El 5 de diciembre de 1995 nuestro primer error de cálculo consistió en subestimar la perspicacia del Sargento Pepe. Don José Jiménez era el profesor de Lengua y su clase, la última de aquel martes previo de puente que decidimos saltarnos para coger el tren ... anterior al que teníamos previsto y así hacer cola durante más tiempo a las puertas del auditorio de La Cartuja. Era el último concierto de Héroes del Silencio y hasta allí nos fuimos David Trujillo, Carlos Pérez, Atienza, Meléndez y algunos otros compañeros de cuyo nombre no puedo acordarme. Nos hicimos una foto que he perdido en la estación de Santa Justa, donde pasamos la noche en manga corta a la espera del primer tren del día siguiente. Y como era diciembre y nosotros, los tipos duros de COU, regresamos con un amago de pulmonía y un aviso de expulsión. Por entonces yo tenía el pelo largo (lo juro), una cazadora de cuero con cremalleras, unas botas altas de punta cuadrada con espuelas y una idea de mí mismo que apenas se corresponde con la realidad y esto último es lo único que conservo de todo aquello después de veinticinco años. Porque, como cualquier adolescente que se precie, yo había venido a llevarme la vida por delante, creía caminar por el lado oscuro, de la mano de Baudelaire y Rimbaud, de Kerouac y Bukowski, de PeCasCor y los Panero.

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En aquel personaje malote creado por alumno aplicado de un colegio de curas encajaba sin esfuerzo la música y la pose de Héroes del Silencio, en general, y de Bunbury, en particular. Luego pasó el tiempo y me caí de aquel caballo, pero años más tarde volví a subirme gracias a uno de los 'Celebrities' de Muchacha Nui con Joaquín Reyes caracterizado como el cantante de la que fue mi banda favorita y anunciando: «Hola, soy Enrique Bunbury. Y sí, me muerdo los carrillos». El humor como bandera blanca para rendirte ante el esfuerzo de mantener la ficción de lo que creíste ser hace tiempo, aunque a la gente que de verdad te quiere apenas le roce aquel postureo ni todos los que intentas mantener cumplidos ya los 40 y tantos. Pasa con ella. Compañera de aquel último curso, del verano posterior cuando explotó 'La flaca' de Jarabe de Palo, su grupo favorito desde entonces. Luego los cuatro años de facultad, la primera del grupo de amigos en casarse y formar una familia, algo parecido a una vida adulta cuando el resto seguíamos estirando una adolescencia cobarde.

Esta semana le he mandado un mensaje con unos versos de 'El lado oscuro' para darle el pésame por la muerte de Pau Donés. Ella hizo algo parecido cuando se me murió como del rayo Enrique Morente, al que ella sabe que tanto quería. Las letras de Pau Donés nos han acompañado en la distancia durante más de media vida para poner en palabras aquello que nos costaba nombrar. Grita. Depende. Bonito. Pura sangre. Agua. El lado oscuro.

Esta semana alguien que le lleva las redes sociales a un político matón quiso honrar el trabajo de Pau Donés escribiendo algo así como que era difícil hacer canciones más bonitas con tan poco. Tan poco. Y ese obituario frugal, sin llegar al mal gusto egocéntrico de Loquillo, deja un regusto altivo y displicente, un tufillo a supuesta alta cultura desde un lado oscuro imaginario y triste, alérgico a la sabiduría modesta de quienes saben que la vida y la muerte guardan en realidad poco parecido con esa supuesta solemnidad trascendente, que ejercen un afecto incondicional, cuajado en la certeza de que el verdadero amor pasa por repartir alegría, sobre todo cuando estás hecho mierda. Quizá por eso, a ella le guste tanto Jarabe de Palo.

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