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Juan Echanove sobre un escenario es una garantía. Así que se entiende que el Festival de Teatro de Málaga programara la apertura de su 38 edición con 'La fiesta del Chivo', la adaptación de la gran novela de Mario Vargas Llosa ... sobre el temido dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. El libro ya conoció hace década y media una versión cinematográfica menor a cargo del primo del escritor, Luis Llosa. Ahora, la tarea de llevar esta compleja historia al teatro no era fácil. Un reto que ha asumido un cineasta que coquetea con el teatro, Carlos Saura, que ha dirigido esta adaptación de Natalia Grueso centrada en la esencia del libro original: la vida paralela del déspota militar y de Uranía Cabral, la hija de un senador al servicio de su tirana excelencia. Relato y puesta en escena se desprenden de lo superfluo, mientras que el espectáculo está en los actores.
Efectivamente, Echanove es un cheque al espectador en la piel del general, que logra ser despreciable, egoísta, despiadado y repulsivo, pero también débil y seductor. La sutileza del actor no es nada nuevo, pero sería injusto centrar en él todos los méritos porque todo elenco está de aplauso unánime. Empezando por Lucía Quintana que comparte el peso protagonista al dar vida a Uranía, que vuelve a la isla para contar su historia y la de su padre, que son la metáfora de un país sumiso y sin alma. O, más bien, con roña en el alma, como dice en un momento Trujillo al referirse a su propia mujer. Una roña que tampoco hace falta rascar mucho para encontrar en esa panda de aduladores, cortesanos, guardaespaldas y fieles que encarnan Gabriel Garbisu, Eugenio Villota, David Pinilla y el malagueño de adopción Eduardo Velasco. Todos tienen su momento en esta obra que funciona gracias a unas interpretaciones que imprimen carácter.
La puesta en escena es sencilla. Demasiado, tal vez. El trono del amado líder, una silla y otra con ruedas son los únicos elementos escénicos, mientras la pantalla del fondo va cambiando de proyección con las idas y venidas de unos personajes que se enfrentan a la maldad y el miedo por el camino fácil de la cobardía y renunciando a la dignidad. Esto último fue lo que consiguió imponer durante décadas el Chivo, como se le conocía a Trujillo, aunque su fórmula se puede aplicar a cualquier dictadura. Con la distinción de que Rafael, además de un corrupto y un sanguinario, era un depredador sexual que vinculaba su poder a su virilidad. Por ello llevó tan mal los problemas de la vejez. Y ahí su drama. Pero también su crueldad.
El sonoro aplauso del público puesto en pie en el Cervantes fue correspondido por el reparto. Juan Echanove le cedió la palabra al malagueño de la función que mostró su emoción por empezar el año en casa y por la respuesta del público pese a la que está cayendo. De la pandemia y, ayer, también del cielo. «Gracias por apoyar el teatro», cerró un feliz Eduardo Velasco, que volverá con esta obra al Cervantes en la segunda parte de este festival, ya en mayo.
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