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La muestra permanecerá abierta al público hasta el 8 de septiembre. Salvador Salas
Herencia y transgresión

Herencia y transgresión

Crítica de arte ·

Se dan aquí la mirada masculina que convierte a la mujer en un ser amenazante para el hombre y el intento de ruptura de esos constructos y metáforas acerca de la mujer fatal, que de objeto pasa a proyectarse como un sujeto que transforma

juan francisco rueda

Sábado, 4 de mayo 2019, 00:46

La perversidad posee un indudable sesgo negativo: ser perverso o perversa acarrea un innegable juicio peyorativo hacia la persona destinataria de tal calificación. Revisa esta exposición, justamente, cómo el pensamiento masculino atribuyó por defecto a la mujer este carácter amenazante y ofensivo para con él. Ello cristalizó en el constructo de la 'femme fatale' ('mujer fatal'), que se articuló en numerosas iconografías que en el siglo XIX se 'enriquecieron' con la imaginación de los artistas, indudable ejercicio de injusticia pero que queda facultado para hablarnos de un «espíritu de la época» y de una consideración hacia la mujer que revela las relaciones de poder entre géneros.

En ocasiones, eran iconografías 'ex novo', que adquirían vigor según se difundían a través de la literatura o de las artes visuales; en otras, eran respuestas a los contextos sociales, como podían ser las enfermedades venéreas que se generalizaron en el siglo XIX y principios del XX, como la sífilis; y, también, muchas eran reformulaciones de personajes femeninos históricos, mitológicos o literarios que, bajo la mirada masculina, eran susceptibles de asumir esos rasgos de amenaza y perdición. De estas diferentes 'procedencias' encontramos ejemplos en esta muestra, algunos mediante obras sobresalientes que basculan desde la sensualidad desbordante a la repulsión, lo grotesco o la compasión que pueden despertar la representación abyecta de la mujer.

En cualquier caso, toda esa variedad de iconotipos respondía a las inseguridades y fobias del artista masculino, que era quien las materializaba. Ciertamente, la amplitud de la categoría «mujer fatal», resulta por momentos difícil de acotar –objetivo, por otro lado que excede, y con mucho, el fin de esta muestra–, ya que durante décadas se siguieron sumando, ya en el siglo XX, distintas variantes y personajes que se configuraban en símbolos o modelos. Son los casos de la Lolita de Nabokov, las hermanas Papin, Germaine Berton, Medusa, la mujer histérica o la 'mantis religiosa', las cuales, a excepción de la primera, fueron forjadas o reforzadas en el surrealismo –difundidas en revistas como 'La Révolution Surréaliste'–, sumándose a las seculares Eva, Lilith, o prostitutas o sirenas.

Muchas de ellas comparecen aquí evidenciando la fortuna que corrieron entre el siglo XIX y la primera mitad del XX, cómo adquirieron algunas un protagonismo fruto de la novedad (prostitutas en ambientes portuarios y prostíbulos o enfermas), derivaciones del pensamiento post-romántico (la Carmen de Prosper Mérimée), la constatación de la permanencia de otras iconografías de mayor recorrido, como Eva o Lilith, así como la puesta de moda de otras igualmente históricas y culturales, como Salomé, que vivió un momento de florecimiento en la obra de prerrafaelitas, simbolistas y autores como el Picasso de principios del XX.

Sin embargo, la segunda acepción de «perversión» que recoge el diccionario, hasta cierto punto dialéctica o paradójica frente a la primera, contempla una connotación que ha de ser considerada positiva, ya que se define como aquello que viene a transformar o «corromper las costumbres o el orden y el estado habitual de las cosas». Así, esta exposición revela cómo el paradigma de la mujer se encuentra en proceso de reconsideración en función a la capacidad rupturista y transgresora desde inicios del XX, en paralelo al caudal de imágenes denigrantes o crudas. Obviamente, este ejercicio de resistencia y contestación granjearía a las pioneras escándalo, desaprobación e incomprensión. De hecho, el recorrido se inicia con un retrato, obra de George Clairin, de Sarah Bernhardt, figura que administró con absoluta valentía su libertad, carrera y proyección pública. De este modo, el capítulo final de la exposición se consagra precisamente a figuras de creadoras que se significaron no solo por desempeñar una labor artística destacable, por asumir una puesta en escena absolutamente relevante y transgresora –un claro ejemplo de la pretendida unión arte-vida que dominó las vanguardias–, también porque buena parte de sus producciones estuvieran dedicadas a la representación de las muy distintas mujeres, representantes de la 'nueva mujer' que emergía en los años veinte como consecuencia de una revolución de género o porque construían un nuevo universo de lo femenino.

