la vergüenza, y no sé exactamente por qué. Me atormenta la pregunta de si se cayó, se tiró o, tal vez (¡Dios mío!), le empujaron»; y desvela asimismo sus actividades de espionaje durante los años de la Guerra Fría, y su trabajo como conservador de la Pinacoteca Real.
Banville, quien suele bromear con su reputación de escritor para élites o de escritor para escritores «esa fama es un desastre porque los escritores no compran libros, y si lo hacen es para apuñalarte por la espalda» retrata con agudeza psicológica, ironía a menudo fronteriza del sarcasmo, y con su habitual virtuosismo estilístico, una época apasionante vivida por unos personajes observados a través del cristal irlandés de un Banville más que nunca definido con la siguiente frase: «Creemos hablar una lengua. Pero es la lengua quien nos habla a nosotros. Cada palabra ha sido utilizada ya un billón de veces y carga con el eco de todo ese uso; también carga, además, con el peso de todas las cosas que no dice».
Libro apto para lectores de un grado de exigencia de 7,9 en la escala de Valente (del 0 al 9, aquí y en Cambridge).
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José Antonio Guerrero | Madrid y Leticia Aróstegui (diseño)
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