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Así, volcado sobre su piano con gesto de absoluta concentración, es la forma más habitual de encontrarle. Grigory Sokolov (San Petersburgo, 1950) dedica un mínimo de cinco horas al día a tocar, tenga o no concierto. Estudia minuciosamente las partituras de los grandes maestros del ... pasado pero también el engranaje interno del instrumento que hace que cada tecla pulsada suene. En eso ha empeñado la gran mayoría de los 71 años que tiene, un dominio de la interpretación y de lo puramente mecánico que marca la diferencia. Hasta Steinway, el reputado fabricante de pianos, le consulta cada vez que va a introducir un cambio en sus modelos.
Un gran cola de esa marca viene de camino a Málaga desde Granada para instalarse cuidadosamente sobre el escenario del Palacio de Ferias y Congresos, donde Grigory Sokolov actuará el 2 y 3 de julio para solo 400 personas cada tarde, de la mano de Sol Classic Management (19.30 horas. Entre 25 y 40 euros). Será el primer recital en la provincia de una leyenda viva del piano, de uno de los grandes músicos contemporáneos, del que existen pocos registros más allá de sus conciertos. Sokolov no concede entrevistas. «Mi música responde por mí», se limita a decir cuando se le solicita. Hace poco aceptó a hablar con un medio pero sobre la pianista rusa Alexandra Dovgan a la que ha apadrinado. Ni una palabra sobre él.
De hecho, el único documental que hay sobre su figura y que firma Nadia Zhdanova (fundadora de Sol Classic Management junto con Tatiana Gorbunova) tiene el ilustrativo título de 'A conversation that never was' ('Una conversación que nunca fue'), donde amigos y compañeros hablan de Sokolov sin que jamás él se dirija a la cámara. Una postura esquiva y distante de los focos que le hacen ser uno de los músicos más enigmáticos de nuestro tiempo. Pero cuando está rodeado de los suyos, aseguran, es un hombre «muy amable, tranquilo y sonriente».
Ahora llega por primera vez a un escenario malagueño, pero no será su primera vez en estas tierras: Sokolov ha sido vecino de esta provincia de forma accidental. Residente en Verona (Italia), el estado de alarma le sorprendió de gira por España. El 18 de abril de 2020 tenía previsto un concierto en Ronda y, como todos, confiaba en que el confinamiento fuera cosa de dos semanas. Finalmente fueron dos los meses de encierro que pasó en Mijas, donde consiguió alquilar dos pisos contiguos para poder mantener su disciplina diaria al piano sin molestar a nadie. A Mijas ha vuelto para estos recitales, y desde allí combina el estudio con momentos de desconexión en el Museo Picasso de Málaga, el Jardín Botánico de la Concepción y el Parque de la Paloma de Benalmádena. Siempre con un diccionario de español bajo el brazo.
En Mijas empezó a preparar el programa que ahora presenta en sus conciertos por el mundo: tres polonesas de Chopin y '10 Preludios' de Rachmaninov. Antes de que el público de Málaga le escuche por primera vez en persona, hará dos ensayos en el recinto. Otra muestra más de su profesionalidad. Se preocupa personalmente por la temperatura, por la iluminación y por la colocación del instrumento para garantizar que el sonido llegue en las mejores condiciones al espectador.
Es su ritual, el paso previo a una comunión única con la audiencia donde solo vale el aquí y ahora, la música que fluye en el momento. Porque Sokolov se esfuerza para que cada concierto sea un acontecimiento exclusivo e irrepetible. Por eso se resiste a hacer grabaciones en estudio, no son capaces de recoger ese 'trance' en el que entran él y el público a través de la música. Su breve discografía está casi toda registrada en directo. Y aunque ha actuado con la Concertgebouw de Ámsterdam, la Filarmónica de Nueva York, la de Múnich y las Sinfónicas de Viena o Montreal, hace años que no acompaña a una orquesta. Busca la máxima pureza y limpieza de los sonidos en una simbiosis perfecta con el instrumento. Como dicen quienes le conocen, Sokolov no entiende el piano como una herramienta sino como «un compañero» de escenario.
Se inició en él siendo un niño. Empezó a estudiar con cinco años y a los 12 ofreció su primer gran concierto en Moscú. Con 16 años atrajo la atención mediática al ganar el «pequeño Grisha Sokolov» el Concurso Internacional Chaikovski de Moscú. Era 1966 y Sokolov ya se hacía un nombre en su país natal, pero no fue hasta la caída de la URSS, a finales de los 80, cuando logró la proyección internacional de su carrera. En este tiempo se ha ganado el respeto de sus colegas. Se dice que pocas veces los pianistas acuden al concierto de otro pianista, pero eso no sucede con Sokolov. Daniel Barenboim, por ejemplo, es un habitual en sus recitales.
Y, pese a todo lo recorrido, Sokolov mantiene un profundo respeto al directo. Cuentan que se sigue poniendo nervioso antes de salir a escena, y que incluso pierde de dos a tres kilos por evento. Hasta ese punto llega su entrega a la música.
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