
El hombre que acusó a Bobby Fischer de hacer trampas
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El ajedrecista soviético Efim Geller, eterno aspirante a campeón del mundo, fue probablemente el mejor analista de todos los tiemposmanuel azuaga herrera
Domingo, 23 de octubre 2022, 00:01
1925. Moscú. Nicolái Krilenko, presidente del Comité de Justicia del Estado, organizó un torneo internacional de ajedrez en el lujoso hotel Metropol, frente al teatro Bolshoi. El campeón del mundo José Raúl Capablanca aceptó la invitación de Krilenko. Su sola presencia multiplicó la popularidad del noble juego entre los aficionados soviéticos, los mismos que aplaudían al cubano por las calles de la ciudad. La nómina de participantes incluía a jugadores de la talla del excampeón mundial Emanuel Lasker, el campeón estadounidense Frank Marshall o el prodigio mexicano Carlos Torre, entre otros. Los moscovitas empezaron a vestir con corbata y gemelos, tal y como lo hacía Capablanca. Un joven cineasta, Vsevolod Pudovkin, aprovechó la ocasión para rodar 'La fiebre del ajedrez', un delicioso cortometraje que hoy está considerado un clásico universal del cine mudo. Vladímir Nabokov, valga el apunte, aparece en el film durante unos segundos. Lo cierto es que la fiebre del ajedrez se propagó como un virus desmandado y llegó hasta Odesa, la perla del Mar Negro, donde una mujer acunaba en la calle Pushkin a su hijo de ocho meses. El bebé se llamaba Efim Geller y se convertiría, tiempo después, en el mejor analista de la historia del ajedrez.
El padre y el hermano del pequeño jugaban a menudo al ajedrez. Cuando se quedaba solo en casa, Efim agarraba las piezas y las arrojaba al patio desde un cuarto piso. Las veces que el padre se sentaba frente a él delante de un tablero, Geller tiraba las piezas rivales de un manotazo y celebraba la victoria. El ajedrecista Genna Sosonko, en su libro de culto 'Siluetas del ajedrez ruso', recordó que la apariencia física de Geller, en edad adulta, era más la de un boxeador que la de un gran maestro de clase mundial. Quizás el carácter pugilístico y combativo ya asomaba con fuerza en Geller desde su más tierna infancia.
De familia humilde, Efim estudió en el Palacio de Pioneros de Odesa, donde siguió con su formación ajedrecística. Pronto demostró estar hecho de una pasta especial para el juego de las sesenta y cuatro casillas. Daba igual contra quien se enfrentara, Geller siempre se las apañaba para obtener algún tipo de ventaja y ganar a su oponente. El resto de alumnos se arremolinaba alrededor de sus partidas, mientras su entrenador, Selim Palavandov –un científico y pianista que, años más tarde, huyó de los nazis para salvar a su esposa–, sonreía en un rincón de la sala, en silencio, consciente del diamante en bruto que tenía entre sus manos.
Geller recibió una beca para estudiar Economía Política y Matemáticas en la Universidad de Moscú. En paralelo, siguió mejorando su juego. Podía permanecer sentado delante de un tablero sin sentir el más mínimo síntoma de fatiga, un hábito que cuidó durante toda su vida. Era incansable. El propio Geller reconoció: «Si me pongo nervioso o simplemente tengo algún tipo de problema, me siento y juego al ajedrez durante cinco o seis horas. Entonces, gradualmente, recupero el sentido».
La Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patria para los soviéticos, sí truncó el camino de Geller, como le ocurrió a tantos miles de jóvenes, mártires de un luctuoso y terrible episodio. Efim fue llamado a filas y sirvió en el ejército como el sargento Geller, mecánico del avión de ataque 'Ilyushin IL-2', un verdadero carro de combate volante. He leído en algunas fuentes que fue durante esta época cuando Geller dio un salto de calidad en su nivel de juego, gracias a que los soldados, para matar el tiempo, organizaban torneos de ajedrez en el frente.
