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Gamel Woolsey, fotografiada en nueva York en 1923. Herederos de Lynda Nicholson
Justicia poética para Gamel Woolsey

Justicia poética para Gamel Woolsey

La Casa Gerald Brenan estrena este jueves la 'Poesía completa' de Woolsey, editada por primera vez en español como un acto de reparación sobre la obra de una autora que ha permanecido a la sombra del hispanista

Miércoles, 20 de octubre 2021, 00:37

De algunas películas del Oeste ha llegado la escena repetida: un indígena americano convencido de que la fotografía es un invento del maligno, capaz de atrapar no sólo la imagen, sino también el alma. Y esa superstición viene a la memoria ante los retratos de Gamel Woosley, evanescentes, borrosos, etéreos. Cualquiera de esas tres palabras valdría para hablar de su vida, pero también de su obra. Poeta, novelista y traductora, autora de un libro crucial para asomarse a la 'caída de Málaga' en la Guerra Civil; musa y cómplice de una generación inimitable de escritores y artistas; compañera y pilar durante más de cuatro décadas del hispanista Gerald Brenan, Gamel Woolsey (1895-1968) se presenta ahora, al fin por sí misma, ante los lectores en español con la publicación de su 'Poesía completa' de la mano de la Casa Gerald Brenan y la editorial Renacimiento, que este jueves presentarán el volumen 'Más allá de la Tierra Media. Poesía completa', del que SUR ofrece un avance con varias composiciones inéditas.

«Se trata, ni más ni menos, que de un tardío pero merecido acto de reparación poética (y esperemos que no sea el último)», sostiene Carlos Pranger, poeta, escritor y traductor, que ha supervisado la publicación de los versos de Woolsey, publicados al completo por primera vez en español. Recuerda Pranger que la escritora «es más conocida por el relato de otros que por su propia literatura», pese a firmar piezas como el libro de poemas 'Tierra Media' (1931), la narración autobiográfica 'El otro reino de la muerte' (1939) –más conocida como 'Málaga en llamas'– y el poema largo 'En busca de Deméter' (1956), a los que seguirían, después de su muerte, los poemarios 'Twenty-Eight Sonnets' (1977), 'The Last Leaf Falls' (1978) y 'The Weight of Human Hours' (1980) y las novelas 'One Way of Love' (1987) y 'Patterns on the Sand' (2011).

Y, pese a esa obra más que notable, Woolsey se ofrece escurridiza, casi vaporosa. «El biógrafo o crítico con intención de indagar más a fondo en su persona y, sobre todo, en su producción poética, sencilla y delicada en apariencia, para lograr así desprenderla de miradas 'ajenas', siempre chocará de frente con contradicciones e hilos que, al seguirlos, conducen a un callejón sin salida o, más bien, a la falta de certezas», advierte Pranger antes de esbozar algunos de los motivos por los que la obra de Woolsey apenas ha llegado a los lectores, sobre todo en español: desde la «mala suerte editorial» con varios «rechazos dolorosos» –el de T. S. Eliot fue definitivo para ella– hasta una biografía sentimental atormentada que encontró en las graves enfermedades que padeció el complemento necesario para desembocar en una manera de estar en el mundo entre desapegada y melancólica.

«Prefirió el silencio al alboroto, la reflexión callada al vocerío, dio, muy pronto, pasos en falso en una existencia plagada de ellos, a los que añadiría un posterior 'laissez faire' ante la serie de padecimientos, delicadas traiciones e incomprensiones que la golpearon, al igual que un sutil aprovechamiento de seres a los que concedió su amistad», acota el director de la Casa Gerald Brenan, Alfredo Taján, quien saluda la publicación de 'Mas allá de la Tierra Media' como «un acontecimiento literario de primer orden».

