![El hombre que camina](https://s3.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202206/11/media/cortadas/cruce11-k25D-U170384379898LlF-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Casi todas las ciudades tienen estatuas de bronce que inmortalizan a personajes célebres. Algunas de esas estatuas desaparecen al cabo de los años porque traen malos recuerdos y fueron levantadas en vida por los propios protagonistas como si quisieran eternizarse a sí mismos. Paseo por ... las calles y las plazas de la ciudad. Veo a los turistas que guardan cola para hacerse fotos al lado del pintor, el escritor, el artista, el empresario, el político y demás figuras del pasado. También se retratan junto a personajes anónimos que son símbolos populares. De alguna manera, las estatuas cobran vida por un instante. Un clic sordo, una foto, y todos los que aparecen en la imagen comparten el mismo recuerdo. No importa que la persona que posa a nuestro lado haya muerto hace años. De pronto, vuelve al presente; como si se hubiera quedado rezagado o dormido. La muerte es una de las cosas más familiares de la vida.
Hago memoria de las fotos que tengo con personajes que conocí hace años sin llegar a verlos nunca en carne y hueso. Aquí estoy con Hemingway en la barra del bar Floridita en La Habana. Aquí con Kafka en el barrio judío de Praga. Y en estas otras fotos estoy en dos pubs, una calle y un parque de Dublín con James Joyce, John Gogarty, Molly Malone y Oscar Wilde. Aquí aparezco con Borges delante de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Y en esta foto de prensa estoy sentado con Picasso en la Plaza de la Merced de Málaga. Excepto esta última foto que salió en el periódico, no conservo ninguna de las que acabo de mencionar. No fueron reveladas, únicamente permanecen congeladas en la memoria personal y en la abigarrada galería de los teléfonos móviles. El cementerio fotográfico. Pero hubo momentos en los que yo posé junto a personajes inmortales de la historia igual que hacen los turistas cuando pasean por las calles y se encuentran con alguien famoso.
Me hubiera gustado hacerme una foto con Samuel Beckett, pero llegué tarde. Aquí estoy junto a su tumba en el cementerio de Montparnasse pocos días después de su muerte. Hay una escultura de Giacometti que sin duda refleja la figura de Beckett: «El hombre que camina». Me hice una foto con él cuando vino al Museo Picasso de Málaga. Beckett y yo; los dos tímidos, callados y ausentes en la sala vacía. Los valientes andan solos, me dio por pensar. Sentí curiosidad por saber hacia dónde dirige sus pasos, pero no se lo pregunté, en realidad no intercambiamos ni una palabra. Nos hicimos la foto caminando juntos y ya está. Yo voy tras él, lo persigo, como un espía descarado. Me muestra el camino. Beckett no es un hombre estatua, aunque a veces lo parezca. La foto salió borrosa. Somos estatuas en movimiento.
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