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Imon Boy es una firma reconocible a lo largo de la A-7. Si le buscan, le encuentran. Y seguro que muchos habrán visto sus dibujos en ruinas y edificios abandonados de la Axarquía. Pero el spray y la clandestinidad son solo una parte de su vida, y ni siquiera la principal por más que sus pinturas de policías y grafiteros jugando al gato y al ratón hayan dado la vuelta al mundo. El artista malagueño, que mantiene en secreto su identidad, deja de lado –de momento– su imagen de artista urbano y se reencuentra con las escenas de interior, con su diario más personal, en su primer proyecto en solitario para Corea del Sur. Once obras de pequeño y mediano formato que se expondrán del 4 al 8 de septiembre en la feria internacional de arte contemporáneo Kiaf Seoul. Y ya hay varios interesados en lista para adquirirlas.
Imon Boy suma una nueva plaza asiática a su trayectoria tras debutar en enero en Hong Kong con una individual –antes había participado en colectivas– de la mano de AishoNanzuka, la puerta de entrada de artistas como Javier Calleja y Julio Anaya al potente mercado oriental. Y no acaba aquí: en cuanto vuelva de Seúl, se volcará de lleno en su próxima exposición en Singapur para el primer trimestre de 2025, en la galería Tang Contemporary Art. Pero aunque su carrera siga creciendo, hay cosas que no cambian: pocos, muy pocos, conocen su verdadero nombre. «Estoy bien así».
En la serie que ahora mostrará en Corea, su característico personaje de rostro ovalado y grandes orejas lee un libro, escucha música y se sienta frente al ordenador. Una chica hace ejercicio en casa, saca a pasear a los perros y se toma un café asomada a la terraza. Son escenas cotidianas, pequeñas rutinas que componen la jornada de cualquiera. También la de la persona que hay detrás de Imon Boy.
Parecen actuales, de este tiempo, pero algunos detalles invitan a viajar al pasado. Ella viste calentadores y una cinta en el pelo. Y él escribe en uno de esos portátiles robustos y anchos con entrada para el CD-Room, lleva auriculares con cable y tiene un móvil pre-redes sociales. Incluso lee en papel en lugar de hacerlo en una pantalla.
Imon Boy vuelve a sus orígenes y recupera la inspiración noventera de sus primeros trabajos. Hijo de los 90, en sus inicios salpicaba sus cuadros de guiños al cine, el anime y los videojuegos de su infancia y adolescencia. Con los años, esas referencias se fueron diluyendo, su personaje ganó en definición y el mundo exterior –desde su experiencia como grafitero a su pasión por el buceo– fue ganando peso en su pintura. La exposición que hizo hace algo más de un año en el CAC le enfrentó de nuevo a sus creaciones iniciales. Y fue, asegura, «un punto de inflexión». «Me hizo recordar las obras antiguas y me ayudó a encontrarme con ellas. No he abandonado nada, pero decidí retomar los interiores», explica.
De fondo, de una u otra manera, está siempre el mar Mediterráneo. A veces la referencia es directa, con un paseo por la playa o una escapada con la tabla de surf; pero otras simplemente se cuela por la ventana o la terraza de casa. Porque eso también forma parte de su identidad, de su realidad como joven criado en una localidad costera de Málaga, en un lugar de veraneo para otros y de residencia habitual para él donde lo normal era pasar horas y horas en la playa. «Siempre tengo en mente esa estética de la Costa del Sol menos turística donde yo he crecido».
Ni un policía ni un bote de spray aparecen en esta propuesta que lleva a Seúl de la mano de LaCausa Art Gallery. «Mi pintura habla de mí, es mi diario, y obviamente en mi vida no solo está pintar grafitis. De hecho, es algo mínimo que solo hago de vez en cuando con mis amigos. Las acciones cotidianas son las que ves en los cuadros», aclara. En cualquier caso, él nunca ha sido un grafitero al uso. Desde el principio, huye del ego, la rivalidad y la testosterona que con frecuencia rodean a esta actividad; y eso se refleja en cuadros en los que plasma con amabilidad y sentido del humor la relación del grafitero con los agentes de seguridad. Lo primero que provoca su pintura, de hecho, es una sonrisa. Luego viene la reflexión.
Hace años que encadena un proyecto tras otro, pero reconoce que ahora es más selectivo. «Me gusta echarle más tiempo al cuadro, hacerlos con más detalles». Y eso le obliga a rechazar ofertas que en otro momento hubiera aceptado. «He optado por más calidad que cantidad (...) Quiero recrearme en los trabajos». Y pese a esa pretensión, la agenda no se detiene: de aquí a finales de año, participará en colectivas en Beirut y en Nueva York, al tiempo que prepara su desembarco en Singapur en 2025.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Ignacio Lillo | Málaga
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