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Inés Joyes y Blake (1731-1808) tuvo una vida corriente. Acomodada, pero corriente. Hija de una familia irlandesa bien posicionada, Inés se casó jovencísima con el comerciante Agustín Blake. Con él se instaló en Málaga y tuvo nueve hijos, cuatro mujeres y cinco varones. No se le conocen actividades públicas, ni consta que tuviera relación con los círculos ilustrados de la capital y de Vélez-Málaga, donde residió. Su principal ocupación era la familia, como correspondía a las mujeres de su época. Hasta que cumplió 67 años. Con la sabiduría y la templanza de la edad, una Inés Joyes ya madura rompió con todos los convencionalismos e hizo algo que todavía hoy, más de dos siglos después, sorprende: esa señora 'común' de la que no se conserva ni un solo retrato y de la que pocos en su tiempo hablaron publicó uno de los escritos feministas más potentes del siglo XVIII, en plena Ilustración.
Lo que la autora presenta humildemente como una carta a sus hijas encierra un enérgico alegato dirigido a todas las mujeres en defensa de la igualdad, la libertad y la dignidad. Escribe (reproducido con la ortografía y acentuación del XVIII, tal y como se publicó): «Oid mugeres, no os apoqueis: vuestras almas son iguales á las del sexô que os quiere tiranizar: usad de las luces que el Criador os dió: á vosotras, si quereis, se podrá deber la reforma de las costumbres, que sin vosotras nunca llegará: amaos unas á otras: conoced que vuestro verdadero mérito no consiste solo en una cara bonita, ni en gracias exteriores siempre poco durables».
Eso es solo la punta del iceberg de un texto valiente cargado de brillantes reflexiones, con un lenguaje claro y directo. Titulado 'Apología de las mujeres' (en origen 'Apología de las mugeres'), la escritora lo incorpora como un añadido en el único libro que escribió en su vida o, al menos, el único que se conoce con su firma: la traducción al castellano del cuento filosófico 'Rasselas, prince of Abissinia' (1759) del autor británico Samuel Johnson.
Pongámoslo en contexto: era 1798, Inés Joyes y Blake llevaba 16 años viuda y había logrado sacar adelante a sus nueve hijos. «Tras enviudar, hubo de ocuparse intensamente de los intereses familiares, interviniendo en pleitos por herencias y negociando los matrimonios de sus hijas e hijos», señala Mónica Bolufer Peruga, catedrática del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universitat de València y autora del libro 'La vida y la escritura en el siglo XVIII. Inés Joyes: Apología de las mujeres'. Cuando consiguió poner su vida en orden, se sentó a escribir y a volcar sobre un papel lo que ella misma había experimentado como mujer.
Esas 30 páginas plagadas de frases que parecen estar escritas hoy cayeron en el olvido durante dos siglos y no han sido rescatadas hasta hace pocos años gracias al desarrollo de los estudios feministas. Ahora Inés Joyes es objeto de diferentes investigaciones, como el proyecto CIRGEN (Circulating Gender in the Global Enlightenment) de Mónica Bolufer, financiado por el Consejo Europeo de Investigación; y es protagonista de ensayos y charlas. La escritora Herminia Luque la reivindica en libros como 'Escritoras ilustradas. Literatura y amistad' y 'Sororidad/Hermandad', y hablará sobre ella en una conferencia en el Ateneo de Málaga el 30 de mayo (19.30 horas). «Su memoria se había borrado por completo», lamenta Luque.
Su 'apología' es la reacción de una mujer culta y formada a un debate de plena actualidad en la España de la Ilustración: «Sabido es que la disputa sobre preferencia ó preeminencia de los sexôs, es uno de los asuntos de conversación más comunes en la sociedad», escribe como advertencia inicial a su discurso. En su razonamiento se atreve a cuestionar creencias extendidas, intenta hacer ver a los hombres lo injusto de su comportamiento y anima a las mujeres a tomar las riendas de su vida. Así arranca su relato: «No puedo sufrir con paciencia el ridículo papel que generalmente hacemos las mugeres en el mundo, unas veces idolatradas como deidades, otras despreciadas aun de hombres que tienen fama de sabios. Somos queridas, aborrecidas, alabadas, vituperadas, celebradas, respetadas, despreciadas, y censuradas. El más ceñudo filósofo suele alegrarse al ver una muger hermosa; y el más despreciable pisaverde, después que se ha estado esmerando en atraerse la atención de un concurso de damas, sale de allí, y a todas, una por una, las ridiculiza».
No será ella la única mujer de su tiempo que levante la voz para exigir un cambio, pero Inés Joyes tiene una peculiaridad en el contexto español: «Su crítica directa a la doble moral sexual; tema que otras autoras, como Josefa Amar, tocan solo de forma más indirecta», apunta Bolufer. Volvamos a lo que escribe Inés Joyes: «Dicen comunmente, aun gentes sensatas, que para los hombres hay diversos destinos; mas que para las mugeres no hay sino dos, pues han de ser ó monjas ó casadas». La escritora se rebela y defiende a ultranza la soltería de la que disfrutan «infinitos hombres», porque mejor estar sola que «exponerse a entregar su libertad a quien les repugne» o a un «tirano que hasta sus pensamientos quiere gobernar». Por una cuestión fundamental: «La muger que dió con mal marido tiene mas que sufrir que el hombre con muger pésima, pues no está obligado á parar en casa quando no le agrada, sino á las horas precisas». Y a quienes sí quieren contraer matrimonio, les aconseja no poner las cosas fáciles en el cortejo: «Es el hombre de tal condición que donde encuentra facilidad se fastidia».
