Francisco Griñán
Jueves, 15 de enero 2015, 01:29
En la distancia corta, Boris Izaguirre (Caracas, Venezuela, 1965) conserva el carisma del personaje televisivo que se creó en Crónicas marcianas, pero se le ve diferente. Más reposado, aunque no ha perdido esa prisa con la que parece hablar; más observador, aunque sin perder un ápice de su espontaneidad. Se siente cómodo en el papel de escritor, aunque no responde tampoco al perfil tradicional del narrador. Ayer lo demostró durante la presentación en Fnac Málaga de su última novela, Un jardín al norte (Planeta), en el que se mete en la piel de la agente secreto Rosalind Fox que vivió la guerra civil y la dictadura. Atento al mundo que le rodea, Izaguirre habla también en esta entrevista de la Cuba actual y del debate que ha puesto el piropo en el punto de mira.
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El mundo de los espías siempre es fascinante, ¿pero que tenía de especial su protagonista?
Pues la mujer. No sentía miedo ni de ser espía, ni amante. Era una persona que siempre caminaba hacia delante con un espíritu de heroína romántica que nos deslumbra. Y en Un jardín al norte fascina todavía más por su perfil aventurero.
Hay algo de atrevimiento en escribir de esta espía cuando ha inspirado una novela con tanto éxito como es El tiempo entre costuras. ¿Qué quedaba por contar?
Mucho, porque no se sabe nada de su paso por Calcuta y su vida en Lisboa durante la II Guerra Mundial en el que sale apestada de ese Madrid de triunfadores de la guerra civil. Esas dos momentos no eran conocidos, porque el libro de María Dueñas no abarca ese espacio en la vida de Rosalind Fox. Yo presentí que ahí había una historia, aunque es cierto que esa intuición estaba muy guiada por la fascinación que el personaje había creado en los lectores de El tiempo entre costuras y en los espectadores de la serie de televisión. Sentí que allí había una buena novela, porque juega con elementos que me son afines como es convertir un personaje de la vida real en uno de ficción total y el hecho de atravesar la historia del siglo XX a través de sus guerras.
Rosalind también tuvo algo de novelista porque se inventó su propio personaje.
Si ella te escucha, no le habría gustado porque buena parte de las confesiones de sus memorias son precisamente las peleas que tenía con directores de periódicos en Marruecos, España y Portugal que la dibujaban como una Matahari y eso a ella le molestaba muchísimo. Pero creo que tenía algo de teatro y de construcción de un personaje que le sirviera como escudo y defensa de la persona real. Por eso, en la primera parte de la novela trata tanto de las apariencias porque yo creo que ella construye un mundo desde el que después desarrollar su labor de espionaje.
Una digresión. ¿Qué opina sobre el piropo como una forma de machismo?
Probablemente, en algunos lugares puede serlo. Recuerdo esas infames noticias de violaciones colectivas de mujeres en países como Egipto o India. Desde luego con el piropo se puede cruzar una complicada línea hacia el machismo y el insulto cuando la intención puede ser la contraria.
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¿Usted no es de piropos?
A mi no me gusta. Me parece más interesante el halago, aunque también hay que tener cuidado porque puede generar desconfianza. La relación del piropo y el halago es parecida a la del aspecto y la apariencia que es uno de los grandes debates de Fox.
Un jardín al norte no está construida desde su universo personal, sino que es un personaje que podríamos considerar importado
De haber conocido a Rosalind Fox, habríamos tenido un pequeño conflicto ideológico, porque somos diferentes, aunque estoy seguro de que me habría seducido hasta el punto de convencerme de que Margaret Thatcher era necesaria. Pero más que importada, creo que nos hemos encontrado.
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Me refería también a lo literario. Es un relato diferente con respecto a sus anteriores títulos.
Es una novela en la que yo no estoy. Mi libro Azul petróleo es una reflexión sobre la democracia en Venezuela y Villa Diamante insistía en ello. Eran libros que necesitaba para situarme en el mundo. Un jardín al norte es un paso hacia delante. Es una novela para ser leída y visitada, de esas que no quieres que termine. Busco esas sensaciones con este libro y creo que lo he conseguido porque me ha orientado hacia el norte.
La novela se ambienta en diferentes épocas, pero el centro de la trama es la relación de amor de Rosalind con el hombre que debía espiar.
Cuando entendí eso, me di cuenta que tenía la novela.
Por cierto, Fox rompió la regla número uno del espía: no enamorarse del objeto de su misión.
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Siguiendo la cronología de sus memorias y de cómo conoció a Juan Luis Beigbeder Ministro de Asuntos Exteriores en el primer Gobierno de Franco, mucho antes de que empezaran a vivir juntos y ser amantes, los servicios de espionaje británicos, le tuvieron que decir que tenía que hacerlo porque no había otra persona que lo pudiera hacer.
Rosalind afirma en la novela que las heridas de una guerra civil no cicatrizan jamás, pero parece más la voz del autor...
Esta novela no está escrita durante el conflicto, sino casi ochenta años después. Pero creo que es algo que se dijeron Rosalind y Beigbeder, porque ellos demostraron que no estaban cómodos con el resultado de la guerra ni con su dilación. Es lógico que tuvieran ese pensamiento para no sentirse culpables, porque realmente nadie lo es en una guerra. Ellos se dan cuenta en la novela de que estos conflictos son una constante en sus vidas, no solo en lo social, político e histórico, sino que su propio amor es una guerra porque se tienen que enfrentar a enemigos muy poderosos.
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Robar la novela
Escribir de un agente secreto actual ha dejado de ser romántico. Los espías ya trabajan en un ordenador.
Ahora tienen menos peligro. Hay que reconocerle a Rosalind y a los espías de su época que tomaran esos riesgos porque se la jugaron por intentar conseguir un mundo mejor.
Hoy día se roban películas, discos y hasta los guiones de películas. ¿Se imagina publicada en Internet su novela antes que en papel?
Pues esta novela la he escrito en Miami, Caracas y Madrid e iba enviándola a la editorial por partes en correos electrónicos. Y a veces pensaba: ¡Dios mío!, a ver si la interceptan. Me acordaba de Bisbal que le robaron unas maquetas, pero después me planteaba si sería tan importante como para que alguien la pirateara. La novela está siendo muy leída y apreciada por sus lectores, aunque si me la hubieran robado también sería un halago.
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Siempre hay que ver lo positivo.
Totalmente. Eso ha sido una constante en mi vida y, en estos años difíciles de la crisis, siempre he utilizado esta estrategia, pero no como un optimista tonto, sino auténtico. Ese espíritu al que te puedes aferrar como forma de defensa.
No le preguntaré una vez más por Venezuela. ¿Pero como vecino reciente de Miami cómo ve el final del embargo a Cuba?
Hay muchos que ven absurdo haber mantenido el embargo tanto tiempo y lo ven con un moderado optismismo, pero como venezolano sí encuentro que el régimen cubano ha utilizado de manera descarada la ingenuidad del chavismo y su dinero.
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Por cierto que esa Cuba hubiera sido un gran destino para Fox.
Estoy seguro de que le hubiera encantando haber participado más en la revolución de Fidel Castro porque es una de las guerras menos exploradas en la Literatura.
¿Ahí podemos tener otra novela?
Ahora necesito un pequeño respiro. Nunca he releído mis libros, pero creo que con Un jardín al norte lo haré para constatar que es la novela que quise escribir: un entretenimiento permanente.
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