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Durante mucho tiempo estuvo acomplejada por su formación, por su cuerpo, por casi todo. Porque casi nada parecía encajar con su deseo de pisar con ... fuerza sobre las tablas del flamenco. Sus estudios de danza clásica en el Conservatorio Superior de Málaga, su metro y medio de estatura, su perfil estilizado… Pero un día apareció por la clase la coreógrafa Olga Pericet. «Entonces me di cuenta de que había grandes muy pequeñas», comparte Irene Lozano, recién llegada a Málaga después de un viaje en coche de cuatro horas desde La Unión.
Conducía ella y en el equipaje traía el Premio Desplante a la mejor interpretación femenina de baile, obtenido en la madrugada del domingo en la edición número 61 del Festival Internacional de Cante de las Minas. Y Lozano se ha coronado en la 'Catedral del cante' con una propuesta que mira a los ojos de la tradición sin olvidar la vocación contemporánea. «El flamenco es de todo el mundo que lo respete», destila la malagueña, casi a modo de santo y seña creativo.
«Lo hice por mí, porque necesitaba reconciliarme con el flamenco», ofrece Lozano (37 años) sobre los motivos que le llevaron a presentarse por tercera vez al concurso que, al fin, ha colocado sobre su trabajo los focos del mundo flamenco. Porque la bailaora malagueña ha trabajado con coreógrafos de la talla de Eva La Yerbabuena, Javier Latorre o Rubén Olmo; ha crecido bajo las alas flamencas de La Lupi, su maestra y creadora de su apodo artístico: La Chiqui; ha vivido cinco años en Suiza y lleva tres en Estados Unidos, donde es una figura esencial del mítico tablao Cava en la Calle 8 de Miami… y, sin embargo, se ha sentido poco profeta en su tierra.
«Entre los artistas todos me conocen, porque he trabajado con los más grandes, pero una vez que sales del país, parece que desapareces», ofrece la artista malagueña, que aun así reivindica la riqueza que le ha aportado su trayectoria. «Siento que irme fuera me ayudó a encontrarme como artista y ahora ojalá este premio me ayude a tener más trabajo en España», sigue Lozano antes de compartir sus primeras impresiones tras reinar en Las Minas: «Con este premio me he dado cuenta de que tengo una carrera que estaba casi escondida, pero que me lo he currado durante mucho tiempo».
Y ahora Lozano siente que esas tornas empiezan a cambiar. «En el momento en el que pisas ese escenario en la semifinal del viernes, todo el mundo flamenco está hablando de ti, sea para bien o para mal. Desde el viernes, mi teléfono empezó a explotar. Me han llamado de Madrid, de Sevilla… Y en esas, un amigo mío soltó medio en broma, medio en serio: 'Oye, cuidado, que La Chiqui ha vuelto'. Y así algo así, como decir 'Aquí estoy'».
Y aquí, en su Málaga natal, permanecerá hasta el próximo día 16 antes de cruzar el charco, porque la jornada siguiente, su hijo de seis años comienza el colegio en Miami, donde Lozano vive con su familia desde 2019: «Cuando sales fuera compruebas cómo la gente aprecia más el flamenco. Es como el que vive al lado de la playa, que la tiene ahí al lado y no va. En Estados Unidos hay muchísima gente que ama y respeta el flamenco».
Un arte jondo que conserva uno de sus templos más recios en el Festival de Las Minas, donde Lozano ha compartido palmarés con otras dos artistas malagueñas: las cantaoras Isabel Guerrero y Virginia Gámez. Por tarantos y por derecho, Lozano se hacía con el galardón de mayor prestigio en el mundo flamenco; los tangos de Guerrero le valían el premio en la categoría dedicada a las bulerías, cantiñas, tangos, tientos, peteneras, farrucas y fandangos personales; mientras que Gámez se llevaba el Premio a Otros Cantes su granaína y media. Guerrero, además, es la madre de Ángel Rayo, el niño malagueño de nueve años que este verano debutaba en las Minas, donde presentó su arte en las semifinales sobre las tablas del mercado de La Unión.
La codiciada Lámpara Minera ha viajado este año hasta Extremadura, de la mano de Esther Merino Pilo, que la ha logrado después de más de una década presentándose al certamen. Junto con la Lámpara Minera, sus interpretaciones en la soleá, la taranta, la minera y la cartagenera le valieron el premio en estas cuatro categorías.
El ganador del Premio Desplante en la categoría masculina fue el barcelonés David Romero Cardoso. En el apartado de toque, el Bordón Minero era para el onubense Álvaro Mora Domínguez; mientras que el premio en instrumentación flamenca ha ido para el violinista granadino Ángel Bocanegara Ocón, ganador del Filón por levantica y tangos.
La joven de 18 años Lucía Beltrán Sedano, de Huelva, se hacía con el Premio Especial para Cantaores Jóvenes. El sevillano Manuel Cuevas González lograba el Premio por Malagueñas, Murcianas y otros cantes mineros. Por su parte, José Plantón Heredia recibía por su seguiriya el premio dedicado a las interpretaciones de tonás, seguiriyas, livianas y serranas.
Y así, Lozano, Guerrero y Gámez se suman a la presencia de malagueños en el palmarés de las Minas, donde Amparo Heredia Reyes 'La Rempopilla' se hacía el año pasado con La Lámpara Minera. Antes que ellas, Antonia Contreras, Alfredo Tejada, Antonio de Canillas, Cristóbal Guerrero Escalona, Antonio Fuentes Melero y Curro Lucena han sido otros artistas malagueños presentes en la historia de los galardones entregados en la 'Catedral del Cante'.
Un templo laico donde ahora ingresa Lozano, que parece pequeña, pero es muy grande.
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