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cristina pinto
Viernes, 17 de enero 2020, 01:19
Cualquiera que pasa por la calle Alcazabilla se queda perplejo ante las poses refinadas, inclinaciones y pasos de la joven. Las miradas se posan atónitas ... ante esa elegancia y sencillez. Una sonrisa acompaña a cada movimiento. Es la bailarina malagueña Irene Estévez, única española que estudia su segundo año en una de las instituciones más prestigiosas del mundo: la Escuela de Ballet del Teatro Bolshói (Moscú). Con ella nos encontramos ante el TeatroRomano.
La técnica, los movimientos y la serenidad no parecen propios de una chica de su edad. Se quita las puntas (las zapatillas propias de las bailarinas de ballet clásico) y, aunque no lo parezca, tiene 17 años. Entonces aparece la Irene Estévez adolescente e inocente. Y humilde. Quizás sea esta una de las virtudes que le han hecho llegar hasta donde está ahora mismo. «Todavía no me creo que esté en los pasillos de la escuela que yo seguía por YouTube», comenta. El trabajo y la constancia también podrían definir a esta joven promesa del ballet. «He luchado y he llorado mucho para conseguir esto y llegar hasta aquí. Desde pequeña me han dicho que 'no' mil veces, pero siempre he seguido intentándolo», asegura la bailarina.
Con apenas 16 años ya dejó su ciudad, la familia y los amigos para aventurarse en una nueva etapa de su vida que lo cambiaría todo. Este curso ya es su segundo año en Moscú y la adaptación, tanto a la nueva ciudad como al idioma, va viento en popa: «Este año estoy mucho mejor. Ya me he adaptado a las costumbres y al idioma, que no es nada fácil. Estoy genial ahora». Para la malagueña, esto no solo está suponiendo una madurez profesional, sino también personal. «Allí no te queda otra opción que madurar sí o sí. Si no tuviera a mis compañeras no podría. Necesitas a alguien que pueda entenderte. porque sino, te vuelves loca», comparte entre risas.
Y es que las costumbres rusas no tienen nada que ver con las españolas. «La educación allí es muy estricta, aunque eso tiene su parte positiva y su parte negativa. Cuando acaba una clase, aplaudir es una falta de respeto. Lo propio es hacer una reverencia», cuenta la bailarina. Se podría decir que la exigencia marca los ritmos de la enseñanza en la escuela. Por eso, es toda una señal de valía que Irene Estévez comenzara su segundo año allí. A pesar de que la joven habla de la buena relación con sus compañeras, hay una gran parte de competitividad. «Todos los años tienes que darlo todo porque no sabes si te puedes ir. Las que estamos allí soñamos con seguir hasta terminarla. Por eso, aunque nos queramos mucho, tenemos que ser competitivas sí o sí», comenta la malagueña.
A más de cuatro mil kilómetros de su familia, su rutina a veces resulta complicada. «Echo mucho de menos tantas cosas... –suspira–. Llega un momento en el que digo '¡Cómo me hace falta un puchero de mi mami!'», admite mientras mira cómplice a su madre, Ana Hernández. Las clases comienzan a las nueve de la mañana y no terminan hasta las seis y media de la tarde. Entonces, van a cenar. Según su experiencia, la enseñanza allí también difiere mucho de la de España. «Hay una diferencia muy grande. Por suerte, mi profesora de aquí ya me enseñó la disciplina rusa. Allí es repetir, repetir y repetir todo hasta que salga. La danza es así, a tope», explica la artista.
Entre los adjetivos con los que se define Irene Estévez está el de «cabezona». Y hasta ahora ser así le ha llevado a conseguir sus propósitos. Su principal reto en este momento es llegar hasta el cuarto año y graduarse en la escuela. Por otro lado, también estudia a distancia el Bachillerato de Artes. Un esfuerzo más que confirma la ambición de esta joven, que no parece tener límites. Desde los cuatro años, cuando vio 'El Cascanueces', ya le dijo a su madre: «Mamá, mamá, quiero ser bailarina de ballet y lo voy a conseguir, que lo sepas».
«Cualquiera que la conocía me decía que mi hija era especial, que tenía que apuntarla a algún sitio porque no era normal que estuviese las 24 horas del día bailando», recuerda su madre.
Salir de España para conseguir un sueño puede ser difícil para una niña de 17 años y para su familia. «Que te tengas que ir fuera de España y que te cueste 20.000 euros... Es una pasada», comparte. Irene Estévez puede cumplir este sueño gracias a que la Fundación Málaga le ofrece una beca. Por eso, a pesar de ser tan joven, asegura que ella se plantearía crear una escuela en España para sacarle partido al talento que aprecia en el país. «Hay gente tan buena en danza clásica aquí... Es una pena que no haya nada. Aquí se valoran otras cosas. En Moscú, a los niños desde pequeños los llevan a ver música clásica, danza y ópera», resalta la joven malagueña.
Allí en Moscú, los alumnos de la Escuela del Bolshói tienen entrada todos los domingos para ir al teatro. «Me encanta cuando llega ese día. Allí he podido ver 'El lago de los cisnes' o 'Giselle', que es mi favorito», comenta. No solo en terminar sus estudios en la escuela están los retos de la bailarina: «Lo que quiero es estar en una compañía ya. Bailar, bailar y bailar hasta que no pueda más con mi cuerpo. Quiero estar en alguna de las mejores compañías del mundo».
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