Sea como fuese, en 1949, acabada la contienda, Efim Geller logró la victoria en las semifinales del Campeonato de la URSS, mérito que lo clasificaba de forma directa para jugar la fase final, donde se mediría a los mejores ajedrecistas soviéticos del momento. Tipos como Petrosian, Smyslov, Bronstein o Paul Keres, por citar solo algunos, todos ellos grandes nombres de la historia universal del noble juego. Yonquis del ajedrez. El debutante Geller no se achantó. Exhibió un estilo directo, agresivo, como el púgil que lanza violentos ganchos a la mandíbula de su rival. Uno, dos, finta. Nocaut. A falta de una sola ronda, Geller se situó líder del torneo con medio punto de ventaja. Unas tablas eran suficientes para proclamarse campeón. Pero se vino demasiado arriba, buscó la victoria y perdió la última partida contra Ratmir Jólmov. Aun así, la actuación de Geller fue memorable.
Tres años más tarde, Geller logró el título de gran maestro. Curiosamente, cada vez que jugaba contra jugadores más fuertes, rendía a un nivel superlativo. Efim Geller se convirtió en todo un matagigantes del tablero. A lo largo de su trayectoria acumuló una puntuación favorable en sus encuentros contra Petrosian, Smyslov, Botvinnik y el mismísimo Bobby Fischer, con quien se enfrentó hasta en diez ocasiones, anotando solo tres derrotas. Geller se hizo respetar gracias al refinado empleo de un sistema (con negras) conocido como la 'defensa india de rey'. Geller analizó esta defensa como nadie lo había hecho antes y descubrió que, en los límites de cálculo donde el resto se había detenido, se abrían líneas de juego que eran muy interesantes para el bando negro. El campeón del mundo Botvinnik lo resumió con una frase lapidaria: «Antes de Geller no entendíamos como es debido los esquemas de la india de rey».
La contribución de Geller a la teoría del ajedrez es aún hoy impagable. Su gran hallazgo fue comprender el orden correcto de las jugadas en determinados momentos de una partida, tanto en la apertura como en el medio juego. Podríamos decir que, hasta Geller, algunos esquemas posicionales se jugaban mal, pero nadie, ni los sagrados campeones, se dio cuenta de ello. Bronstein, amigo íntimo de Geller, pensaba que Efim perdió toda su vida buscando la verdad. «Pero…¿qué es la verdad en ajedrez», se preguntaba en voz alta Bronstein. «La verdad es evasiva e ilusoria».
Lo que sí encontró Geller fue el amor verdadero. En la Nochevieja de 1957 conoció a Oksana Georgievna, una bailarina que actuaba en una función teatral de la Casa del Actor de Odesa. Geller pasó por allí con unos amigos y se enamoró perdidamente de Oksana, doce años más joven que él. A los seis meses de aquel encuentro, se casaron. Del matrimonio nació un único hijo, Sasha, sobre quien Geller puso todo su afán para hacer de él un buen ajedrecista, un digno heredero. Pero el talento no es un legado de sangre y Sasha Geller no pasó de ser un jugador del montón, como tantos otros, lo que no impidió que su padre lo amara y lo protegiera por encima de todas las cosas.
Geller fumaba dos paquetes diarios de Marlboro. Si buscan en internet una imagen de él, lo verán seguramente con un cigarro en la boca, delante del tablero. En su juventud jugó al baloncesto. Era un atleta de complexión fuerte, un deportista. Con los años, cambió la pelota por el billar y las cartas. Durante un tiempo Efim Geller se parecía al actor Jack Lemmon. Después cogió peso y tomó los aires de un filósofo. Su mujer contó cómo era un día normal para Geller. Le gustaba jugar al dominó. Trasnochaba. A veces se levantaba a las cinco de la mañana, tomaba café y estudiaba ajedrez. A las ocho, desayunaba. Se acostaba media hora y, al despertar, volvía a coger las piezas. Así podía estar todo el día, hasta la cena. En el día de la marmota. Oksana sabía que ese estilo de vida sedentaria perjudicaría mucho la salud de su marido. Y, finalmente, le pasó factura.
