Esto no es una entrevista. Jorge Rando (Málaga, 1941) quiere insistir en ese aspecto. Prefiere plantearlo como «una conversación, un diálogo», mientras se sienta a la buena sombra del mandarino centenario conservado en el patio interior del Museum Jorge Rando, reabierto esta semana después de ... más de medio año cerrado y recuperado para la vida cultural con seis nuevas salas expositivas.
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Es la excusa para sentarse a charlar con este artista que siendo un niño emigró a Alemania con lo puesto, que allí se fraguó un futuro hasta triunfar como empresario y que regresó a sus orígenes para compartir su obra y sus inquietudes culturales.
–¿Recuerda su primer cuadro?
–Pues sí. Verá. Yo nací en el número 24 del Compás de la Victoria y recuerdo que desde muy pequeño siempre me gustó el dibujo. El recuerdo más antiguo que tengo en ese sentido es el de ser un enamorado de la pintura de Goya, pero no el de los retratos de la familia real, sino el de las pinturas negras. Recuerdo que pensé 'Esto es la pintura'. Era un niño y entonces hice un dibujo de Goya y le gustó tanto a mi madre que estuvo en nuestra casa toda la vida. Pero, cuando me fui a Alemania, ellos se trasladaron porque iban a derribar el edificio. En una alacena estaban todos mis dibujos y mis poemas y antes de salir de la casa para la demolición se le olvidó a mi madre cogerlos de aquella alacena. Allí estaban mis dibujos, mis poemas... Todo. Y se olvidaron en la alacena. Echaron la casa abajo y se perdió todo. Lo único que pudo recuperar era un dibujo de una Inmaculada hecha a plumilla con acuarela retintada que le habíamos regalado a mi tía y que conservo todavía.
–¿Cómo acaba ese niño del Compás de la Victoria en Alemania?
–En Málaga no había Universidad. Me presenté a una beca y la gané y podría haberme ido a Valencia o a otro sitio, pero por diversas circunstancias fui al seminario. Málaga se me quedaba muy pequeña. En el seminario había estudiado mucho a los filósofos alemanes y se me metió en la cabeza que quería leer a los filósofos alemanes en su idioma. Pero no empecé por Alemania, sino que, como me quería ir, a todos los sitios que buscaban emigración, Australia, Canadá, Brasil... echaba la solicitud en todas y siempre me venían rechazadas. Seguí estudiando y un buen día, en La Buena Sombra, le comenté a Brinkmann (Federico Brinkmann, luego presidente del C. D. Málaga) que no me cogían en ninguno de los países y me respondió '¿Y por qué no te vas a Alemania?' Y me vinieron otra vez los filósofos alemanes.
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–Pero, si no recuerdo mal, entonces era menor de edad.
–(Sonríe) Cierto, tenía 19 años y la mayoría de edad era a los 21. Me hice mi permiso paterno falsificado, me saqué mi pasaporte, fui a la Caja Provincial de Málaga para pedir un crédito para comprarme el billete y me fui a Alemania. Quería ir a un lugar cerca del mar y para eso tenía que ir al norte, así que saqué un billete de tercera para Hamburgo. Tardé en llegar a Colonia cuatro días y cuatro noches en aquellos asientos de madera, el bocadillo se me acabó en Irún y cuando paramos en Colonia me bajé para ver la catedral, que no me la quería perder no para del mundo, pero lo que sí perdí fue el tren. Como el billete me servía durante dos años, me quedé en Colonia, con un jersey amarillo, porque era octubre y ya hacía frío.
–Y empezaron los problemas.
–¿Problemas? Hay palabras que he intentado eliminar de mi vida desde muy joven y una de ellas es 'problema'. Es la vida misma y a mí la vida me dejó en la estación de Colonia. Tendría dos o tres marcos en el bolsillo y lo primero que pensé era en un buscar un sitio donde dormir y un sitio donde comer. En los baños de la estación comprobé que se estaba calentito y que en el baño de caballeros iban a limpiar de vez en cuanto, pero en el de señoras había en la puerta una mujer pulcra, con un babero blanco y unos guantes de goma que cada vez que salía una usuaria, limpiaba, así que cuando ella se iba a las diez de la noche entraba yo. Ese fue mi primer hotel.
