CHIQUI BARBERO
Sábado, 17 de abril 2021
Una de las exigencias primeras que impone el arte de la restauración es el auxilio de aquellos objetos que quedaron arrinconados y deteriorados por el tiempo; objetos valiosos, ennegrecidos por la antigüedad, que esperan ser llamados y salvados de su extinción en el olvido, y asegurarse, tras su rescate, la pervivencia de su esplendor y la protección de su valor y de su significado histórico y artístico en el tiempo.
Publicidad
En analogía con este arte, se podría encontrar un paralelismo en la reivindicación de personalidades a las que la memoria ha relegado a la sombra de otras figuras cercanas a ellas que alcanzaron mayor reconocimiento. No resulta difícil asimilar esta reivindicación a aquella recuperación estética de objetos, si ambas se definen como darles un justo y merecido lugar en el mundo, como especie de acto de «justicia ontológica». Muchos personajes brillaron en su dedicación, y aunque la historia les otorgó un reconocimiento mucho más exiguo del que merecieron, sus aportaciones resultaron de gran utilidad para el desarrollo artístico, intelectual o profesional de otros que sí fueron focalizados. Relevantes personalidades, especialmente mujeres, que a lo largo de la historia sufrieron la injusticia de una valoración insuficiente. Por eso, en este homenaje –donde solo caben apenas unas pocas figuras– comienzo con una de las mujeres más atractivas de la Antigüedad.
Todos conocemos a Pericles, el gran político y orador ateniense que gobernó durante la época dorada de Atenas, pero la historia ensombreció la figura de quien fuera su mujer, Aspasia de Mileto. De la vida de Aspasia, salvo su unión con Pericles y la existencia de un hijo en común, apenas se sabe nada, excepto meras hipótesis y especulaciones que nos hablan de una mujer extranjera, bella, culta, libre e independiente. De Aspasia cabría destacar su papel como filósofa, aunque fue reconocida sobre todo por su magnífica oratoria. Así la recordaron en sus escritos Antístenes y Jenofontes. Pero fue Platón quien mejor la definió como maestra de la retórica en el 'Menexeno', atribuyéndole un brillante discurso fúnebre, conocido como El discurso de Aspasia. También en 'El Banquete' Aspasia aparece bajo el nombre de Diotima, que significa «honrada por Zeus», donde Sócrates confiesa haber aprendido de todos sus saberes. Lo cierto es que la bella «Bienvenida» –así se traduce su nombre– vivió y disfrutó del universo cultural que una ciudad como Atenas ofrecía.
Conoció a Anaxágoras y a Protágoras; además tuvo otros encuentros con reputados sofistas. Cuentan que fue tal la influencia que ejerció entre célebres hombres de aquella Atenas que algunos historiadores señalan la importancia de Aspasia como fuente de inspiración de las obras de poetas y pensadores, como en la concepción de la tragedia 'Medea', aunque Eurípides nunca la citara. Asimismo se ha hablado de su perseverante ayuda para elaborar los brillantes discursos pronunciados por la portentosa voz de Pericles, que lo enamoró –según cuenta Plutarco– por ser mujer genuina y sabia. También el mismo Plutarco la comparó con Targelia, cortesana jónica que seducía a hombres notorios y ejercía su influencia sobre ellos. Pero esencialmente no podemos olvidar el influjo de Aspasia sobre las mujeres atenienses para transformarlas en mujeres libres e independientes, convirtiéndose en pionera del movimiento de liberación femenina, reivindicando así la emancipación de la mujer ya en el siglo V a. de C. El nombre de Aspasia fue valorado en la época de la Atenas gloriosa, pero, como suele ocurrir, el tiempo barrió la memoria de su figura, quedando de ella algún rastro de su obra solo para interesados de la Antigua Grecia.
Otra mujer adelantada a su tiempo, que hasta hace muy pocos años era la intelectual escondida bajo el manido tópico de la bella musa, fue Lou Andreas-Salomé. Mujer inquieta, de origen ruso, formada en los mejores ambientes culturales de la Europa de Fin de Siècle y primeras décadas del siglo XX. Se instruyó con profundidad en filosofía y teología, erigiéndose como poeta y escritora: más de treinta libros escritos entre ensayos, poemarios y ficción. Como si no bastara con esto, se convirtió en la primera mujer en ahondar en el estudio del psicoanálisis, poniendo en mente de Freud algunas investigaciones sobre el carácter de los sueños y sus manifestaciones. De su pensamiento también se destaca la reivindicación de la liberación de la mujer, considerando que el origen del problema de la relación hombre-mujer no está en la superioridad ni en la inferioridad, sino en la diferencia. A partir de esto, comienza un persistente estudio sobre la sexualidad y el erotismo referente a su sexo.
