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Sr. García .
Anatoli Kárpov, el penúltimo jaque de una leyenda
Cuentos, jaques y leyendas

Anatoli Kárpov, el penúltimo jaque de una leyenda

El excampeón del mundo, ingresado en un hospital de Moscú, está librando la partida más difícil de su vida

manuel azuaga herrera

Domingo, 13 de noviembre 2022, 00:19

El pasado 29 de octubre, Anatoli Kárpov, duodécimo campeón del mundo de ajedrez, ingresó en estado grave en el Instituto Sklifosovsky de Moscú. La noticia cayó de súbito, como un fucilazo en la noche. Algunos medios publicaron que Kárpov había sido atacado por un grupo de la disidencia proucraniana. Recordemos que Anatoli es miembro de la Duma por el partido Rusia Unida de Putin. Otras informaciones apuntaban a que había sufrido una caída en estado de embriaguez. Su hija Sofía negó ambas versiones. Su mujer, Natalia Bulanova, aclaró que Kárpov había tenido un accidente, sin más, un resbalón debido a las placas de hielo de las primeras nieves moscovitas.

Me consta que fue así. Tengo amigos que forman parte del círculo de confianza de Kárpov y me confirman, mientras escribo estas líneas, que Kárpov mejora poco a poco, que ya respira por su cuenta y que puede comunicarse si habla en voz baja o escribe en un papel. Al médico que lo atiende le ha confesado que su pieza favorita es el caballo. Y ha pedido lectura: un libro de un general retirado, Anatoli Kulikov, antiguo Ministro del Interior de Rusia.

A sus 71 años, Kárpov es un tipo duro, acerado, y conoce mejor que nadie cómo salir airoso de las celadas de la vida. El carácter combatiente le viene dado, seguramente porque en su más tierna infancia estuvo a punto de morir. Él mismo recordó con crudeza esta circunstancia: «No tenía ni dos años cuando la insidiosa tos ferina me llevó al umbral de la muerte. Me atragantaba, me salía espuma por la boca y los médicos le informaron a mi madre que mis horas estaban contadas». El fotógrafo y periodista David Llada escribió en 2006 'Anatoli Kárpov. El camino de una voluntad', una estupenda biografía que contiene testimonios reveladores: «Nunca fui un niño muy saludable», confiesa Kárpov. «Yo viví durante quince años a 80 kilómetros de la central nuclear de Kishtin, que registró dos fugas en 1957 y en 1962. […] El terrible problema es que los residuos nucleares iban a parar al río. En realidad, tengo suerte de estar vivo y con una salud razonable después de los años que pasé allí».

A sus 71 años, Kárpov ha sufrido un resbalón debido a las placas de hielo de las primeras nieves

Kárpov pasaba mucho tiempo enfermo. Resfriados, laringitis, faringitis. Su madre dejó de trabajar y volcó todo su afecto al cuidado de Tolia -así llamaban al pequeño- y de Larisa, su otra hija. El chico mataba el tiempo con lo que podía. Observaba las partidas de ajedrez de su padre y, de tanto observar, comprendió de forma natural los secretos del juego. Sin embargo, su madre le prohibió jugar al ajedrez. En palabras de Kárpov: «Estaba tan acostumbrada a temer por mi salud física que mi gran interés por el ajedrez le parecía un síntoma de enfermedad mental». Pero el veto materno solo multiplicó la obsesión de Tolia, quien encontró el modo perfecto de burlar la prohibición: «Descubrí que para jugar al ajedrez no era necesario usar el tablero y las piezas: puedes dibujarlas en tu imaginación tanto como quieras». Así, como Beth Harmon en la serie 'Gambito de dama', Kárpov jugaba partidas postrado en la cama, con la mirada perdida en el techo.

Genio precoz

A partir de ahí, la historia de Anatoli Kárpov cumple con el relato clásico del genio. Su progresión en el tablero fue tan insólita como vertiginosa. A los diez años ganó un torneo celebrado en el balneario de Odesa, al que acudió de la mano de su padre. El resto de jugadores no podía creer que un chico de metro y medio les hubiera vencido. A los doce años, Tolia ingresó en la escuela de ajedrez de Mijail Botvinnik, la más prestigiosa de la URSS. Se cuenta que Botvinnik, tras jugar contra Kárpov, sentenció: «Este chico no tiene futuro en el ajedrez». Pero no es verdad. Lo cierto es que el patriarca supo desde un primer momento que Kárpov estaba llamado a alcanzar la gloria, como reconoció años más tarde el propio Anatoli: «Botvinnik dijo de mí que sería una gran estrella y un futuro campeón del mundo».

