El último fax que quedaba en el periódico ha dejado de funcionar para siempre. Sú única y fiel misión durante años fue recibir cada tarde el artículo de Manuel Alcántara. Puntual, certero, preciso. El maestro repetía cada día la liturgia periodística de leer la prensa, ... pensar, ponerse frente a su máquina de escribir, convertir el folio en blanco en un mar de palabras cuyas olas combatían incansables contra la rutina de la actualidad. Luego, enviar el fax y cerciorarse con una llamada telefónica de que su artículo, el artículo de Alcántara, había llegado sin novedad al frente de la redacción. Así, día a día; cada tarde.
Mucho se va a escribir sobre el maestro Alcántara. Por ello estas palabras no tratarán de contar nada nuevo, sino transmitir los sentimientos que quedarán impresos siempre en el corazón de papel de SUR. Nos dejó el mejor legado que se le puede ofrecer a un periódico: genio, temperamento, espíritu crítico y un respeto reverencial por las palabras, por el lenguaje, por la música del verbo y el adjetivo. Manolo era periodista, pero Alcántara, poeta. Por ello en sus columnas se deslizaba siempre el gusto de la poesía, y en sus versos, la contundencia del periodista.
Alcántara siempre mantuvo con SUR un cordón umbilical y desde el sabio consejo se convirtió en un apoyo imprescindibles de los directores. Con Francisco Sanz Cagigas, con Joaquín Marín, con José Antonio Frías y finalmente con quien suscribe. Siempre fue una referencia, un bastón en el que apoyarse, una pértiga con la que alcanzar metas imposibles. Siempre me llamó director y lo hacía con tal solemnidad que uno se sentía, de verdad, director y al mismo tiempo un afortunado ahijado periodístico. Él conocía perfectamente los códigos de las redacciones y los periódicos, quizá porque se curtió en ellas cuando eran redacciones de madrugada, tabaco, alcohol y oficio, mucho oficio entre la tinta y el plomo. Para SUR fue siempre y será mucho más que el columnista que convirtió la última página en la primera para miles y miles de lectores; para SUR fue siempre y será un destino al que intentar llegar, una cumbre que alcanzar con las herramientas de la independencia, el rigor, el espíritu crítico y el olfato; para SUR fue siempre y será el amigo, el compañero que protegió y defendió esta casa repleta de periodistas que le admiraban y respetaban.
Debe quedar por escrito: nunca le falló a SUR, nunca. Porque Manuel Alcántara era un hombre de fiar, un amigo leal y un periodista inquebrantable. Luchó hasta el último suspiro por su artículo, por su cita con los lectores y los periódicos; mantuvo un pulso titánico contra el tiempo, como si se aferrara al artículo como último vínculo con la vida, con la memoria.
El mejor homenaje que se le puede ofrecer a este titán del columnismo es respetar su independencia, su carácter, su personalidad, su genio y su voluntad. Tuvo la suerte de ser reconocido en vida, de tener el calor de su familia y la presencia fiel de sus amigos de verdad.
Quedan para el recuerdo miles de artículos y su testamento poético en el que se reconoce bien a un hombre honesto, sensible, inteligente y abrazado al mar, a la playa y a la belleza. Un escritor capaz de ver más allá de lo que todo el mundo ve y de contarlo tan bien con las palabras. Alcántara era un boxeador del lenguaje, con el virtuosismo del juego de pies del mejor Cassius Clay y la contundencia de Foreman. En el ring del columnismo Alcántara fue, simplemente, el mejor de su tiempo.
Nos queda en la redacción de SUR un vacío enorme, un sentimiento de orfandad a miles de lectores, pero la sensación permanente de que compartimos días, periódicos y sueños con un grande del periodismo, con el Muhammad Ali del columnismo.
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