Publicidad
Pero a pesar de su preclara inteligencia, sus vastos conocimientos y su carisma personal, Lou Andreas-Salomé siempre fue nombrada bajo la sombra de hombres tan conocidos como Paul Rée, Friedrich Nietzsche, Rainer Maria Rilke o el ya mencionado Sigmund Freud. Sin embargo, las relaciones con estos hombres estuvieron determinadas por la gran pasión que ellos ponían en ella, frente al retraimiento por parte de Lou, que prefirió un entendimiento únicamente intelectual, con la excepción del romance pasional que mantuvo con Rilke durante algunos años. Nietzsche llegó a confesar que Lou fue el único amor de su vida, un amor que jamás fue correspondido. Pero su fracaso amoroso no mermó la admiración que Nietzsche le profesaba, transformando su pasión amorosa en acto de engendramiento filosófico. Así es como el filósofo sentenció que, quien fuera capaz de pasar nueve meses a su lado, daría a luz un libro. Y eso ocurrió, porque de este amor frustrado nació su famoso poema filosófico 'Así habló Zaratustra'. Lou Andreas-Salomé vivió siempre consciente del poder que ejercía sobre quienes la conocieron. De la lectura de sus obras se deduce su empeño en ahondar en cada materia que trataba, quizá con la única pretensión de conocerse a sí misma y con la honestidad de vivir de acuerdo con las convicciones e ideas en las que creía.
La explotación de mujeres artistas se pone como ejemplo cuando sondeamos en la vida de Camille Claudel: escultora y amante de Rodin, modelo y única mujer colaboradora en el taller del famoso escultor. Claudel fue por excelencia la gran artista olvidada. Y nunca mejor dicho «la gran olvidada», porque su figura tomó tintes trágicos, pasando los últimos treinta años de su vida recluida en la más absoluta soledad, abandonada cruelmente en un psiquiátrico. Desde niña –cuando despertó su vocación de escultora– mostraba sus dotes modelando y diseñando figuras en terracota, tomando de modelos a miembros de su familia. Pero fue en París donde tuvo su primer maestro, Alfred Boucher, antes de entrar definitivamente, con 19 años, en el taller de Auguste Rodin. A partir de entonces comenzó su labor como modelo y colaboradora, y también entonces inició una complicada relación amorosa con Rodin. Como si se tratara de una predestinación, fue la encargada de esculpir gran parte de 'Las puertas del infierno', obra atribuida a su maestro. Así sucedió también en otros trabajos donde ella vertió su talento pero que luego fueron asignados al célebre escultor. La influencia que Camille Claudel ejerció sobre Auguste Rodin fue enorme: no sólo se ciñó a dar forma a algunas de sus grandes obras, sino que también exaltó el trabajo más sensual que Rodin pudo crear, como la monumental obra 'El beso' o el 'Ídolo Eterno'.
Publicidad
Tras el abandono de esta tempestuosa y casi humillante relación, se agudizaron sus graves crisis nerviosas y comenzó un declive imparable que la llevó a la más oscura de las penumbras. Aun así, dejó una apabullante obra donde pone de manifiesto las luces y las sombras de su tragedia personal, como en 'El gran Vals', 'La Edad madura' o 'La implorante'. Aunque su legado estuvo olvidado durante años, en 2017 Francia la rescató dedicándole un museo en la pequeña ciudad de Nogent-sur-Seine, en el mismo edificio donde pasó su niñez. Apenas podemos imaginar lo que pudo sufrir un espíritu tan puro, tan libre y sensible como el de Camille Claudel. Las traiciones de Rodin y el contratiempo de vivir en un tiempo donde a la mujer no se le atribuía la capacidad de destacar en el arte la enterraron en vida, aunque su arte estuviera en el más alto nivel, muy equiparable al del mismísimo Rodin.
