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Fue de esos proyectos que todo arquitecto desea que le encarguen. Y en unas condiciones tan ideales como poco habituales: un terreno virgen con vistas al mar, metros a demanda, desahogo presupuestario y carta blanca para los planos. El resultado fue la Casa de las Palmeras, un conjunto residencial presidido por un palacio residencial, rodeado de edificios auxiliares, además de miradores, torreones, fuentes y un jardín botánico. La lujosa mansión que soñaban el malagueño Tomás Bolín y la vizcaína Mercedes Martínez de las Rivas. Por eso tuvieron claro que los planos de su proyecto familiar los tenía que firmar el mejor y llamaron a Fernando Guerrero Strachan, que realizó en esta finca del Limonar la que muchos consideran su obra más singular, ambiciosa y redonda. Lo mismo piensan en el Colegio de Arquitectos, inquilinos desde finales de los 70 de esta privilegiada villa-palacio, que este 2024 celebra el centenario de su construcción. Una oportunidad para reivindicar a su arquitecto como el creador de la imagen moderna de la capital y el inventor del estilo malagueño.
«Fernando Guerrero Strachan fue, durante el primer tercio del siglo XX, el arquitecto más prestigioso y prolífico de Málaga, a la vez que el más versátil en su práctica constructiva», asegura la profesora Josefa Carmona, autora de la tesis doctoral sobre esta figura clave sin la que no se puede entender la transformación de la ciudad. Un personaje respetado y con un legado tan amplio que el propio Colegio de Arquitectos prepara el 'año Guerrero Strachan' con un ciclo de conferencias, exposiciones y actividades sobre su vida y su obra.
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Y es que el autor de la Casa de las Palmeras puso su huella en los planos de los edificios más emblemáticos de Málaga. Desde el Ayuntamiento a la Iglesia del Sagrado Corazón, pasando por el Hotel Miramar, las Casas de Félix Sáenz, el Seminario Diocesano, el Sanatorio Marítimo de Torremolinos, el Matadero Municipal, el Hotel Caleta Palace –hoy sede de la Subdelegación del Gobierno–, el Banco Hispano-Americano, la Casa Socorro de la Trinidad, el barrio obrero de Huelin o el desaparecido Pabellón de Málaga en la Expo del 29 en Sevilla.
«Mires donde mires, la ciudad se identifica con su arquitectura, pero no solo fue un autor muy prolífico, sino que dejó una obra de gran calidad que está prácticamente toda protegida», explica Luis Frade, secretario del Colegio de Arquitectos, que añade que, pese a su eclecticismo, la denominación de origen de Guerrero Strachan «se identifica perfectamente» hasta el punto de crear escuela con el regionalismo malagueño. Una figura con una trascendencia paralela a la de su coetáneo Aníbal González, el autor de la plaza de España de su Sevilla natal. Por su parte, Fernando fue la pieza clave para superar la crisis del 98 y transformar urbanísticamente la capital en los esplendorosos años 20 para convertir «Málaga en una nueva Niza, en la ciudad-balneario de invierno del sur de Europa», apunta la experta Josefa Carmona, que curiosamente se interesó por el arquitecto y lo convirtió en el protagonista absoluto de su tesis cuando descubrió un gran error.
«Siempre me había gustado el edificio de Almacenes Félix Sáenz que, popularmente, se atribuía a Guerrero Strachan, pero investigando en el archivo municipal descubrí los planos que no estaban firmados por él, sino por Manuel Rivera Vera. Ambos fueron unos arquitectos apasionados y referentes que trajeron la modernidad, pero de manera diferente ya que Strachan se decantó hacia el regionalismo», ilustra la investigadora que también ha detectado el mismo error, pero al revés: «En la Iglesia del Sagrado Corazón, que es una maravilla neogótica, había una placa que decía que había sido diseñada por ambos arquitectos, pero Rivera Vera no tuvo nada que ver».
