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El último concierto de Nirvana antes de que Kurt Cobain se volara los sesos terminó con la canción 'Heart-Shaped Box' (caja con forma de corazón). Fue en el hangar Terminal 1 del aeropuerto de Munich. El mismo lugar desde donde poco después se embarcarían blindados alemanes para Ruanda. El suicidio y el genocidio coincidieron en el tiempo, pero el primero despertó más interés mediático que el segundo. Las imágenes de ambos sucesos intercaladas en una pantalla grande ponen en contexto 'Heart-Shaped Box', la nueva apuesta de Factoría Echegaray que se instala en el escenario municipal hasta el 7 de mayo. Por delante, una hora para indagar en el perdón, la incomunicación, el sufrimiento humano, la guerra y el llamado 'Tercer mundo'. «¿Hacia dónde mira Occidente?», pregunta la obra desde la pantalla.
Es una de las muchas cuestiones con las que el dramaturgo Francisco Javier Suárez interpela al público, al que lanza una batería de frases para la reflexión. «Un rebaño no salta una valla», dice sobre la inmigración y la lucha individual por la supervivencia de quienes se la juegan por llegar a Europa. El perdón no implica reconciliación, observa en otro momento sobre las complejas relaciones familiares. Y ese es el núcleo duro de 'Heart-Shaped Box', la historia de dos hermanos que se reencuentran tras diez años sin hablarse para esparcir las cenizas de su padre en un lago de Ruanda, como él quería. Un padre, a su vez, ausente ya en vida, que dejó a los suyos para irse a trabajar como médico al país africano, de donde escapó a la matanza milagrosamente.
El director malagueño Cristian Alcaraz –que forma parte de esa hornada de creadores inquietos de la ciudad que rompen con lo convencional– asume la dirección con una puesta en escena arriesgada que juega con los dobles planos y los saltos espacio-temporales. El argumento se presenta a pildorazos, entremezclando pedacitos de las historias individuales que (al final) dan sentido al conjunto como si fueran secuencias de una película. Todo en una escenografía estática donde nada cambia de lugar ni se transforma: lo que se ve es lo que hay, sin artificio alguno, más allá de los atinados golpes de luz.
Y con esas, Alcaraz (con Carmen Vega en la ayudantía de dirección) consigue que la acción se mueva desde una reserva en Ruanda, a un centro de internamiento de inmigrantes en Europa o al set de rodaje donde el padre graba un documental contando su experiencia. Muy acertado el uso de la proyección en directo de lo que se filma, y fantástico el actor que lo protagoniza, Ricardo Truchado, que se reserva una sorpresa para la despedida. Porque el elenco es otro de los puntos fuertes de esta propuesta, con Andrés Suárez y Raquel Cruz en el rol de los hermanos y Juan Antonio Hidalgo como una especie de interlocutor con el público, un papel este último perfectamente ejecutado pero del que no termina de entenderse cuál es su función.
Lo que cuenta 'Heart-Shaped Box' y la forma en que lo cuenta demandan un espectador activo, que complete los vacíos y que siga con atención el hilo entrecortado de la historia. Ayudan los textos que en algunos momentos se lanzan desde la pantalla (aunque en algunos casos se mantenían poco tiempo, quizás por ajustes propios del estreno) y la evolución de la obra, que acaba por colocar cada cosa en su lugar. En conjunto funciona: el mensaje llega y el montaje no deja indiferente.
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