Inés Joyes critica con vehemencia el menosprecio a su género. «Nos tratan muchos hombres ó como criaturitas destinadas únicamente á su recreo y á servirlos como esclavas; o como monstruos engañosos que exîsten en el mundo para ruina y castigo del género humano. Injusticia fuerte! Notable desvarío! Digan los hombres lo que quieran, las almas son iguales», grita.
Pero aquí nadie se libra: «Sí, nosotras tenemos la culpa». En su opinión, las mujeres se han conformado con los modelos impuestos por los hombres y reproducen comportamientos frívolos que fomentan la rivalidad entre ellas y no permiten avanzar. «Quisiera saber qué ley hay, en qué tiempo se promulgó ó por quien para que las mugeres estén siempre reducidas a tratar de sus modas, cintas, flores», se pregunta.
La educación, tanto la intelectual como la sentimental, es para ella la clave. «He oido a algunos Reverendos de bonete y capilla, á pretendidos filósofos y á doctos decir que basta que la muger sepa coser, gobernar la cocina de su casa, y rezar, que lo demás es en ellas bachillería. Falta la paciencia para oir desatino tan garrafal», proclama la autora, que arremete también contra los padres «necios» que no quieren que sus hijas sepan escribir. Porque, además, esa escasa formación de la mujer tiene un objetivo: «Los hombres en general las quieren ignorantes porque solo así mantienen la superioridad que se figuran tener». Como apostilla Herminia Luque, Inés Joyes deja claro que el alabado siglo de las luces «no es tan luminoso para ellas».
La escritora de origen irlandés sale en defensa de aquellas a las que tachan de «malas madres» por no poder o no querer amamantar a sus bebés y ataca a esos «modernos escritores de crianza física», siempre hombres, que sientan cátedra sobre algo que no les atañe. «Pero ninguno he visto que toque la inhumanidad de los hombres que habiendo vivido una vida desenfrenadamente viciosa pasen sin escrúpulo á contraer matrimonio con una sencilla paloma».
Sin ponerle nombre (porque entonces aún no lo tenía), Inés Joyes apela a la sororidad, a la hermandad entre mujeres, para plantar cara a estas injusticias: «Dura cosa es que viva nuestro sexô privado de la única satisfaccion que hay en el mundo, que es la de una sincera amistad». Al final de su 'apología' va a más: «Manifestadles (a los hombres) que sois amantes de vuestro sexô, que podeis pasar las horas unas con otras en varias ocupaciones y conversaciones sin echarlos ménos». De hecho, ella dedicará este escrito a modo de «leve demostración de obsequioso afecto» a su amiga María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna y condesa de Benavente. Reivindica así, en contra de lo que muchos pensaban entonces, que la amistad firme también es posible entre ellas. Y en este punto suelta una frase reveladora de su conciencia de desigualdad: «Como los hombres están más expuestos al teatro del mundo, salen á luz muchas acciones suyas que aunque en las mugeres las hay igualmente heroycas, como no interesan al público, quedan sepultadas en el olvido».
Pero, ¿quién era Inés Joyes?, ¿por qué no escribió nada más?, ¿qué le impulsó a tener esa claridad de ideas sobre la diferencia de géneros? Su figura sigue siendo un enigma. Sus datos biográficos, recopilados por la investigadora Mónica Bolufer, cuentan que nació en Madrid y fue la tercera de los seis hijos de Patricio Joyes e Inés Joyes, ambos de ascendencia irlandesa y dueños de una compañía financiera. Cuando tenía 13 años, su padre murió y su madre asumió la tarea de dirigir el negocio familiar. Se intuye que recibió una buena formación, pero poco más. Con 21 años se casa en Málaga con Agustín Blake, pariente suyo por vía materna, dedicado al comercio del limón y de la pasa. Tras unos años en Málaga capital, se trasladan a Vélez-Málaga. En la última etapa de su vida regresó a la ciudad, a una casa junto a la plaza de la Merced donde moriría con 75 años. «En 1806 había otorgado su último testamento, en el que se muestra como cabeza de familia preocupada por el reparto de sus bienes, mermados tras la quiebra comercial de su esposo, y como mujer de religiosidad ilustrada, poco amante de rituales externos», detalla la investigadora.
No consta que formara parte de la Sociedad Económica de Amigos del País, el núcleo intelectual de la época, pero su casa debió ser un punto de encuentro cultural, como sugiere el testimonio del viajero inglés Joseph Townsend y que recoge Bolufer en su libro. El político Manuel Godoy también la cita en sus memorias, como destaca Luque, reivindicando el patrocinio que él ejercía en las letras.
Y, sin embargo, solo se conoce esta traducción. «Para muchas mujeres traducir era la manera de introducirse en el mundo de las letras», sugiere Luque. Y, como añade Bolufer, «es muy frecuente en esa época que haya mujeres que solo escribieron o de las que solo se conserva una obra». La elección de 'El príncipe de Abisinia' no parece casual. La obra se aleja del estilo sentimental en boga a finales de siglo y está coprotagonizada por una heroína inteligente y resuelta, Nekayah. Dos siglos después, ella es el centro de la historia.
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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