La creación artística, como privilegiado espacio de representación y toma de conciencia, ha demostrado a lo largo de la historia su capacidad para visibilizar realidades ... ocultadas y marginalizadas. De ahí que, aunque no sólo por ello, se produzca una proverbial desafección de parte de la población con el arte de su tiempo, aquél que, como ningún otro, puede hablar de sus circunstancias. Muchos han sido los artistas que han tomado partido por los ciudadanos que han sufrido esa ocultación, incomprensión o asunción de estereotipos impuestos por el pensamiento dominante. Muchos han sido, también, los que han incorporado a sus ejercicios la dimensión de la primera persona, de lo autobiográfico y, por tanto, del padecimiento y la lucha personal.
Esta 'Dar la cara. El retrato incierto. Fotografía y vídeo, 1972-2011' nos sitúa justamente ante numerosos artistas y obras que se enfrentan a la identidad y a su condición cambiante en las últimas décadas, a las identidades porosas que erosionan las fronteras de lo estanco, de una identidad/retrato monolítico y reduccionista. Lo hacen desde el compromiso para con esas realidades silenciadas, minorías o 'discursos de la diferencia', en los que se inserta, por ejemplo, la atención a la enfermedad o los desequilibrios mentales que pueden incluso transformar la fisonomía; tanto como para el rigor del estudio antropológico -uno de los primeros usos de la fotografía. Hallamos, también, en algunas de estas imágenes la manifestación de modos de vida alternativa, otro ejemplo más de esa resistencia a 'lo dominante' (el 'mainstream'), desde la 'periferia' o márgenes desde los que actúan los creadores, rasgo de honestidad.
Subyace en la exposición una categoría como la alteridad; esto es, la capacidad de (poder) ser otro. Y es que, enfrentarnos a muchos de los retratos que componen esta muestra es enfrentarse al Otro, al ser humano en su riqueza y diversidad. El cuerpo y el rostro, mediante las distintas formulaciones artísticas, se configuran como armas y medios cargados de implicaciones sociales, críticas y reivindicativas. De hecho, en las últimas décadas hemos asistido a un progresivo reconocimiento de la diferencia y se ha iniciado un trabajo de inclusión y normalización al que, aun dando frutos, le queda mucho recorrido. Se sigue, desde la imagen y el lenguaje, erosionando lo normativo, férreo 'per se', negando el género binario o aceptando el género fluido. Cuestionando, en definitiva, la identidad y la apariencia, mostrándolas como fugaces y contingentes.
El conjunto expuesto es ciertamente sobresaliente, con autores esenciales en la historia del arte del último medio siglo (Bruce Nauman, Cindy Sherman, Gilbert & George, Wolfgang Tillmans, Esther Ferrer, Thomas Ruff, Rineke Dijkstra, Jürgen Klauke, Zoe Leonard o Nan Goldin), también con nombres que no han gozado de la repercusión de los anteriores, pero que, a la luz de los proyectos aquí presentados, ayudan por su calidad y pertinencia a configurar una propuesta coherente y contundente. La muestra, del mismo modo, nos ofrece una panorámica de algunos comportamientos artísticos de las décadas finales del siglo XX, la irrupción y democratización del vídeo, así como la expansión de la fotografía gracias a su enriquecimiento con nuevos usos. Esto es, su dimensión como medio o registro de la acción ('performance' y 'happening') o su instrumentalización como medio de estirpe conceptual. Junto a ellas, advertimos cómo se mantienen y reformulan especificidades y usos que han caracterizado la fotografía desde prácticamente su origen, como el diálogo con 'lo pictórico', su mediación para la escenificación («fotografía escenificada») o su dimensión como catalogación antropológica. Así, muchos artistas, desde lo 'performativo', escenifican identidades auxiliándose de lo grotesco, lo abyecto, lo siniestro o la escatología. Ciertamente, estas categorías, como pocas otras, vienen a definir nuestro tiempo y el que nos antecede. Podemos apreciarlas en obras como la de Sherman, que bucea en cierta enunciación de lo grotesco, como en lo siniestro lo hacen otras muchas que juegan con el empleo del maniquí, como las de Bernard Faucon, con sus ficticios y amenazantes infantes en escenarios desacogedores, o la artificial belleza de plástico de los retratos de Valérie Belin. Mención aparte merece la serie de fotografías de Zoe Leonard acerca del busto de una mujer barbuda del Museo Orfila. La artista sabe acentuar lo siniestro, lo grotesco y lo abyecto en estas imágenes que, más allá de azorarnos, nos mueven a una reflexión acerca del tratamiento a los individuos sobre los que recayó la 'lacra' de la diferencia entendida como «desviación». Estas piezas hacen resonar el caso del 'Negro de Banyoles', hombre de raza negra disecado que se exhibía en dicha localidad.
Son tantos y tan destacados los proyectos expuestos que resulta francamente difícil abarcarlos todos. Entre los proyectos eminentemente políticos y de compromiso para con las minorías, para con aquéllos que sufrían y sufren por encarnar una injusta noción de 'diferencia' o por venir a romper con los prejuicios que el pensamiento dominante posee de algunos de los muchos 'otros', sobresalen las fotografías sobre las lesbianas de la comunidad negra sudafricana de Zanele Muholi; el cuestionamiento de los clichés que desde Europa se proyectan sobre África, gracias a los autorretratos de Samuel Fosso que se incrustaban en el corazón comercial de París; el desquiciamiento de los géneros de Klauke, generando autorretratos en los que, grotesca y escatológicamente, hibrida los genitales masculinos y femeninos; la acción grabada de la muda e intercambio del color de piel de Anthony Ramos y su pareja, transformándose en razas diferentes; el esquivo, sentido y semántico retrato de Patrick Tosani, sobre una hoja de Braille que viene a difuminar, en clara alusión a la ceguera, el rostro del representado; el vídeo de Latoya Ruby Frazier, acerca de la desatención sanitaría al mayoritario colectivo negro de su ciudad natal ante un desastre ecológico ocasionado por una empresa radicada en ella; o la comprensión de patologías mentales y sus alteraciones en la fisonomía que evidencia el repertorio fotográfico de Alain Baczynsky.
El ambicioso proyecto que el libanés Akram Zaatari emprende en 1999, con la colaboración del fotógrafo Hashem El Madani, quien contaba con el estudio fotográfico Sherezade en la ciudad de Sidón y que llegó a acumular más de medio millón de negativos, es absolutamente emocionante. Apenas un centenar de esas imágenes positivadas nos envuelve, con la franqueza que otorga la intimidad y anhelo de perpetuarse que hubo de generar ese estudio, espacio en el que algunos reafirmaban su identidad, como los sirios emigrados -cuán cercano a nuestros días-, y otros, como si exorcizaran sus fantasmas, se despojaban de las 'máscaras de normalidad' que la sociedad imponía y mostraban su homosexualidad y el amor en pareja. La fotografía como vía para la libertad.
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