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–¿No conocía a nadie allí?
–A nadie. Resuelto el tema de dormir, lo siguiente era comer. Traté con los vagabundos y aprendí mucho de ellos. Conviví con ellos como lo hice con prostitutas, porque mi primera vivienda era un sitio donde había prostitutas, una lechería y al fondo del patio había un cuchitril donde me hice incluso un estudio. Se me daban bien los idiomas y como sabía francés me fui a una cervecería y empecé a hablarle en francés al encargado, que para el caso como si le hubiera hablado en chino... Pero me di a entender y me admitieron para trabajar en los bolos, que por entonces eran de madera maciza. Yo me colocaba al fondo de la pista para colocar los bolos cuando los tiraban. No me pagaban, pero los jugadores de bolos, cuando pedían su comida, te incluían en la comanda y al final, dejaban algo de propina. Poco después entré en una de aquellas residencias donde acogían a los niños de la guerra, los huérfanos... Estabas allí, pero tenías que trabajar para pagar el alojamiento y la comida. Eran 320 marcos la pensión completa, en la fábrica donde había empezado a trabajar ganaba 280 marcos, me faltaban 40, que por entonces era mucho dinero. Estuve ahorrando dos años para una bicicleta que costaba 10 marcos... Ahí empezó mi costumbre de dormir cuatro horas al día. Una vez por semana iba a descargar camiones de manzanas que venían de Francia y te daban 5 marcos por camión, como descargaba dos, eran 10 marcos a la semana. Y ahí empieza mi periplo.
–¿Y cómo llega desde ahí hasta ser conocido como 'El rey de la ciudad vieja'?
–Esa zona de Colonia estaba destruida después de la guerra. Había un cliente habitual del bar donde yo trabajaba, un hombre joven que estaba metido en política y le comenté que en Colonia se celebraban cuatro de las ferias empresariales más importantes del país. Allí venían todos esos alemanes y extranjeros, pero a las seis de la tarde estaba todo cerrado. No tenían dónde ir después de las reuniones de las ferias. Le planteé que todo ese dinero se estaba yendo a Düsseldorf y que teníamos que arreglar el centro de la ciudad para que ese dinero se quedara allí.
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–Y nació la Taberna Flamenca.
–Sí. La Taberna Flamenca, la primera de Alemania y una de las primeras de Europa. Por allí pasaron gente como Paco de Lucía y Camarón de la Isla. La abrí en mayo del 68, que fue el mismo año en que con todos los amigos que tenía en Colonia nos fuimos a París a liarla. Éramos del movimiento 'hippy'. Todo aquello lo viví en primera persona.
–¿Y seguía pintado?
–Siempre. Incluso para ligar (ríe). Lo primero que hice cuando llegué a la lechería fue montar un pequeño estudio para poder pintar. Era algo paralelo al trabajo.
–Según su experiencia, ¿el pintor nace o se hace?
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–(Serio) Mire, el pintor nace. Luego, tiene que darse cuenta de que es pintor, porque si no se da cuenta y se mete en otra carrera se muere sin saberlo. Y una vez que te das cuenta de que eres pintor, tienes que aprender. No puedes decir con 20 años 'Llevo tres años pintado y ya soy...' No, no, no... Años. Los pintores consiguen la total libertad entre los 65 y los 70 años. En el momento en que tienes esa libertad es cuando puedes pintar puro, porque la pureza está en la libertad. Verá, tú tienes una cosa que tenemos todos: la identidad. Y eso es algo tan inherente a todos nosotros, que nadie nos la va a poder quitar jamás. Y en la pintura ocurre igual. Llega un momento en que te das cuenta 'Oye, tú eres pintor'. Y puedes trabajar como abogado, como médico, como futbolista... Yo llegué a jugar en primera división en Alemania, luego tuve una lesión de rodilla y lo dejé, pero jugaba porque me gustaba, ni iba a dedicarme a eso...
