![¿Hay alguien?](https://s2.ppllstatics.com/diariosur/www/multimedia/202112/11/media/cortadas/web-cruce11-komG-U160215496507TqF-1248x770@Diario%20Sur.jpg)
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Hay días en los que no estoy para nada y menos aún para escribir. Hoy es uno de esos días. El hecho de tener que entregar el cuento de todas las semanas hace que me ponga las pilas y con la mínima energía cargo baterías. ... Lo primero que me viene a la cabeza es la historia del hombre que pasa la vida huyendo de la muerte. Un texto deprimente que envío a la papelera. Luego me pongo a escribir sobre las plantas que a pesar de no hablar son capaces de transmitir los más hondos sentimientos. Las flores nos acompañan en silencio como si fuéramos convalecientes. En el tercer proyecto que ha entrado a concurso, un desconocido que soy yo mira el cielo vacío, sin nubes, sin pájaros, sin aviones; y dice, digo, que quisiera verlo todo desde las alturas, como si observase la Tierra desde la ventanilla de un avión y, como hice la primera vez que viajé por el aire, coger con los dedos pulgar e índice lo que más deseo y llevarlo conmigo al séptimo cielo. Un juego de niños que también descarto. Poco tiempo después, escribo una frase que podría ser el inicio o final de un relato cotidiano y que finalmente se ha quedado sola y aislada en el espacio infinito de la imaginación, como sucede al propio personaje: «Cada noche volvía a casa a esperar que la vida comenzase».
Tras todos estos intentos fallidos he salido a la calle buscando inspiración. Un gesto, una palabra, un comentario jocoso que me alejara de la tristeza del día. Esto es lo primero que oigo: «¡Qué calor!, ¡Virgen del Amor Hermoso!». Al cabo de un instante, otra voz de mujer dice con tono convincente al hombre que la acompaña: «La vida son dos días y estamos aquí». Me cruzo con una familia que anda buscando un chiringuito por el Paseo Marítimo, la que probablemente sea la hija menor grita satisfecha dirigiéndose al joven que está a su lado: «¡Papá!»; y se queda callada de golpe por el patón que acaba de cometer. El que tiene toda la pinta de ser el hermano mayor comenta irónicamente: «En qué estará pensando...»; y la familia se troncha de risa observando la expresión de vergüenza de la hermana mayor y el presunto novio que no alcanzan los veinte años.
Vuelvo a casa. No suelo coger el ascensor, pero hoy me siento torpe y agotado. Al reconocerme en el espejo pienso que nunca me he visto con los ojos cerrados salvo en una foto que me hicieron durmiendo hace muchos años. Cierro los párpados y desaparezco, el mundo se apaga. Al salir del ascensor descubro que he dejado la puerta de casa abierta. Por un segundo imagino que ha entrado alguien y eso me llena de alegría. ¿Hay alguien?, ¿hay alguien?, repito.
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