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Cuando se sube desde calle Armengual de la Mota hacia la Trinidad y se llega a la plaza Don Juan de Austria, un gran mural ... aparece convirtiendo una medianera que hace honor a su nombre en un bodegón estilizado de líneas verticales y colores pastel. Un bodegón en el lenguaje abstracto de Dámaso Ruano (Tetuán, 1938- Málaga, 2014), claro. Un fresco imponente que no solo ha perdido viveza, sino que en sus faldas está machacada por pintadas y grafitis. Un estado de abandono que es la metáfora del fallecido artista, medalla de la ciudad e hijo adoptivo de Málaga, cuya memoria y obra languidece en el olvido. En su estudio se agolpan cientos de lienzos de este personaje central del Colectivo Palmo y del arte contemporáneo del siglo XX en la provincia que vive un injusto olvido contra el que clama su familia: «Su obra tiene que estar en la calle, no que muera en el estudio».
Este grito desesperado tiene como portavoz a Pablo Ruano, uno de los cuatro hijos del artista que lleva tiempo dedicado a proteger, preservar y catalogar la amplia obra de su progenitor. Cuando se le pregunta de cuántas piezas estamos hablando, se hace el silencio hasta que dice que son «incontables». «Tenemos para llenar tres veces todas las salas del antiguo Palacio Episcopal -Centro Cultural Fundación Unicaja-», cuantifica el artista que explica que la colección personal del propio artista está formada por numerosas obras de gran formato -más de dos metros- y que en los últimos meses se ha dedicado a proteger y agrupar para evitar su deterioro. «Tenemos más de 70 grandes piezas en una habitación», ilustra el también artista, que apostilla que es más bien un currante del arte: «El genio se lo llevó mi padre».
Ante la situación de esa obra que pide ser expuesta y compartida, la familia de Dámaso Ruano está abierta a cualquier fórmula. «Estamos dispuestos a donar su obra a Málaga ya que todo este legado es un patrimonio y nos da mucha pena que no pueda ser disfrutado por la gente», asegura el hijo del popular pintor, que deja claro que «no nos mueve el dinero, sino que su obra se exponga». Pablo también pone sobre la mesa otra salida a la actual situación: «La cesión de un espacio para exhibir su obra tan amplia y brutal, y que lo podamos gestionar nosotros y ocuparnos de los gastos del local», ofrece.
Tras el fallecimiento de Dámaso, la familia convirtió el estudio en El Palo del artista en un 'showroom' «al que todo el mundo está invitado», aunque Pablo Ruano explica que aquel refugio de su padre no es el sitio adecuado por la ingente obra que dejó. «Lo que le gustaba era pintar y crear. Perdía la noción del tiempo y si no le llamábamos para comer, se olvidaba», recuerda el hijo, que añade que a su padre nunca le faltaron clientes y galeristas que llamaban a la puerta de su estudio, pero a la vez nunca se ocupó de venderse. «Era un bohemio que se pasó la vida pintando», apostilla su vástago, que introduce en este punto a su madre, Pilar Cervera, que siempre lo mantuvo con los pies en la tierra.
Pablo Ruano
Artista e hijo de Dámaso Ruano
Ese interés en la creación hizo que el artista malagueño nacido en Tetuán dejará una «obra inédita a rabiar y en gran formato», apunta Pablo Ruano, que confiesa haber descubierto una dimensión desconocida de su padre con todo el proceso de catalogación que está realizando. Una obra abstracta hecha desde la pasión y la entrega, que convirtió a Dámaso Ruano en un artista con un estilo propio, reconocible y personal. «Ya no está en el mercado del arte, pero su obra sigue siendo muy moderna porque era emocional y sigue conectando con todo el que la ve», explica su heredero, que añade que hace unos días llegó hasta el estudio de su padre una coleccionista extranjera que se había «emocionado» viendo su obra colgada en el Museo de Málaga y quiso conocer más de cerca al artista. «Y acabó sintiendo la necesidad de llevarse una de sus obras», relata para ponerle el fin a esa historia.
Dámaso Ruano sigue muy presente en Málaga. No solo en los museos, sino también con esculturas en el Parque del Oeste, el mural de piedra sobre la oficina de Unicaja de Carranque o las grandes obras públicas en la plaza de Juan de Austria y la plaza del Niño de las Moras del Palo. Estas dos últimas en bastante mal estado. La del barrio de la Trinidad apagada por el tiempo, repleta de desconchones y atacada por el vandalismo y los grafitis, mientras que la pieza paleña lleva un año semioculta por la calima y con el turno para su limpieza todavía sine die.
«La situación de esas obras es lamentable», asegura con tristeza Pablo Ruano, que no se deja vencer ni por el victimismo ni la protesta, y ofrece a las instituciones fotos y maquetas originales para que esas piezas maltratadas recuperen el tono y contagien a sus barrios la vida para la que fueron creadas. Incluso, el artista planea plantarse la semana que viene en el casco histórico, en la céntrica Larios, con una de esas obras de gran formato del estudio de su padre para recordar que Dámaso «tiene que estar en la calle».
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