Vida y obra

Así, asuntos como la infancia, el amor, la naturaleza y el paso del tiempo son ejes esenciales en la poesía de Woolsey, crucial para tender puentes entre su vida y su obra, como sostiene Pranger. Vida y obra hilvanadas en 'Más allá de la Tierra Media', que al fin pone el foco en la labor poética de una escritora atravesada por las contrariedades biográficas, sentimentales y editoriales. Nacida en Carolina del Sur, vivió la bohemia neoyorquina de los felices años 20, donde conocería al poeta y novelista Llewelyn Powys, con quien mantendría una tormentosa relación, unida incluso por una enfermedad común (la tuberculosis) y que le llevaría hasta Inglaterra.

Allí Woolsey conocería a Brenan, satélite orbitando alrededor del grupo de Bloomsbury, que a su vez huía de otro amor atormentado, el suyo con la artista Dora Carrington. Brenan y Woolsey se convierten en una suerte de camaradas, el hispanista viaja a España con Woolsey y a finales de 1934 compran la casa de Churriana. El 7 de septiembre, bajos los bombardeos de las tropas sublevadas, abandonan Málaga para regresar de nuevo en 1953. La promesa de una vida al fin apacible se ve truncada de nuevo con la llegada de la enfermedad: un cáncer de mama convertido en tormento por la negativa de su médico a prescribirle morfina por sus creencias religiosas, como escribe Pranger.

«No fue hasta diez años más tarde del fallecimiento de Gamel –escribe Pranger–, cuando el hispanista revisó la consideración de la misma como poeta, y arrasado por la culpa, manifestó que no había sido capaz de apreciar en su justa medida que era una verdadera poeta». Una poeta que ahora se desvela, al fin, con su propia voz.

LA TIERRA MEDIA

En la Tierra Media, que no es Cielo ni Infierno,
desfilan los días, silenciosos e impasibles,
como pasan para los seres vivos.
Las penas, amores que me torturan,
no precisan del Infierno, como puedes ver;
cuando me acuesto con amor,
me acomoda la cabeza un brazo fornido y amable
y mi carne se aviva con complacencia
cuando el cuerpo de mi amado penetra:
no requiero tomar el cielo por la fuerza.
Camino, veo mundo, ante mis ojos
las imágenes del tiempo se despliegan.
Contemplé las flores de mayo
convertirse en majuelos y observaba,
día tras día, la venida de los fríos
y cómo se desvanecieron las escenas del verano,
y cómo las aves volaban, volaban lejos.
Vi la primavera regresar de nuevo,
vi la llovizna plateada,
vi a la canícula hacer acopio de su oro.
¿Por qué contarlo una y otra vez?
Vi a la primavera feliz como un amante,
vi al invierno triste y gélido.
Mucho adiviné y mucho escuché
del hombre y la mujer, del niño y el pájaro,
de la bestia y el pez, y de Dios: su palabra.
Pero no había nada que yo supiera,
nada que me distinguiera lo falso de lo verdadero.
No es Cielo, no es Infierno
este universo intermedio donde habito.
Con dolor secreto, con regocijo manifiesto,
sigo mi camino por la Tierra Media.



EN EL CEMENTERIO INGLÉS DE MÁLAGA

En el viejo cementerio donde reposan los marineros,
las tristes tumbas grises de conchas están ornadas.
Son de coral las campanas que cinco brazas más abajo
repican con úvulas de huesos; y el ojo eclipsado
mira desde la perla y brilla bajo el cristal,
abriéndose así al inframundo de la ola.
Son los trofeos que los feroces mares ansían,
pero los pobres muertos duermen donde pasan las estaciones verdes.
¡Esta es su primera resurrección! Están ahí tendidos,
bajo el tupido pasto y los árboles amontonados,
con esas conchas descoloridas, aquí nuestros trofeos
están a salvo del terrible limbo marino.
Sobre sus testas exhaustas se hablaban extrañas palabras,
rumores de orillas donde surgen y mueren todas las olas.



