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Lleva un buen rato posando frente a la cámara con diferentes posturas en punta sobre sus pies. ¿Duele? «Sí, claro, pero llega un momento en el que te acostumbras. Ya solo lo empiezas a notar cuando llevas un par de horas», responde Irene Estévez con ... una sonrisa. La danza, añade, «es así, todo el rato sacrificio, trabajar y trabajar sin parar». En unos días cumplirá 17 años, pero habla como si fueran algunos más. Ya era una chica madura para su edad, perosu año a más de 4.5000 kilómetros de casa formándose en la Bolshói Ballet Academy -con una beca de Fundación Málaga- le ha obligado a crecer un poco más rápido. La joven fue seleccionada el ejercicio pasado para estudiar en la academia de Moscú. A su regreso por vacaciones de la capital rusa, Irene Estévez hace balance de un curso «diferente». «Ha sido un año de mucho trabajo, unos meses duros en los que he dado el máximo todos los días. Pero lo he pasado súper bien», resume.
Tener la titulación de la Bolshói Ballet Academy «abre puertas». Por lo pronto, por lo singular que resulta. Ningún bailarín malagueño la tiene y se cuentan con los dedos de una mano los españoles que pueden ponerlo en su currículum. Entrar en la escuela de uno de los ballets clásicos más antiguos y prestigiosos del mundo «es lo más de lo más». «No cualquier niña puede llegar. Ni yo misma me lo creía, tuve que leer la carta de admisión siete veces», reconoce Irene Estévez.
Aterrizó en Moscú el 1 de noviembre con menos diez grados en el termómetro. «En diciembre llegamos a los menos 18», apostilla la malagueña, de la zona del Cónsul. Pero, de puertas para adentro, es fácil entrar en calor. «Son súper estrictos y muy perfeccionistas con la técnica. Tienen una forma de enseñar distinta a la de aquí», cuenta. Y eso que su profesora en Málaga era Valentina Letova, quien fuera primera bailarina del Ballet Estrellas de Rusia, hoy profesora titular de ballet clásico en ESAEM. «Pero ella me tiene cariño», dice entre risas.
Las clases allí empiezan a las 9 y acaban a las 18.30, con una parada rápida para comer. «Aunque había días que no me daba ni tiempo. Tenía diez minutos para subir al cuarto y cambiarme, nada más». Todas las sesiones se imparten en ruso, nada de inglés pese a que entre el alumnado hay latinoamericanos, japoneses, americanos, indonesios, canadienses... Por eso, todos los días recibe una hora de idioma obligatorio. «Al principio me resultó súper complicado. Hasta las monitoras de la academia te hablan en ruso y necesitas traductor. Con el tiempo ya lo controlo bastante», asegura.
Pese a la distancia, la exigencia y las diferencias culturales, Irene Estévez ha superado con una nota media de 8 el primero de los cuatro años que aspira a pasar en la academia del Bolshói hasta graduarse. Ha sacado un 7 en ballet y un 10 en danza carácter. No obstante, es consciente de que dar el salto de la academia al ballet profesional del Bolshói es algo imposible. «Tienen preferencia las rusas, no hay extranjeras en el ballet», afirma. Pero esa titulación le basta para que la reciban en otras compañías. De momento, el próximo curso bailará los domingos con una de Moscú a la que ha accedido a través de su profesora Valentina. «Quiero ver cómo funcionan desde dentro», expresa.
Sabe que su futuro pasa por el extranjero. «Aquí en España hay pocas opciones, y las que hay no me motivan. En danza clásica, si quieres destacar y ser buena en lo tuyo te tienes que ir fuera, aquí te quedas atascado. Es una pena que estemos así, espero que poco a poco haya más posibilidades, más allá de Madrid y Barcelona«, lamenta.
Estévez ha hecho parada en casa antes de marcharse por quinto año consecutivo al Russian Masters Ballet Camp. Precisamente, fue una profesora de ese campamento quien le recomendó probar suerte en la Academia estatal de coreografía de Moscú, la escuela del Bolshói. Su madre envió el currículum con vídeos, fotografías y un largo historial de cursos, másters, conservatorios y escuelas por las que Irene ha pasado en la última década. Y la aceptaron.
Ha echado de menos su casa, su familia... «¡y la comida lo que más!». Pero está deseando volver al frío Moscú. Lo hará a principios de septiembre, no sin antes marcarse unos pasos de baile bien diferentes en la Feria de Málaga. «Esos días me los tomo de vacaciones y saldré con mis amigos». Porque clavar perfectamente los movimientos del ballet clásico no es incompatible con seguir siendo una adolescente.
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