Lo ha logrado. Carrete está en Nueva York, paseando por la Quinta Avenida y actuando como invitado en un teatro de Manhattan. Un sueño que ... le llega tras una existencia de película, con sus momentos de gloria y también sus penas. Esta es su vida resumida en quince anécdotas extraídas del libro 'Al compás de la vida. Aventuras y desventuras de un bailaor diferente', de Francis Mármol y Paco Roji.
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Pensaba que Fred Astaire bailaba por bulerías, protagonizó su propia 'Carmen' en la vida real y dio la entrada para su casa con lo que le pagó la reina de Noruega en las fiestas previas a su boda. El niño de la calle, que no conoce su fecha exacta de nacimiento y que empezó bailando sobre el trigo que robaba su madre en los márgenes de la carretera, llegó a vivir un tiempo en una mansión de los Ángeles con una de sus cuatro esposas.
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Es hijo de La Carreta, miembro de una familia gitana que andaba de pueblo en pueblo siguiendo las ferias de ganado y durmiendo «en los caminos». A la altura de la Venta de Zafarraya su madre se puso de parto. Su padre montó una especie de tienda de campaña en mitad del campo y cortó el cordón umbilical con unas tijeras de pelar a los burros. Al poco de aquello se lo llevaron preso por quinaor (ladrón de caballos) y no lo conoció hasta los siete años. Su edad es un misterio: solo sabe que fue bautizado el 27 de diciembre de 1941.
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Fue en la Carretera de Málaga con menos de cuatro años. Su madre le animaba a zapatear sobre el trigo que robaba de los campos para después venderlo. «Por eso tengo las plantas de los pies como los tengo, como una criba», cuenta en su biografía.
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La picaresca era su manera de combatir el hambre. «Les quitaba las alforjas o las mantas a los otros chalanes y mi gente hacía fiestas cuando se las llevaba», cuenta. Una vez robó la cartera «a na menos que la mujer de un comandante»; sus hermanos lo lanzaban sobre los vagones de carbón para que tirara al suelo todo el que pudiera; y su madre se escondía bajo la falda el trigo de los barcos argentinos del puerto. «Los guardias civiles le decían: '¿Carreta siempre estás preñá?' Se echaban a reír y la dejaban de ir». Un día su madre le dejó a cargo de una señora que vendía bocadillos en la Alameda de Colón y no volvió hasta tiempo después «porque la detuvieron por pedir limosna».
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Pasó por varios reformatorios, pero se escapaba y volvía a la calle a bailar. «Era el único plan que tenía pa ganarme la vida». Con 12 años se fugó por última vez. Por aquel entonces se iba a una tabernilla en calle Larios con dos personajes de Málaga: el Loco Matías, famosos por sus discursos, y La Paula, bailaora de la calle siempre envuelta en su pañuelo de largos flecos. «Y me decían los señoritos: 'que baile Carretillo, que baile el niño'. Y me daban dos gordas». Lo que ganaba lo repartía con los suyos. «Que por eso tos los gitanos hoy me quieren».
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El cine Rialto era su refugio. «Me gastaba lo que ganaba en eso y allí me dormía calentito y no pasaba frío en la calle». Veía las películas en bucle hasta que le echaban. Allí descubrió a Fred Astaire, su gran referente. «Me quedaba yo mirando las películas de aquel gachó pensando que bailaba por bulerías y mirando a los pollos que se comían en la pantalla, unos banquetes... a los pollos y a los pies de Fred Astaire, a los pollos y a los pies de Fred Astaire, claro los pollos se los comían». De sus películas toma su paso más característico, un zapateado tipo claqué que lleva al flamenco y que le ha dado el sobrenombre del Fred Astaire gitano.
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«Llegó el momento que me fui de la tribu, y me recogió el Niño Almería en la Casa de las Monjas de calle La Puente». Allí se uniría a una generación única de flamencos malagueños: La Quica, La Repompa, Pepito Vargas, La Cañeta, La Pepa Vargas. Eran el cuadro de Los Vargas y con ellos debutó en su primer tablao: El Refugio. Le pagaron cinco duros que invirtió en unas alpargatas, «porque siempre andaba descalzo», y ropa de «un baratillo de calle Mármoles».