Efim se coronó dos veces campeón soviético, ganó siete medallas de oro con la URSS y se clasificó hasta en seis ocasiones para el Torneo de Candidatos, pero nunca llegó a ser el aspirante al trono. En 1962, en el Candidatos celebrado en la isla caribeña de Curazao, Geller quedó a solo medio punto de su compatriota Tigran Petrosian, quien un año más tarde se convertiría en campeón mundial, destronando al patriarca Botvinnik. Mientras Geller buscaba consuelo, Bobby Fischer acusó a los jugadores rusos de amañar el resultado de sus partidas. «El sistema implantado por la Federación Internacional de Ajedrez», escribió el estadounidense, «garantiza que el campeón mundial siempre sea un ruso, ya que sólo los rusos pueden ganar el torneo preliminar en el que se clasifica el retador al campeón. En lo que a mí respecta, que se salgan con la suya. Nunca más participaré en esos torneos. Es una decisión difícil porque significa que abandono mis esperanzas de conquistar el título mundial, pero mientras subsista el sistema actual ni yo ni ningún ajedrecista de los países occidentales podrá ganar el campeonato».
A partir de la queja de Fischer la FIDE modificó el sistema de competición y diseñó una fase de enfrentamientos directos con un formato clásico que incluía cuartos de final, semifinales y final. Gracias a este cambio, Fischer se convirtió en aspirante y, en 1972, se enfrentó a Boris Spassky en el ya mítico 'duelo del siglo' de Reikiavik. Durante la contienda, Efim Geller fue el colaborador más estrecho de Spassky. Su profundo conocimiento del juego lo convertía en el mejor de los analistas posibles. El propio Spassky, tras ser derrotado por Fischer, reconoció su esfuerzo: «Geller era obstinado, a menudo hostil, pero fue el único de mi equipo que realmente me prestó ayuda».
Una ayuda inquebrantable que, por momentos, pareció un pacto de sangre. La partida número 17 se suspendió en medio de una acusación delirante. Los rusos emitieron un comunicado en el que se sugería que el equipo de Fischer podría estar usando algún dispositivo electrónico o alguna sustancia química para debilitar la fuerza de juego de Spassky. El comunicado tenía un pie de firma: 'Efim Geller'. Y contenía un párrafo que hoy suena familiar debido a la polémica que rodea al actual campeón Magnus Carlsen y al supuesto tramposo Hans Niemann: «Conozco a Spassky desde hace muchos años y es la primera vez que observo una relajación tan inusual de su concentración. La muestra de impulsividad de su juego no puedo explicarla, exclusivamente, por el impresionante nivel de juego de Fischer».
Según Víctor Baturinsky, jefe del departamento de ajedrez del Comité de Deportes de la Unión Soviética, el comunicado fue una iniciativa personal de Geller: «Moscú no dio ninguna autorización». Un miembro de la Federación Islandesa de Ajedrez, al enterarse de la noticia, comentó con ironía: «Haremos que James Bond investigue la sala». Más allá de la broma, el campeonato se detuvo y se inspeccionó cada palmo de la sala de juego. Sin embargo, no hubo rastro alguno de dispositivos. No se encontró nada. Solo dos moscas muertas. Y, como en un perfecto teatro del absurdo, alguien propuso que debían ser diseccionadas. El resto de la historia ya la conocen.
El 20 de noviembre de 1998 Efim Geller murió debido a las complicaciones de un cáncer de próstata. Unos años antes, en 1992, se había dado el gusto de coronarse campeón del mundo senior. Algo es algo, debió pensar. Sus dos últimas partidas las jugó con su hijo Sasha, al que dejó que jugara con las piezas blancas.
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Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Gonzalo Ruiz y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Encarni Hinojosa | Málaga
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