Mucho se ha especulado también de la influencia que pudo ejerce la artista argelina Baya Mahieddine sobre pintores de renombres como Henri Matisse, George Braque o Pablo Picasso. Era casi una niña cuando Baya ya representaba en sus primeras pinturas el anhelo de un universo poblado de mujeres libres de etiquetas y ataduras. Animada por su protectora, Marguerite Caminat Benhoura, la joven viajó a París donde pudo desarrollar su arte y conectar con un mundo artístico y literario hasta entonces inimaginable para la pintora argelina. De la mano de Benhoura, en poco tiempo protagonizó sendas exposiciones en París. Si bien no se identificó a sí misma como perteneciente a un género artístico específico, los críticos clasificaron sus pinturas surrealistas, primitivas y modernas. Como artista autodidacta, Baya mantuvo la conexión con el arte «tribal», que tanto seducía en occidente: textiles tradicionales, cerámicas, jardines y una cultura visual islámica que nunca dejó de aparecer en sus composiciones pictóricas.
Publicidad
Antes de regresar a Argelia para convertirse en la esposa de un músico musulmán en un matrimonio concertado, Baya se trasladó a Vallauris. Fue allí donde conoció a Picasso. Admirado por su espontaneidad y su talento natural, el pintor la invitó a trabajar en su taller. La creadora norteafricana se convertiría en la elusiva artífice que mostraría a Picasso una nueva panorámica para su pintura. El malagueño reconoció tiempo después que Baya fue manantial de inspiración para componer 'Mujeres de Argel', la famosa serie de quince cuadros que Picasso pintó en los años 50. Pero el legado de Baya Mahieddine va mucho más allá de su influencia sobre pintores que marcaron nuevas formas creativas. También influyó en pensadores y escritores como Albert Camus o André Bretón, que quedaron fascinados por el carácter oriundo de esta jovencísima artista capaz de abrir los ojos del imaginario europeo atrapado en su propia racionalidad.
Pero no fueron solo esposas, amigas o amantes las que permanecieron ocultas en la historia ante la celebridad de hombres que se convirtieron en iconos. Tener hermanos o hermanas conlleva casi siempre ventajas, aunque alguna vez puede acarrear algún quebranto como vivir bajo la sombra de alguno de ellos.
Publicidad
Fanny Mendelsson, por ejemplo, acabó convirtiéndose en la alargada sombra de su hermano menor, el célebre compositor y pianista alemán Félix Mendelsson. Muchos críticos de la época la alabaron y hasta declararon que superaba el talento de su afamado hermano. Sin embargo, mientras la primogénita vio a Félix convertirse en un reputado director de orquesta, Fanny, doblegada por el sexismo de la época, tuvo que forjarse una vida convencional y limitarse a dar conciertos en la intimidad, condenando a la oscuridad sus descollantes creaciones artísticas. Félix firmaría algunas de las composiciones creadas por Fanny, con el fin de sacarlas a la luz, tal vez dejando entrever y sabiendo que vivía bajo la sombra del talento y la creatividad de una hermana que su obra, entonces, no se daría a conocer.
Del mismo modo Nannerl Mozart también sufrió la injusticia de quedar apartada por el empuje y la fuerza, nada menos y nada menos, de su hermano menor Wolfgang Amadeus Mozart, que tuvo la ventaja de gozar de una mayor proyección artística por ser varón. Aunque –como diría Rossini–, Wolfgang ya era, a muy temprana edad, «la música».
Noticia Patrocinada
Si en algún momento la filósofa Simone de Beauvoir estuvo bajo la sombra del gran pensador existencialista Jean-Paul Sartre –con quien mantuvo una insólita relación–, la pintora Helene de Beauvoir, hermana menor de la filósofa, estuvo toda su vida tras la estela de Simone. A pesar del fuerte vínculo y la devoción que se profesaban, sus personalidades no podían ser más dispares: tenaz, solitaria e independiente, Simone; y sensible, delicada y más dependiente, Helene, que se mantuvo cerca de un amor más convencional, plegándose a la existencia de su marido, Lionel de Roulet, discípulo de Sartre y vinculado a la carrera diplomática. El caso es que los caminos de estas hermanas evolucionaron de manera muy distintas. A Simone le aburrían los museos y todo lo relacionado con el arte; en cambio Helene, ya desde muy joven, acudía a ellos para contemplar las obras de los grandes maestros –sobre todo de los cubistas–, aunque ella aún no se atreviera a imaginar su futuro como pintora. Aunque de Helene también nacieron inquietudes intelectuales y filosóficas; sin embargo, no fueron estimuladas ni alentadas para ello por sus padres, como sí lo hicieron con Simone. Tampoco encontró apoyo para ingresar en la Escuela de Bellas Artes, a causa de la mala reputación que tenían sus estudiantes.