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Los tablaos eran parada obligada de directores de cine, actrices y personajes de la jet. Cuenta que Sean Connery pedía en El Pimpi que bailara «el niño», él. Y que Anthony Queen fue a verle cuando rodaba con Briggitte Bardot en Almería. «Él era gitano mejicano. Le gustó mi zapateado porque le recordé a Fred Astaire. Con él estuve en un chalé con escritores, poetas y periodistas».
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En 1963 Carmen Amaya actuó por última vez en el Teatro Cervantes, pero apenas acudió público a verla. Decepcionada, fue a la cercana Gran Taberna Gitana. Carrete tuvo entonces la ocurrencia de ponerse el vestido de bailaora de su compañera. «Me quedaba por las rodillas, cuando salí al escenario y eché a bailar aquella mujer se tiraba al suelo de la risa».
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Dice que le vio bailar y se enamoró locamente de él. Fue su segunda mujer, una castellana que trabaja como institutriz con los marqueses de Riscar. Y lo dejó todo «por venirse con un gitano». Su muerte prematura fue uno de los palos que le ha dado la vida. «Me enseñó a ser persona porque yo hasta entonces era salvaje».
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Carrete tiene fama de dandi. Llegó a marcharse a EE UU por amor siguiendo los pasos de Laura, una patinadora artística que vivía en Santa Mónica. Accedió a casarse con ella por el rito mormón sin entender una sola palabra de toda la ceremonia. Su padre era un escritor famoso del que no recuerda el nombre, pero no olvida que se alojaba en un yate y que vivió de lujo en una mansión de Hollywood. Trabajaba como profesor de baile. Cuenta que tras varios meses en los que se quedó en 40 kilos de peso de tanto hacer el amor le dijo: «Tomorrow tickets España, quiero ver a mis bambinos».
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Tuvo tres hijos con La Dolores, su primera mujer, con quien se «juntó» en el 56 en un corralón de la Cruz Verde: Carmen, Joaquín y Loli. «Me casé un año después de conocerla que me tuve que escapar con ella a caballo y tó porque su padre no estaba mu conforme». A los tres se los llevó con él a Madrid cuando le contrataron en el tablao Villa Rosa y los dejaba durmiendo en los camerinos, en unas maletas, mientras actuaba. Con su segunda mujer, Pepita, tuvo otros dos: Beatriz y José Antonio. Después nacería Bernardo de su relación con Ascensión.
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Carlos Saura le quería para 'Carmen', daba el tipo gitano que buscaban para el elenco. Pero se le cruzó una prima suya a la que perseguían unos gitanos por haber sido infiel o por no quererse casar. Carrete la defendió y tuvo que irse de Madrid para esconderla. Gades y Marisol le prestaron dinero para la huida.
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Viajó a Oslo en 1969 al frente de una compañía flamenca en la que estaba el cantaor Chiquito de la Calzá, su hermano artístico durante décadas. Armaron tal jaleo mediático que le invitaron a bailar al palacio para la que entonces era princesa de Noruega, después reina. Tenía el pelo muy largo para actuar en un lugar tan solemne, así que se lo cortan a la taza «como un noruego». Gustó tanto que la Casa Real le pagó una cantidad de dinero espléndida («40.000 duros en un sobre») que Carrete empleó en la entrada de su actual piso.
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Viajó a Liverpool a un evento promocional de la Costa del Sol. Le llevaron a bailar a una recepción oficial en el Ayuntamiento y, viendo que no había superficies buenas para ejercitar su baile, se subió a una mesa grande de madera que había allí. Los asistentes le miraban con cara de sorpresa: estaba bailando sobre un potro de tortura donde en la antigüedad habían sido decapitados muchos súbditos ingleses.
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«En 1989 Dios me quiso guardar un tiempo las espaldas y me metió en el sitio más seguro que podía imaginarse». Ingresó un breve tiempo en prisión por motivos «por cosas que no vienen al caso». «Pa demostrarle a la gente que yo era un ciudadano más, que se había equivocado en su momento, monté un tablaito flamenco enfrente de la comisaría». Tablao Carrete, en la avenida del Pez Espada.
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