Manuel Azuaga Herrera
Sábado, 9 de noviembre 2024, 22:13
La historia del ajedrez está poblada de momentos felices y aplausos, pero muchos de ellos son en realidad relatos tristes con olor a tragedia, cuentos mitológicos que convierten a sus protagonistas en personajes de papel maché. La biografía del soviético Leonid Stein, a quien Gari Kaspárov definió como «una estrella distinguida», es un perfecto ejemplo. Stein tuvo un pasar breve, una vida 'blitz' en la que perdió la partida de golpe, a los 38 años. Murió por un ataque al corazón, en el hotel Rossiya de Moscú, aunque sobre las causas de su fulminante adiós sobrevuelan aún algunas hipótesis, como más tarde les contaré. Dada su formidable clarividencia en el tablero, Leonid debió ser campeón del mundo, acaso para alcanzar la gloria de los héroes homéricos, pero la suerte nunca lo acompañó y quedó para siempre atrapado en el dolor de su desdicha. Escribir sobre Leonid Stein es rendir tributo a un genio inacabado. Es hablar del Felix Mendelssohn del juego-ciencia o, si lo prefieren, del más olvidado de los ajedrecistas malditos.
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Para dibujar un perfil preciso de Stein, recurro al escritor Antonio Gude, experto en la historia del ajedrez ruso. «Stein era el talento hecho hombre», señala Gude. Y añade: «Aunque no soy de los que abusan de la palabra genio, en este caso me parece perfectamente apropiada. Pero el talento o el genio no bastan para ser el mejor del mundo, hay que prepararse, estudiar, entrenar duro. Y en ese aspecto Leonid dejaba mucho que desear. Leonid sobresalía en los juegos: billar, naipes… Era pasional, bebedor, y llevaba un estilo de vida poco adecuado para un ajedrecista de élite».
En 1961, Leonid Stein disputó por primera vez el Campeonato de Ajedrez de la Unión Soviética, en Moscú. No era un desconocido, pero sí un recién llegado. Los cuatro primeros clasificados obtenían el pase para jugar el Interzonal de Estocolmo (1962), de donde saldrían los aspirantes al título de campeón del mundo, por entonces en poder del patriarca Mijail Botvinnik. En la sexta ronda del torneo de Moscú, Leonid Stein barrió del tablero a Tigran Petrosian, el jugador más posicional y rocoso de la historia de las sesenta y cuatro casillas. Y lo hizo a lo grande, en solo 26 jugadas, guardándose para el golpe final un sacrificio de alfil (Axe6!) que sonó como un gancho somnífero en la quijada del armenio.
Para sorpresa de propios y extraños, Stein llegó a la última ronda con opciones reales de clasificarse entre los cuatro primeros del campeonato. Esta vez, su rival era Boris Spassky, un joven que ya apuntaba maneras. En la víspera de la partida, Stein no era capaz de dormir. Demasiada emoción. Según su propio testimonio, salió a la calle desierta, a medianoche. En la entrada del hotel Berlín, se encontró con un portero. Le ofreció 10 rublos a cambio de que le trajera una botella de vodka. Minutos más tarde, Leonid se bebió hasta la última gota allí mismo, como el niño que abre grande la boca y busca el sabor de la lluvia. Vodka, diminutivo de la palabra eslava 'voda', que precisamente significa «agua». «No recuerdo cómo regresé», confesó Stein, «pero cuando me desperté descubrí que apenas tenía tiempo de prepararme para el encuentro contra Spassky».
La partida devino en un combate muy instructivo en el que Stein jugó la apertura española y obtuvo un peón de ventaja. Spassky, con negras, selló su último movimiento: «41.g4». Así, con un peón en la casilla 'g4', debía haberse reanudado la lucha al día siguiente, pero Spassky llamó por la noche a la puerta de la habitación de Stein para, con un apretón de manos, felicitarle por la victoria. Imagino la sonrisa de Leonid Stein, aún con resaca, con el ánimo sobresaltado de solo pensar en su inminente viaje a Estocolmo. Cuentan que Spassky, años más tarde, fue consciente de que se había rendido demasiado pronto: «En ajedrez es necesario luchar hasta la última gota de sangre».
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Ese mismo año, 1961, Stein conoció a Lilia Kvecher, una estudiante de la Universidad Politécnica de Leópolis, ciudad natal de nuestro protagonista. Lilia era casi nueve años más joven que Leonid. En 1962, cuando ella cumplió la mayoría de edad, se casaron. Se mudaron a Kiev, a un apartamento de tres habitaciones de la calle del Ejército Rojo. Quizás no fuese más que una carambola de la vida porque, mucho antes, en el otoño de 1953, Stein pasó tres años en el Ejército Rojo. Y sí, ganó el Campeonato de Ajedrez de las Fuerzas Armadas, pero jamás se adaptó a la disciplina militar. Según contó el gran maestro Eduard Gufeld, Leonid estaba continuamente acusado por una u otra falta: no saludar a los oficiales, no llevar el uniforme en el momento adecuado o, sencillamente, no afeitarse.
Justo ahora, al hacer alusión a las carambolas, me viene contarles que Leonid Stein era un enamorado del billar. Su amigo de juventud Vladimir Babitski jugó con él horas y horas, a veces hasta el amanecer. Babitski era un especialista. Había leído 'Teoría matemática de los fenómenos del juego de billar', un ensayo del científico francés Gaspard Coriolis. Sin embargo, Lenia, como él llamaba a su inseparable Leonid, lo superaba en el tapete. «Era completamente imposible resistirse a su fantástica visión ante cualquier posición», escribió Babitski. «Stein explicaba golpes muy complejos en el lenguaje de la mecánica analítica». Aquella experiencia amistosa con Stein debió marcar el afán vital de Babitski porque, décadas después, se convirtió en profesor de Dinámica en la Universidad de Loughborough y, más tarde, en el presidente del Centro Internacional de Sistemas de Vibración e Impacto (ICoVIS).