En 1969, Kárpov ganó el Campeonato Mundial Junior, en Estocolmo, con diez puntos sobre once. No perdió un solo encuentro. A partir de esa victoria, Anatoli empezó a creer que cualquier logro era posible. Los grandes popes del ajedrez observaban con interés los pasos agigantados de aquel muchacho. Este es uno de los nuestros, se decían. Poca gente sabe que, en 1972, Kárpov ayudó durante diez días a su compatriota Boris Spassky antes de que éste se enfrentara a Bobby Fischer en el «duelo del siglo», en Reikiavik.

En 1969, Kárpov ganó el Campeonato Mundial Junior, en Estocolmo, con diez puntos sobre once

El campeón Spassky perdió su corona, una pérdida que, en Plena Guerra Fría, fue recibida en el Kremlin como una tragedia nacional, una herida de muerte en el corazón y el orgullo soviético. Así, lo inmediato pasaba por restaurar el orden natural de las cosas, recuperar el cetro, y el favorito para hacerlo fue un joven originario de los Urales, Anatoli Kárpov.

A pesar de la magnitud del desafío, Kárpov cumplió con su parte y se convirtió en el aspirante al título de campeón del mundo. Sin embargo, Fischer exigió que el encuentro se jugara bajo una serie de condiciones (no solo económicas) inaceptables. En realidad, Fischer no defendió su corona debido a su miedo patológico a la derrota. Así, el 3 de abril de 1975, tras un sinfín de negociaciones fallidas, Max Euwe, presidente de la FIDE, anunció la retirada del título de campeón al estadounidense y proclamó como heredero oficial al soviético Anatoli Kárpov. El plan del Kremlin, aunque de un modo jamás imaginado, había funcionado.

La corona mundial en juego

El periodo en el que Kárpov tuvo que defender su credencial de mejor ajedrecista del planeta es, quizás, uno de los más apasionantes de la historia de las sesenta y cuatro casillas. La primera defensa la disputó en 1978, en Baguio, contra el apátrida Viktor Korchnói, un viejo conocido que, dos años antes, había huido de la Unión Soviética, lo que puso en riesgo su vida y la de su familia. Igor, el hijo de Korchnói, fue detenido días antes del inicio de la contienda. Kárpov, por su lado, sintió sobre sus espaldas la presión política y popular de toda una nación. Debía vencer al traidor. Durante el torneo se sucedieron algunas circunstancias rocambolescas. El punto más extravagante fue la presencia, entre los miembros del equipo de Kárpov, del doctor Zukhar, un parasicólogo que, supuestamente, proyectaba a través de su mirada una energía capaz de distraer a Korchnói. El apátrida, para evitar esta influencia, jugó el resto de las partidas con gafas oscuras de sol. Finalmente, Kárpov cumplió con su deber. «La victoria en esa pelea fue una de las más duras de toda mi carrera», reconoció Anatoli. «Pasé ciento diez días en Filipinas en un estado de estrés emocional y una fatiga extrema».

Leonid Brézhnev, secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), recibió a Kárpov en el Kremlin y le hizo entrega, para honrar al héroe, de la Orden de la Bandera Roja del Trabajo. «El país entero casi sufre un infarto», le dijo. Brézhnev estaba tan radiante que bien podría haber besado al campeón; un beso de tornillo, digo, como hizo un año más tarde con el alemán Erich Honecker, en esa imagen icónica y pop que aún descolla en el Muro de Berlín.

En 1981, Korchnói y Kárpov se enfrentaron de nuevo por el título de campeón del mundo, en la ciudad italiana de Merano. Mientras los dos buscaban la mejor jugada en el tablero, la mujer y el hijo de Korchnói sufrían las represalias del Kremlin. El resultado fue aplastante (6-2) a favor de Kárpov.

