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Hace 30 años Photoshop cambió por completo su perspectiva de la imagen. Joan Fontcuberta empezó a ser consciente de que la idea de veracidad y certeza que siempre había acompañado a la foto fija hacía aguas. Simplemente, era una suposición falsa. Una reflexión crítica sobre ... la que ha girado buena parte de su carrera y que le ha valido, entre otros, el Premio Nacional de Fotografía. Por eso, ahora que el orden visual se trastoca con la irrupción de la Inteligencia Artificial, Fontcuberta lleva mucho adelantado, y mantiene la calma. Sin alarmismo ni visiones catastrofistas. Más bien al contrario. El fotógrafo analiza esta evolución en 'Desbordar el espejo: La fotografía, de la alquimia al algoritmo', una docena de ensayos sobre la nueva realidad visual que ayer presentó en Málaga de la mano del Centro Andaluz de las Letras (CAL) en el Museo Picasso.
–Mantiene que asistimos a la mayor revolución desde que se inventó la fotografía.
–Es una revolución muy parecida a la que ya se experimentó en 1839, cuando apareció el daguerrotipo y convulsionó el statu quo de la producción de imágenes de esa época. Los pintores, los grabadores, los dibujantes, todos vieron que el panorama en el que se habían confortablemente instalado estaba cambiando de una manera dramática. Hoy pasa un poco lo mismo, pero multiplicado por ese ritmo vertiginoso que ahora suceden las cosas. Estamos confortablemente instalados en un sistema de producción de información visual y de repente emerge la Inteligencia Artificial y cambia completamente los parámetros. La relación de la imágenes con nosotros está también cambiando y eso nos deja un poco descolocados.
–Y, ¿debemos entenderlo como una oportunidad o como una amenaza?
–Cada vez que hay un cambio siempre hay una mezcla de ganancias y pérdidas. Se trata de intentar ser inteligentes para que las ganancias minimicen las pérdidas. Evidentemente hay riesgos, pero también hay unos panoramas de oportunidad que van a enriquecer y a mejorar nuestra vida. Hay que apuntar en esa dirección porque ir atrás es absolutamente inviable. No se pueden poner puertas al agua.
–Usted huye entonces de la visión catastrofista que acompaña con frecuencia a la IA.
–Sí. No sé si es optimismo o esperanza, pero yo confío en que cualquier tecnología que seamos capaces de inventar siempre estará sujeta a un uso humano y, por lo tanto, hay que temer a los humanos, no a la tecnología. Es de nosotros mismos que debemos desconfiar y nos debemos autoimponer un sentido más ético y sensato de todas estas invenciones prodigiosas que estamos alcanzando.
–Habla de optimismo o confianza, pero alguno le dirá que en realidad es ingenuidad.
–Pero eso ha pasado siempre. Apareció la electricidad y parecía un peligro que iba a terminar con la humanidad. Cada vez que ha habido un progreso técnico, siempre ha habido visiones catastrofistas. Hay un pensador francés, Paul Virilio, que dijo «inventar el tren es inventar el descarrilamiento, inventar el barco de vapor es inventar el naufragio». Aunque de vez en cuando haya naufragios y descarrilamientos, no vamos a prescindir de lo que suponen como sistema de locomoción el barco y el ferrocarril, ¿verdad? Siempre hay unas cuotas de riesgo que hay que minimizar pero que hay que asumir.
–Pues hace pocos días un grupo de científicos advertía de que el avance sin control de los sistemas informáticos autónomos puede provocar pérdida de vidas, incluso en el futuro, la extinción de la humanidad.
–En esa afirmación hay una pequeña trampa: dice sistemas informáticos autónomos. En el fondo no son nunca cien por cien autónomos. Esa supuesta autonomía la ha programado un humano. Y volvemos al bucle de antes. El problema no es el sistema informático, es el humano que lo programa, que lo genera y que lo usa con determinados fines.
–Pero, visto lo visto, confiar en el ser humano es un riesgo importante.