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El caso de Leonid Stein es genuino por un doble rasgo. El primero, por su carácter iletrado y casi autodidacta. Leonid odiaba los libros de ajedrez, al menos en su primera época. Con 13 años, en el Palacio de Pioneros de Leópolis, descubrió que existía una vasta literatura ajedrezada, pero no le interesó explorarla, prefería las enseñanzas de la competición. Su primer mentor fue el maestro Alexei Sokolsky, campeón soviético de ajedrez por correspondencia. Y su gran inspiración, Alexander Alekhine. En cuanto podía, Stein revisaba todas y cada una de las partidas del ruso nacionalizado francés.
El segundo rasgo de Stein fue su extraordinaria rapidez en el tablero. Junto al indio Vishy Anand, al que se le bautizó como «el rápido de Madrás», Leonid Stein es probablemente el ajedrecista más veloz de todos los tiempos. Dedicaba un máximo de 15 o 20 minutos por partida, sin importarle si la posición era o no ventajosa. Su círculo más íntimo trataba de enmendarlo: «Lenia, juega más lento, piensa un poco más». Pero el espíritu atropellado de Leonid era del todo incorregible. «Mis rivales pueden refutar algunos de mis sacrificios en un análisis 'post mortem', pero durante el juego es imposible», respondía Stein. En el delicioso libro 'Leonid Stein. Maestro del ataque', el gran maestro Raymond Keene incluye un capítulo con veintidós miniaturas (partidas de solo 25 jugadas o menos) de Stein. El capítulo se titula, muy acertadamente, 'El martillo de Thor'.
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A veces, este ímpetu desmedido jugaba en contra de Stein, dentro y fuera del tablero. En cierta ocasión, durante la disputa del campeonato nacional de la URSS, tuvo algo más que un encontronazo con Anatoli Lutikov, alias 'Luka', un ajedrecista de complexión fuerte y rostro duro, pero que solía vestir con pajarita. El altercado llegó a las manos, al punto que, cuando Stein acudió a los festejos que le organizaron en Leópolis (pues había ganado su primera medalla de oro), lo hizo con la nariz rota y dos moretones púrpuras. Al bajar del tren, las autoridades locales no supieron qué decir. Más de uno se preguntaba si aquel hombre malherido era verdaderamente el campeón de ajedrez de la URSS.
Volvamos al abandono de Spassky en el hotel de Moscú, con su peón en 'g4', para viajar con Stein al Interzonal de Estocolmo de 1962. Allí coincidió Leonid con el estadounidense Bobby Fischer. Con solo 18 años, el genio de Brooklyn parecía la estrella Sirio en un firmamento de blancas y negras. Ganó el torneo sin conocer la derrota. Entre ronda y ronda, para entretenerse, Fischer jugaba partidas rápidas contra los rusos. Una tarde, retó a Efim Geller, pero este estaba de mal humor tras haber perdido contra el colombiano Miguel Cuéllar. «Juega mejor con él», dijo Geller, señalando a Stein. «De acuerdo», intervino Bobby. «Pero hagamos una apuesta de diez coronas. Y para igualar nuestras opciones, señor Stein, le voy a dar una ventaja: si logra al menos dos puntos de cinco, se lleva la apuesta». Stein le bajó los humos a Fischer por la vía rápida y ganó las dos primeras partidas. A partir de ese instante, surgió una hermosa amistad entre ambos.
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Leonid Stein quedó octavo en el Interzonal de Estocolmo, aunque empatado a puntos con Gligoric y Pal Benko. En el triangular de desempate, ganó con solvencia y, por fin, logró el pase para participar en el Torneo de Candidatos. Sin embargo, una regla de la FIDE prohibía que hubiera más de tres ajedrecistas del mismo país, por lo que Stein quedó excluido de la carrera por el título de campeón del mundo. Dos años más tarde, Stein volvió a sufrir esta misma circunstancia en el Interzonal de Ámsterdam. En esta ocasión quedó quinto, a solo medio punto de los cuatro primeros, entre los que, para su desgracia, clasificaron tres soviéticos: Smyslov, Spassky y Mijail Tal. Una vez más, la maldición. Para colmo, el campeón mundial ya no era Botvinnik, ahora era Petrosian, el mismo al que Stein le había propinado su gancho somnífero de alfil en 1961.
Le prometí contarles las hipótesis que circulan alrededor de la repentina muerte de Leonid Stein, ocurrida el 4 de julio de 1973. Una de ellas apunta a una inyección de metamizol que la enfermera del hotel Rossiya le suministró para aliviarle un fuerte dolor de cabeza. Otra versión se asocia a la reacción adversa de la vacuna contra la fiebre amarilla que Leonid recibió en la víspera de los hechos. Sabemos que, con motivo de un próximo torneo en Brasil, todos los integrantes del equipo soviético fueron vacunados. La última teoría nada tiene que ver con la razón del fallecimiento de Stein. O sí, ahora que lo pienso. Y es que, según contó el gran maestro Gennady Kuzmin, Leonid pasó la última noche de su vida con Nadia Averbach, la hija de 18 años del entonces presidente de la Federación de Ajedrez de la URSS. Quién sabe, quizás las tres cosas impactaron entre sí en otra carambola de la vida, o quizás nada sea cierto.
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Sea como fuese, Stein murió como un genio inacabado, atrapado en el dolor de su desdicha.
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