Pero tras un insistente imploro, su padre accedió y Helene pudo acudir a una escuela de arte donde aprendió xilografía, la técnica del aguafuerte, así como a dominar la pintura al óleo. Su arte pictórico no era una mera distracción, ni una forma de ocupar el tiempo o un empeño por hacer algo novedoso, sino que en él Helene encontró su razón de vivir. En París, el primero que se percató de su talento fue Picasso. También el juicio de Sartre –a pesar de su fama de ser tacaño en cumplidos– fue reconfortante: «Entre las vanas restricciones de la imitación y la aridez de la abstracción pura, ella inventó su camino». Mientras la carrera diplomática de su marido le llevara a distintos países del mundo, Helene fue evolucionado en su pintura, logrando incluso exponer en algunos de aquellos destinos. Se esforzó en buscar originalidad en sus obras, y todo su trabajo artístico fue el de una pintora que supo sintetizar las influencias del cubismo, el orfismo y el futurismo, encontrando un lenguaje artístico que combina la abstracción y la figuración. Cuando Lionel fue nombrado miembro del Consejo de Europa en Estrasburgo, descubrieron Alsacia y la pareja finalmente se mudó a una preciosa casa en Goxwiller. En esta casa, Helene montó su estudio definitivo y fue allí donde produjo la mayor parte de su obra.
Publicidad
La misma casa donde se refugió Sartre, acosado por periodistas de todo el mundo después de rechazar el Premio Nobel de Literatura en 1964. La influencia que Helene ejerció sobre su hermana Simone fue importantísima. Se mostró temprana activista del feminismo llegando a convertirse en el pilar de un centro para mujeres maltratadas. Fue ella, además, quien alentó a Simone a escribir sobre los grandes problemas de la mujer. Mientras que Helene plasmaba en su pintura los compromisos morales que le preocupaban, tales como el sufrimiento de las mujeres, la hipocresía moral, el sometimiento y la opresión, Simone los escribía. Incluso Helene llegó a ilustrar algunos de sus libros. Las dos hermanas permanecieron unidas hasta el final, aunque el nombre de Helene quedara siempre eclipsado por la brillante aura de Simone de Beauvoir.
También el nombre de Manuel Machado quedó ensombrecido con los años por la luminosidad de la figura de su hermano Antonio Machado, convertido, con su trágica muerte en el exilio, en adalid de la intelectualidad de España. La extraordinaria obra y merecida fama de Antonio oscureció sin querer la valiosa poesía de su hermano Manuel.
Publicidad
Asimismo, la influencia que pudo recibir Vladimir Nabokov de su hermano Sergie –asesinado en un campo de concentración– fue también muy cuestionada. Algunos nabokovianos piensan que su espectro vive en el fondo de algunas de las obras del escritor. El mismo Vladimir definió la imagen del hermano como «una sombra al fondo».
Podrían citarse un sinfin de personajes –de uno y de otro género– que tuvieron una presencia oculta en las creaciones de otros con mayor visibilidad. Mentores, esposas, amantes, amigos, hermanos... que quedaron ensombrecidos por los avatares de la vida, por el tiempo que les tocó vivir, o sencillamente, porque optaron por dar apoyo a los que alcanzaron el éxito y el reconocimiento. Muchos de éstos últimos nacieron con un talento propio para sus respectivos oficios, pero, quizá, sin el empuje invisible o el conocimiento de quienes tuvieron cerca no habrían podido desarrollarse ni tomar caminos que habrían de llevarles a crear grandes obras. Aunque la historia los nubló injustamente fueron imprescindibles para conformar ese nudo creativo donde, más allá de los lazos afectivos, se ensamblan las relaciones artísticas. Porque como en una composición pictórica, la sombra es necesaria para embellecer, igual que lo oscuro es necesario para dar luz y aclarar. Y es que, casi siempre, el fulgor lumínico nace de la hondura de la sombra.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.