Llevamos 200 años cenando tarde (y a mucha honra)
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En el siglo XIX muchos españoles ya comían a las dos de la tarde y cenaban a las diez de la noche frente a las modas europeasAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 31 de marzo 2023, 01:03
Cuántas veces han escuchado ustedes que España está en un huso horario incorrecto? ¿O que la causa de casi todos nuestros males sociales (falta de conciliación, pocas horas de sueño, horarios tardíos...) es que Franco adelantó la hora hace 83 años? Agárrense fuerte, porque si ... ustedes creen ciertas esas dos afirmaciones es posible que lo que hoy les voy a contar les provoque un reajuste mental. Háganme caso: nuestra vida no mejoraría sustancialmente por sincronizarnos con el meridiano de Greenwich.
A los españoles el huso nos importa un pimiento y aunque nos cambiaran la hora seguiríamos manteniendo nuestras costumbres tardías. Lo sé porque nuestros relojes siguieron el ritmo de Londres durante 40 años (desde el 1 de enero de 1901 hasta el 16 de marzo de 1940) y a pesar de ello comíamos y cenábamos tres horas más tarde que los ingleses.
'Spain is different', dicen. Lo curioso es que somos diferentes ahora y también lo éramos hace incluso 200 años. Me temo que comer y cenar tarde es parte de nuestra tradición cultural, un rasgo que aunque mucha gente achaque a ese adelanto de 60 minutos ordenado por Franco (en realidad, un cambio a horario de verano que nunca se revirtió) puede presumir de profundísimo arraigo en nuestra historia.
No es fácil encontrar referencias antiguas. Recuerden que los relojes mecánicos fueron un objeto singular hasta bien entrado el siglo XIX y que la mayoría de la gente se regía por el movimiento del sol, las campanadas de la iglesia o el reloj del ayuntamiento -si lo había-. Hace dos siglos únicamente las personas de buena posición tenían reloj propio, y es precisamente en referencia a las costumbres de la clase alta. En 1829 se habla de «comer a las dos de la tarde» y en 1843, de cenar a las diez.
La pista es de la revista La Risa, que el 27 de agosto de 1843 publicó un artículo en el que se decía que la revolución impuesta por las costumbres extranjeras hacía que produjera «extrañeza la familia que fiel a su bandera tiene el laudable patriotismo de comer a las dos y cenar a las diez». Las horas tempranas de comer eran importación de Francia, y una de prueba del cosmopolitismo o buen gusto de una familia.
Según rezaban los dictados galos había que almorzar algo ligero en torno a las doce del mediodía y hacer la comida principal a las seis: mucha gente elegante adquirió ese hábito, pero según La Risa el castellano legítimo, fiel a los usos de sus mayores, engullía el cocido a las dos en punto y hacía una cena ligera ya entrada la noche.
Por entonces no había horario único en todo el país (en vigor desde 1901) y cada ciudad de España tenía, por así decir, su propio meridiano marcado por el sol, pero los relojes de Castilla marcarían aproximadamente una hora y 15 minutos menos que los nuestros. Traducir eso a nuestros estándares significa que comían a nuestras tres y pico y cenaban... ¡a partir de las once!
No todo el mundo hacía lo mismo. Los labradores comían a mediodía y cenaban en torno a las ocho, pero durante las épocas de labor almorzaban pronto y hacían la comida fuerte cuando volvían del campo.
Los horarios también cambiaban según la estación del año. En invierno todo se hacía antes para aprovechar la luz del día, mientras que en verano las cenas se retrasaban hasta las once (nuestra actual medianoche) para notar algo de fresco. No parecía importarles mucho que no hubiera luz eléctrica.
La 'Guía práctica de las familias', publicada en Madrid en 1851, recomendaba a las amas de casa que pusieran el desayuno a las nueve, la comida a las tres y una cena ligera a las diez a pesar de que las reglas de etiqueta gala dictaran «desayunarse a las ocho, almorzar a las once o las doce y comer a las cinco o las seis». Los usos extranjeros tuvieron cierto predicamento hasta finales del siglo XIX, cuando la frenética vida urbana, la industrialización y las largas jornadas laborales obligaron a retomar las viejas costumbres.
'Comer a la española' no significaba solo optar por recetas autóctonas en vez de afrancesadas, sino seguir los antiguos modos de comer entrada la tarde y cenar dos o tres horas después de caído el sol.
Tan pronunciado llegó a ser el retraso horario de las costumbres españolas respecto a otros países que en 1925 el diario La Nación, altavoz mediático de la dictadura de Primo de Rivera, inició una furibunda campaña en pro de unos horarios más «racionales y civilizados».
También entonces se quejaban de que los españoles rendían poco en el trabajo, trasnochaban demasiado (en aquella época para ir a teatros y cafés) o de que los tardíos horarios de comidas y cenas eran un inconveniente para los turistas europeos.
Aquel plan no triunfó, pero España dio una prueba de fenomenal adaptación al europeísmo cuando en 1940 el reloj se adelantó y, en vez de retrasarse, las comidas se adelantaron para seguir en la misma hora «nominal» que antes. ¡Y nosotros creyendo que había sido al revés!
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