EN BUSCA DE DEMÉTER (fragmento)

Ella, que es Deméter
y es Ceres,
ella que se alza en el dorado maíz,
que tiene su casa en Enna,
sobre el lago,
donde cierta vez Perséfone,
recogiendo flores vírgenes
(Kore aún era doncella),
fue raptada...
Dime,
oh mito, oh memoria, dime:
¿Cómo se extravió Kore?
A orillas del lago Enna
Plutón siempre acecha;
allí su carro sombrío surca la tierra,
arrastrándolo todo;
y fenecidos ya los veranos,
no prorrumpen las primaveras.

Ceres-Deméter,
la tierra que ofrece la cosecha,
diosa de la vida y la muerte,
la vida del fruto.

¡Madre,
escúchanos!

Estoy perdida como Perséfone,
pero rememorando aún
que he sido Kore.
Ahora, en estas sombras hueras,
Deméter busca a su hija
y no puede encontrarla;
y estoy buscando a Deméter,
y no puedo encontrarla.
Por su ausencia
las flores se marchitan
y se pierde la cosecha.

En ese tiempo árido de mi vida,
cuando supe por primera vez que ya no era joven,
examiné los desperdicios del pasado
y descubrí que había cometido todos los pecados,
nombrados en iglesias antiguas,
esculpidos en una tabla con letras de oro.
No los había promulgado a la vista:
los pecados se perpetúan en el corazón.
Sin embargo, no quedaban ya nuevos pecados,
ni actos pecaminosos que yo pudiese cometer.
Había cometido los inacabados y los callados,
y el abandono y el olvido,
y las traiciones
y los silencios;
amén de los pecados minúsculos y diminutos
que pasan desapercibidos, pero luego,
como el rayo en un ojo ciego,
cubren el mundo.



CUANDO ESTÉ MUERTA Y AL FIN DESCANSE

Cuando esté muerta y al fin descanse,
no dejes que me entierren en sagrado.
Como náufrago arrojado a la orilla,
ofréceme al fuego, al agua, al aire,
a los elementos que trasmuten la carne,
y planee con las aves, flote con los peces,
ascienda como humo y brille como llama.
Para ser libre perdida en la nada,
que no me confine la tumba, ni cele la muerte.
¿Por qué anhelamos el recuerdo?
Déjame no ser nada, ni semblante, ni nombre,
como alas de gaviota donde bate el mar reluciente,
como el aire raudo que atraviesa la puerta abierta:
cuando haya muerto, no me dejes ser nada más.



EN CASA DE MAESE PEDRO

Los hilos se rompen y la marioneta cae
inadvertida al suelo polvoriento para quedarse allí,
olvidada; lámparas apagadas y negras las paredes
y en los cofres las sedas radiantes están guardadas.
Allí, la luna encuentra la estampa, que en la noche reposa
vestida con paño de plata, con abrigo andrajoso bordado
en argento y zapatos desvencijados, chapados,
tan plateados que se reflejan en su garganta.
¿Pero qué es y por qué está abandonada aquí
esta criatura creada de tela, palos y alfileres?
Los hilos, su vida móvil, están cortados,
y será un inútil cuando comience la representación.
Importa poco. Aquí no hay ningún Oliverio,
ningún Orlando furioso gozoso en su poder;
esta era un campesino, o un humilde escudero,
que desempeñaba un papel distinto de hora en hora
y, ahora, era vapuleada con golpes insultantes,
o hacía reír a los niños al verla caer,
y, ahora, robaba un caballo o rogaba por su pan;
era un pobre actor haciéndose el enfermo.
Hasta que, estando en las torres con Carlomagno,
oyó un toque de cuerno, que sonaba débil y lejano.
Y habría cabalgado rápido en ayuda de Rolando,
pero era un paje endeble, no apto para la guerra.
En lo alto de su corazón erguido con esa nota fallida,
vio a Angélica inclinarse desde las murallas
y lo que hizo ese día, lo hace de memoria, mientras que todo
a su alrededor quiebra, cae, y el héroe olvida su papel de sirviente
hasta que los hilos se enredan en la obra...
Demasiado tensos, demasiado tensos.
Tiran del corazón. «¡Oh, señorito Pedro, corte los hilos!».

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