La doble K

La aparición en el ring competitivo del joven Gari Kaspárov, el Ogro de Bakú, provocó una de las mayores rivalidades de la historia del deporte, no solo del ajedrez. Kárpov y Kaspárov se odiaban, dentro y fuera del tablero. Kárpov representaba al régimen comunista, un sistema en claro estado de descomposición. Kaspárov, por contra, era un chico azerbaiyano con afán occidental, aperturista y valiente. Los duelos de la doble K por el título del mundo fueron batallas legendarias. La primera se celebró en 1984, en Moscú. Ganaría aquel que alcanzara seis victorias, pero no se marcó un límite de partidas y las tablas no puntuaban. Después de cinco meses de lucha, el presidente de la FIDE, Florencio Campomames, tomó una decisión sin precedentes: cancelar el campeonato con el marcador (5-3) a favor de Kárpov. Fue en la siguiente cita, también en Moscú, cuando Kaspárov le arrebató la corona a Kárpov, convirtiéndose en el campeón más joven de la historia. Corría el otoño de 1985. Meses antes, en primavera, Gorbachov había sido elegido secretario general del Partido Comunista.

El tercer enfrentamiento entre Kárpov y Kaspárov tuvo doble sede: Londres y Leningrado. La primera ministra Margaret Thatcher realizó el saque de honor y aprovechó la ocasión para conversar amistosamente con Kárpov. Tras una emocionante serie de partidas, Gari Kaspárov fue capaz, por segunda vez, de retener el título. Entonces llegó la batalla de las batallas: Sevilla, 1987. Recuerdo el impacto tan extraordinario que supuso albergar en nuestro país un mundial de ajedrez. TVE emitió programas especiales e informó de los detalles cada ronda del encuentro. Visto ahora en perspectiva, aquello fue algo más que ajedrez, fue una luz refulgente que anunciaba la posmodernidad. Porque, haciendo memoria, eran los tiempos del Cojo Manteca, el estudiante punki que aparecía en los telediarios rompiendo letreros en una boca de metro. También fue el año del atentado de Hipercor en Barcelona, en el que ETA mató a 21 personas. Así que, en ese contexto, la doble K vino a darnos esperanza y a proyectar otra imagen de España. Con el resto del mundo atento a lo que sucedía en el tablero, se aprovechó para mostrar, por primera vez, el logo de la futura Expo-92, visible en el lateral de la mesa de juego, entre Kárpov y Kaspárov, y en un panel colgado en el fondo, bien grande.

La última ronda se emitió en directo y tuvo una audiencia de trece millones de espectadores. Kárpov tenía un punto de ventaja y Kaspárov estaba obligado a ganar, con negras. El periodista Leontxo García lo vivió en primera persona: «Tras perder la penúltima partida, me encontré a Kaspárov llorando en el camerino». Pero, en el más difícil todavía, Kaspárov lo volvió a hacer. Ganó la partida decisiva y dejó a Kárpov con la miel en los labios. Era el 20 de diciembre de 1987. Horas antes, Gabinete Caligari alcanzó el número uno de las listas musicales con 'La sangre de tu tristeza', un tema que parecía haber esperado el momento preciso para servir de banda sonora a la amarga derrota de Kárpov.

«Si te sientes un pobre desgraciado, si te duele la vida o te han dejado tirado».

Después de aquello pasaron mil cosas, pero la figura de Kárpov es del todo inabarcable. Les diré que desde que estalló la guerra de Ucrania su reputación no ha salido bien parada. Como parlamentario de la Duma, Kárpov votó a favor de la resolución que reconocía la independencia de las autoproclamadas Repúblicas de Donetsk y Lugansk, por lo que fue sancionado desde el Consejo de la Unión Europea. Pero Kárpov, hay que decirlo, siempre fue un hombre de paz. David Llada recuerda: «Kárpov es un convencido pacifista y, como él mismo ha explicado, tiene lazos muy fuertes con Ucrania. Junto a Kaspárov, por ejemplo, donó su premio del mundial de 1986 a los afectados de la catástrofe de Chernobyl».

Es en este punto que conecto con aquellos años en los que Kárpov era Tolia y los residuos nucleares iban a parar al río. Cuando enfermo, en silencio, como ahora, se decía: «Tengo suerte de estar vivo».

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