Y puestos a corregir los muros torcidos de la biografía del urbanista, la experta muestra su desesperación por la repetida confusión de las crónicas y reseñas de situar su nacimiento en 1879, cuando en realidad vino al mundo al año siguiente, 1880. «Pero tú verás como siguen poniendo mal la fecha», lamenta la autora señalando la partida de bautismo que se puede ver en su documentada tesis 'Fernando Guerrero Strachan: De la arquitectura nacional al regionalismo'.
Junto al palacete de los Bolín-Martínez Rivas (1924), otra de sus obras emblemáticas fueron las Casas de Félix Sáenz (1922), con dos edificios aparentemente gemelos que coinciden en el estilo regionalista, pero uno de inspiración plateresca y el otro mudéjar. Iconos del Paseo de Reding enfrentados al Hotel Príncipe de Asturias (1926) –hoy Gran Hotel Miramar– y el Palacio de la Tinta (1908), que forman lo que podría llamarse el kilómetro cero de la arquitectura strachantiana, ya que allí se puede ver su evolución tras el reciente descubrimiento de la profesora Rosario Camacho de que este último edificio de influencia afrancesada para la Compañía de Ferrocarriles Andaluces –pese al nombre, la empresa era de capital galo–, también fue firmado por el arquitecto malagueño apenas un año después de obtener el título, convirtiéndose en su primera gran obra. Un edificio señorial, con uno de los primeros ascensores de madera de Málaga, que en estos momentos se está restaurando para convertir en otro cinco estrellas.
«En una Málaga que carecía de referencias aportó grandes hitos urbanísticos y fue el arquitecto de la gran burguesía y las grandes empresas, pero siempre tuvo muy clara su profesión y nunca abandonó la función pública, como el hospital Marítimo de Torremolinos o el Ayuntamiento de Málaga que ganó por concurso en tándem con Rivera Vera», considera el arquitecto Luis Frade, en cuya visión ahonda Josefa Carmona. «Fue el hombre que creó esa Málaga moderna de los que tenían dinero y lo podían pagar, pero siempre se preocupó por las clases obreras y desatendidas», incide la profesora que señala que diseñó y dirigió numerosas obras sociales –el Dispensario de Antituberculosos de la Goleta, las casas socorro de la Trinidad y la Colonia de Santa Inés o el desaparecido sifilicomio de la Misericordia, entre otros–, por las que además «no cobró».
Hombre de costumbres espartanas y buen trato, nunca se enriqueció pese a firmar los grandes proyectos públicos y privados de la época. «Jamás tuvo casa propia ya que siempre vivió en un piso alquilado de calle Larios», recuerda la mayor especialista en su vida y su obra. En lo que sí fue millonario fue en prestigio, que edificó sobre su labor como arquitecto municipal, provincial y diocesano. Pero no solo se lo disputaban las instituciones, sino también los promotores, que sabían que contrataban talento y compromiso. Su reconocimiento llegó a tal punto que, en 1928, fue elegido alcalde de Málaga por votación de la corporación, lo que aprovechó para sacar su perfil urbanista e impulsar el Plan de Grandes Reformas aprobado en 1924 y la redacción del Plan de Ensanche Exterior de 1929.
No obstante, la política le pasó factura. «Recibió críticas que no entendió y le amargaron hasta el punto de que tuvo un problema de corazón y, apenas un mes después, falleció», recuerda Josefa Carmona sobre un final que, a su juicio, no se merecía. Pese a su inesperada muerte en 1930, con apenas 50 años, su actividad como arquitecto fue tan prolífica e incansable que le dio tiempo a transformar su ciudad y fundar su propio estilo. «He encontrado años en los que firmaba al menos un proyecto todos los meses, no descansaba nunca», constata con admiración Carmona, que no descarta que su listado de obras siga en aumento: «En los archivos siguen apareciendo planos con su nombre».
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Fermín Apezteguia y Josemi Benítez (ilustraciones)
Iker Cortés | Madrid
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