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Nada más entrar al MIMMA se escucha el alboroto de unos niños que experimentan con la música. Es la banda sonora de cada mañana, lo que da sentido a un museo interactivo donde «se ruega tocar». Pero en la puerta de la calle Beatas se ... ha hecho el silencio. Miguel Ángel Piédrola Orta recibe a su gran amigo Carlos Álvarez y la sonrisa de bienvenida se transforma en lágrimas al fundirse ambos en un intenso abrazo. No hay palabras, no hacen falta. Han pasado solo tres meses desde que Miguel Ángel Piédrola Lluch, el alma de este lugar, falleciera a los 49 años víctima de un cáncer y su recuerdo todavía duele con demasiada fuerza. Pero ni su padre ni su mujer Marta Izquierdo podían dejar que su legado desapareciera con él. Hoy invitan al barítono malagueño para mostrarle las novedades y los retos de un espacio cultural pionero que sigue creciendo en desafíos y en fondos.
Marta Izquierdo asume desde febrero la dirección del MIMMA, un proyecto al que está vinculada desde su origen, desde que la familia Piédrola empezó a idear la exposición de su colección hace ya 20 años. Entró como empleada y con el tiempo acabaría formando un hogar con Miguel Ángel Piédrola Lluch, padre de sus tres hijos. Siempre se mantuvo en un segundo plano, discreta y alejada de los focos en las inauguraciones y recepciones. «Ahora me ha tocado dar la cara y es lo que peor llevo», reconoce con cierta timidez. Tuvo que tomar las riendas del museo a los pocos días del terrible adiós, porque la actividad no podía parar. Se lo debía a él. Ya ha conseguido entrar cada mañana sin sufrir, pero no ha sido fácil. El despacho de su marido, de hecho, sigue cerrado. «Poco a poco», repite como un mantra para tranquilizarse a sí misma.
Piédrola Orta agarra del brazo a Carlos Álvarez para llevarle de visita por el museo. El recorrido empieza en la exposición temporal dedicada al compositor George Enescu, organizada junto al Consulado de Rumanía en Sevilla. «Esto es lo primero que hicimos sin Miguel Ángel», explica la directora. «Es museísticamente impecable», les alaba el barítono mientras observa las vitrinas y los paneles que rinden tributo a uno de los grandes de la música clásica. Entre los materiales destaca un vinilo de Enescu que Piédrola padre encontró casi por casualidad entre sus discos mientras preparaban la exhibición, una rareza del histórico sello Electrecord. La ruta continúa después por la sala de los orígenes, del folclore, de las agrupaciones musicales, de las cuerdas… espacios en negro con los instrumentos tras el cristal que desembocan en zonas rojas (las de «se ruega tocar») donde los niños se afanan por hacer música a su manera.
Más adelante, en el auditorio, suena una pianola recién restaurada a escasos metros de un moderno piano electrónico. El antes y el después. Ambos serán pronto protagonistas de una nueva exposición dedicada a la 'Historia de la música mecánica', una muestra que ocupará la sala del museo con la antigua muralla medieval de Málaga a los pies. Es uno de los proyectos de futuro en los que trabaja el MIMMA, junto con 'Historia del piano' (conservan los primeros que se fabricaron en Málaga) y '25 inventos musicales' (como el metrónomo que usaba Beethoven).
Piédrola Orta le muestra a su amigo los dosieres que ya han elaborado con las propuestas, le cuenta algunas otras ideas que le rondan la cabeza, le pide consejo. Y después abre un álbum de fotos, un archivo personal del que extrae una foto de su hijo junto a Carlos Álvarez, los dos muy sonrientes. «Quiero que me la dediques», le dice. «Sin la música no hay vida. La memoria de una amistad basada en el hecho musical», le escribe él. Y Piédrola Orta lo lee con ese «nudo en la barriga» que le entra cada vez que atraviesa estas puertas. De nuevo se hace un silencio que evita que vuelva a brotar el llanto.
«El entusiasmo de esta familia es tan grande que, a poco que te sientas concernido con la música, te unes a ellos. Qué suerte tenemos de que en nuestra ciudad exista una cosa así», se felicita el barítono. La conversación continúa por otros derroteros, salen a relucir anécdotas, recuerdos y vuelven las risas. Es lo que pasa entre viejos amigos, pero llega el momento de la despedida. «Miguel Ángel, sabes que hay un bolero que dice 'si tú me dices ven, lo dejo todo'. Pero dime ven», le insiste el barítono.
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