–Sí, pero es que vivir en comunidad es peligroso. Nunca sabes lo que puede hacer tu vecino. El tema es intentar hacer un pacto de convivencia en el que prevalezca el bien común. No sé si eso suena muy utópico, pero desde las cavernas la humanidad ha avanzado en base a este pacto.
–Imagino que, de entrada, usted no se cree nada de lo que ve.
–Yo siempre he pensado que la duda, la sospecha, era un buen principio para cualquier actitud sensata en la vida. No hay que ser crédulo, no hay que ser sumiso a la información que recibimos, sino que hay que mantener una actitud vigilante, una actitud crítica. La fotografía venía a ser como una demostración de algo que existía frente al objetivo, pero yo como fotógrafo me daba cuenta de que ese silogismo tenía muchos fallos. En el fondo la fotografía es una construcción humana y todo lo humano se presta a la interpretación, se presta a la ilusión. Por lo tanto, la fotografía nos suministra información, pero debe ser verificada como cualquier otra. No por el hecho de utilizar una óptica, una cámara, una película, etcétera, los datos que ese sistema nos va a proporcionar son verídicos por sí mismos, siempre están supeditados a un contexto, a unas intenciones, a unos estados de ánimo...
–Y pese a que cada día aparecen ejemplos de alguna manipulación fotográfica, de algún retoque, ¿cree que seguimos siendo demasiado crédulos con la imagen?
–Sí, lo somos. Pero para mí una de las ventajas de la emergencia súbita de la inteligencia artificial es que nos quita la venda de los ojos, nos hace darnos cuenta de que, efectivamente, hemos estado viviendo en la inopia pensando que aquello que veíamos fotografiado era algo que existía sin ningún tipo de cuestionamiento, sin ningún tipo de reparo. Y ahora nos damos cuenta de que todos los sistemas de transmisión de información visual se basan precisamente en regímenes de verdad particulares a los que hay que tener en cuenta para entender si esa información es verídica, es válida, es funcional o no.
–Y creo que, aun así, todavía nos seguiremos creyendo imágenes falsas una y otra vez.
–Efectivamente, porque es más fácil creer que descreer. El escepticismo requiere de una actitud activa de rechazo. En cambio, la credulidad es más pasiva, requiere de menos esfuerzo. Y normalmente tendemos a no querer esforzarnos.
–Decía antes que no se le puede poner puertas al agua, pero, ¿cree que hay regular la IA?
–Sí, pero como cualquier otra cosa. Es decir, hay que regular el uso de la televisión, hay que regular el uso de los medios de información, hay que regular el uso de la banca. Al final todo debe ser regulado, porque los excesos o las desviaciones siempre son perniciosas. Creo que hay que hablar siempre con sensatez, con sentido común, aunque a veces la sensatez y el sentido común no sean tan comunes como deberían.
–Y como creador, ¿le preocupa el tema de los derechos de autor?
–No, en absoluto, porque yo sigo siendo un autor. Lo que pasa es que estoy utilizando unas herramientas distintas. Yo no entiendo que la inteligencia artificial se base en el robo de derechos de autor de otros productores de imágenes, pienso que la inteligencia artificial lo que hace es aprender, inspirarse. Es como si yo visito un museo y mi espíritu se alimenta con una cultura visual tras ella. No quiere decir que a partir de entonces yo vaya a copiar a Velázquez o a Goya, sino simplemente que tengo un patrimonio estético más enriquecido que voy a aplicar en mis propias creaciones.
–Entre tanta visión alarmista, usted va a contracorriente.
–Hay mucho miedo por la novedad que todo esto implica, pero es normal. Cada vez que hay innovaciones se necesita un periodo para aclimatarnos. Pero el miedo por el miedo, el pánico, el rechazo, no conduce a nada. Si realmente la Inteligencia Artificial va a suponer retrocesos en derechos, cuanto mejor la conozcamos, más capaces seremos después de resistir.
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