Una visitante que acaba de ver la nueva exposición sobre la obra de Rando se aproxima a la mesa y le dice '¡Maravilloso!'. Él agradece con un gesto y se despide.
–Perdón, ¿por dónde iba?
–Estaba defendiendo que un artista tiene que ejercitarse.
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–Eso. No hay más remedio. ¿Y eso como se hace? Pues como digo arriba (en uno de sus textos impresos en las paredes del museo), emborronando muchos cuadros. Cada pincelada que das, te abre una nueva. La mente te lleva por delante, tú pintas como un instrumento. Y cuando te das cuenta de eso, lo demás pasa a segundo plano. Por eso, cuando hablo con muchachos que quieren pintar les digo 'Si sois pintores, ya os daréis cuenta, pero jamás pidáis que os subvencionen algo. No pienses que vas a pintar porque quieres vivir de la pintura. Tú pintas porque eres pintor'. El triunfo de un pintor no está en vender más o en estar en el Prado o donde sea. El triunfo de un pintor está en pintar. Si pintas, ya has triunfado. Lo demás son servidumbres que te pueden coartar tu libertad.
–¿Ahora se siente libre?
–Sí, ahora sí. Ahora siento la libertad total. Es como si me fuera a morir la semana que viene. Busco la esencia, lo demás ni me importa ni me interesa. De verdad. ¿Cuándo consigues eso? Cuando has vivido. Al principio, cuando entras en el museo hay una frase mía que dice 'Quiero pintar la vida'. Todo es vida. Este diálogo es la vida.
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–¿Le ha dado esa libertad no tener que vivir de la pintura?
–Sí.
–¿Siempre tuvo claro que debía ganarse la vida de otra forma?
–Sí. Muy joven vi que mandaba el dinero y que la única forma que tenía para poder pintar como yo quería era ganarme la vida de otra forma y lo demostré cuando hice la ciudad vieja de Colonia y llegué a ser el número uno en la hostelería en Alemania. Para eso tienes que creer en ti. Si no crees en ti, mejor que no te pongas a pintar. Quise tener resuelta la cuestión económica, para pintar con la libertad de no tener que vender.
–Y en ese camino ha llegado a levantar un museo con su nombre y que ha cumplido seis años con una ampliación. ¿Siente que la institución está valorada?
–No. Nada, en absoluto. En Málaga tenemos muchos museos, bien, de acuerdo. Ahora bien, Málaga tiene un foco y es este. En España no hay ningún museo expresionista, este es el primero.
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–¿Y por qué no cuentan sus visitantes?
–Porque nos da igual. Lo que queremos es que, quien entre aquí, se sienta como en su casa. Que vengan tres o trescientos. Nosotros no estamos en eso. No quiero que mi gente se obsesione con que han venido más o menos. El día que venga uno, se atiende como un rey. El día que vengan diez, diez reyes. Nuestra finalidad no es ganar dinero, por eso he vuelto a la corriente de hace un siglo, con el nuevo expresionismo, nacido aquí en El Molinillo, que es arte, es música, es literatura... Eso es lo que pretendo aquí. Esto está abierto a todo el que quiera expresar.
–Ya que habla de expresarse, su obra más reciente, realizada durante el pasado confinamiento, no parece muy optimista.
–Dese cuenta de que veo todos los días los informativos de Alemania y de España. Verá, en Alemania está el Instituto Koch y cuando comenzó este problema, lo primero que hizo (Angela) Merkel fue dirigirse a ellos. Eso fue a finales de diciembre, principios de enero. Pero en España no se hace política, se juega a la política. Alemania puso 5.000 millones en la mesa y empezó a preparar los hospitales. ¿Aquí? Viva la Pepa. Enero, febrero, marzo... Es difícil este virus, sí, pero poned la situación en manos de los que saben, no juguéis con nosotros. En Alemania estaban preparados, aquí no.
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–Aun así, ha pasado estos meses en España y no en su residencia alemana.
–Sí. Llevo desde marzo sin apenas salir; eso sí, donde vivo, tengo que tener mi estudio, porque todos los días tengo que ir a pintar, si no, me falta algo.
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