También aparecen las musas, mujeres que inspirarían a artistas masculinos pero no, como había ocurrido secularmente, por su belleza sino por un componente de absoluta transgresión. Mujeres que detonarían, en artistas varones, imágenes incómodas para la sociedad. Entre ellas, entre musas y 'constructoras de universos', Kiki de Montparnasse, Gala Dalí, Greta Garbo o Coco Chanel. Entre las artistas, porque en esta sección afloran en mayor proporción en contraposición al resto de la muestra, también como ilustración palmaria de esa transformación de 'lo femenino', Maruja Mallo, Olga Sacharoff o Delhy Tejero, que comparten espacio con Dalí, Man Ray o Pablo Gargallo. La excéntrica Mallo proyecta 'el Otro femenino', como mujeres árabes y negras. No debemos obviar cómo en los años veinte 'lo negro' adquiere una rotunda importancia y masiva visibilidad a través de la 'revue nègre', la música 'jungle' o una figura como Josephine Baker.

Pero hasta llegar a los albores de la ruptura, de ese ejercicio de emancipación y de la lucha por una justa consideración femenina, atravesamos un nutrido conjunto de obras que se convierte en cúmulo de visiones, las más de las veces, ofensivas. Sin embargo, ante nuestros ojos se despliega un buen número de obras destacables y otras extraordinarias, algunas de artistas de difícil acceso en nuestro país (Kees van Dongen o Franz von Stuck). Es una oportunidad para internarse en la pintura de éstos o en la de Federico Beltrán Masses, con sus atmósferas teñidas de azul, su aire decadentista y la representación femenina profundamente amenazante. El erotismo y la sexualidad se convierten, en los pinceles de muchos de estos pintores y en la imaginación masculina, en 'armas de mujer'. Así, encontramos obras exultantes de sensualidad (Zuloaga o Romero de Torres) junto a otras en las que se bordean la lascivia como preámbulo del destino trágico para el hombre o se escenifica la sordidez y la abyección en la que se sumergen las representaciones más descarnadas de la mujer, como pudieran ser las prostitutas o las enfermas sifilíticas. La obra de Charles Camoin es una de las imágenes más duras. Desabrida y sin contemplaciones, introduce a la mujer en la categoría de la abyección, representada de modo bajo y vil, como una suerte de despojo que yace en pleno estertor. Atisbamos la mujer reducida a la condición de mercancía.

Es una mirada deudora del realismo más crítico del XIX que, sin ambages, se introduce en el mundo de la prostitución. Las prostitutas de Suzanne Valadon también generan inquietud. En sus gestos asumimos la resignación y estoicismo para lo que son y representan. Impacta la capacidad de transmisión del sentimiento con un lenguaje tan reducido y sintético. Las prostitutas de Auguste Chabaud, por su parte, manifestación de la 'otredad' y la monstruosidad nos ofrecen la violencia y repulsión.

'Perversidad. Mujeres fatales en el arte moderno (1880-1950)'

  • La exposición. 71 obras, mayoritariamente pinturas y, en menor medida, dibujos, fotografías, obra gráfica y una única escultura, de Von Stuck.

  • Comisaria. Lourdes Moreno.

  • Lugar. Museo Carmen Thyssen Málaga. Plaza Carmen Thyssen, Málaga.

  • Fecha. Hasta el 8 de septiembre.

  • Horario. de martes a domingo, de 10.00 a 20.00 h.

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